"Los rusos disparan a matar": Ucrania, un pueblo en movimiento bajo las bombas
Los despachos que van llegando están escritos con letras lúgubres. El 17 de marzo murieron 21 personas por las bombas rusas en Merefa, al sudeste de Jarkov. En Chernihiv aparecieron muertos tres niños entre las ruinas de un dormitorio, elevándose a 53 el número de víctimas en esa ciudad en 24 horas.
Un poco antes, estaban ardiendo 27 edificios de la localidad de Rubijne, al oeste de Sievierodonetsk, en el Donbass, y los obuses siguen machacando desde hace días el puerto de Mariupol.
En el cielo ucraniano densas nubes se elevan en vertical formando extraños champiñones sobre la inmensa llanura. La negrura de la humareda oculta a veces el poco sol que logra asomar entre las nubes en este invierno tardío.
La guerra ha entrado ya en su tercera semana, las víctimas se cuentan por miles y muchos cuerpos no serán encontrados jamás. Pueden verse fotos de los desaparecidos en las redes sociales, direcciones que pueden servir de refugio o números de teléfono donde llamar en “caso de urgencia”. Es todo un pueblo el que se ha puesto en movimiento empujado por los cañones rusos.
Katerina Khaneva, una activista de derechos de las mujeres y refugiada en el distrito de Svyatrogirsk, organiza junto con otros voluntarios la evacuación de habitantes de la ciudad de Izium, primero bombardeada y luego tomada por los rusos el pasado 17 de marzo, según fuentes americanas.
Desde el inicio de la guerra, han conseguido salir de la población más de 600 personas con la ayuda de voluntarios que han llegado a buscarles en sus coches, principalmente personas mayores, mujeres y niños. “La mayor parte siguen en Svyatogirsk y algunos se van más lejos”, dice Katerina.
Según Amnistía Internacional, las autoridades locales han llegado a evacuar a 2.500 personas de una ciudad que contaba unos 47.000 habitantes antes de la guerra. Según esa ONG, Izium está siendo sometida a incesantes bombardeos desde el 3 de marzo, llegando a afectar a barrios residenciales, colegios, jardines de infancia, farmacias y tiendas de alimentación.
Katerina Khanave, que fue contactada la primera vez el 8 de marzo, relataba ya hace diez días la situación de severa crisis humanitaria y de las mujeres y niños en los refugios sin agua ni comida. Entre otros, fue atacado el hospital, bloqueando en su interior al personal sanitario. Las entradas y salidas de la ciudad estaban tomadas por los rusos que a veces “nos disparaban”, dice esta joven.
Diez días más tarde la situación se agravó aún más. De nuevo en contacto el 17 de marzo, Katerina Khanava acababa de hablar con un conductor voluntario que le dijo “La evacuación es imposible, los rusos tiran a matar. Los que quedan en Izium sólo Dios podrá salvarlos”.
Quienes logran llegar, agotados, a Svyatogirsk están afectados psicológicamente, dice Katerina. Los refugiados, tanto adultos como niños, sufren heridas, quemaduras o fracturas a causa de los bombardeos. “Algunos llevaban seis días sin alimentos en sótanos sin luz ni calefacción. Cuando intentaban escapar les disparaban”.
Izium suponía una barrera importante en el Este de Jarkov y su toma podría permitir a los soldados del Krenlim avanzar hacia el sur para aislar a importantes contingentes ucranianos en el Donbass, al tiempo que la ofensiva de los separatistas procedentes del Este es cada vez más fuerte los últimos días.
Parece que se está preparando también un ataque para rodear Sumy, que se encuentra bajo el fuego ruso desde el inicio de la guerra. “Desde el primer día ha sido bombardeado mi edificio, que se encuentra en el centro de la ciudad, cerca de la base militar”, cuenta Román, de 14 años, que nos habla por teléfono desde Suiza. “He tenido suerte de no estar en casa en ese momento”.
El adolescente, que fue evacuado el 10 de marzo gracias a la apertura de un corredor humanitario, ha sido acogido por una amiga de su madre. Le costó varios días atravesar Ucrania en tren para luego pasar a Polonia donde la acogida de la población ha sido para él “extraordinaria”.
“Mi padre se ha quedado en Sumy, luchando con la Defensa Territorial. Mi madre había ido a visitar a una amiga, cerca de Basilea (Suiza) unos días antes del comienzo de la ofensiva. Allí se ha quedado bloqueada. Pronto nos reuniremos con ella”.
Román nos cuenta cosas que se han convertido ya en algo normal: los bombardeos, las noches pasadas en los sótanos y el miedo que se extiende como un virus. “La gente veía espías por todas partes, era infernal. Yo tuve la suerte de seguir en contacto con mis amigos. Todos se han ido de la ciudad menos uno del que no tengo noticias. No tengo ninguna intención de seguir con la enseñanza en Suiza. Esperaré a que termine la guerra para regresar.”
La ciudad de Chernihiv, al norte del país, es una de las más prestigiosas de la Rus de Kiev, el principado eslavo del siglo IX que desapareció con la llegada de los mongoles en 1240 y cuyo herencia es reivindicada por Bielorrusia, Rusia y Ucrania. Pues en esa ciudad, el pasado miércoles 16 de marzo diez personas que hacían cola en una panadería fueron abatidas por disparos de los rusos.
Valerii salió de allí al día siguiente por la mañana. “Cuando nos fuimos no teníamos ningún plan. Estuvimos en carretera durante horas en dirección a Kiev siguiendo las indicaciones de los militares ucranianos para evitar las ciudades y pueblos en manos de los rusos”, nos explica. “Se trataba de una cuestión de honor. Yo soy funcionario y no podía abandonar la ciudad, pero el pasado martes me quedó claro que había pocas posibilidades de volver a tener electricidad. Los bombardeos lo agravaron todo y cada vez era mayor el riesgo de quedar cercado”.
“Yo vivía en el centro de la ciudad, menos afectado que las afueras. Apenas hay instalaciones militares en Chernihiv pero los rusos bombardean indiscriminadamente colegios, guarderías y hospitales. El depósito de agua fue destruido el 14 de marzo. Los supermercados estaban esos días casi vacíos: algunos envases de zumo de naranja, chocolate del más caro, café molido, muchas especias, salsa de soja y algo de aceite de oliva. Sin embargo yo no puedo afirmar que la ciudad pasara hambre. Si ibas pronto por la mañana a la tienda podías encontrar pan y verduras. La ayuda humanitaria nos llegaba y las autoridades se hacían cargo de las personas necesitadas. Además, te acostumbras rápidamente: al principio te metes corriendo en los refugios cada vez que suena la alarma pero al cabo de tres semanas ya te quedas en la cocina tomando un té como si no pasara nada”.
Más al sur del país, las bombas siguen arrasando el puerto de Mariupol, donde el ejército ruso destruyó el 16 de marzo el teatro de la ciudad con centenares de mujeres y niños en su interior. Según el diputado ucraniano Serhy Taruta, fueron evacuadas 130 personas que se encontraban en un refugio habilitado bajo el edificio, pero quedaron sepultadas por los escombros varios cientos más.
Ekaterina, de 80 años, consiguió dejar la ciudad en coche el pasado 15 de marzo, después de haberlo intentado dos veces. “Hemos ido despacio hasta Zaporiyia, bajo las bombas y evitando los coches calcinados y los vehículos militares rusos destruidos”, explica.
Ekaterina está pagando desde hace muchos años las consecuencias de la guerra. Su hijo, policía en Mariupol, fue secuestrado durante un tiempo por los separatistas pro rusos en 2014 y mataron a su yerno en agosto de ese mismo año, durante la derrota ucraniana de Ilovaisk.
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“Nadie pensaba que los combates llegarían tan rápido a Mariupol. En mi edificio, de nueve pisos, en la parte oeste de la ciudad, vivían griegos, rusos y ucranianos, pero a partir del tercer día los bombardeos empezaron a ser más frecuentes así como los combates en las calles. Los militares ucranianos, voluntarios y vecinos nos traían comida, agua y medicamentos. En las viviendas hacía frío porque los cristales de las ventanas estaban rotos y hacíamos fuegos para que los niños se calentaran. En mi casa había un bebé de dos años. Todos se han quedado allí, esperando que les ayuden”.
Traducción de Miguel López
Texto en francés: