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Salvar a los migrantes es salvarnos nosotros mismos

Manifestantes participan en una protesta organizada por DeGoedeZaak y Defense for Children en Katwijk (Holanda) esta semana en contra de la expulsión de niños migrantes.

“¡Actúa en tu lugar, piensa con el mundo!”,  recomendaba Édouard Glissant (1928-2011), poeta y filósofo, cuya poética era también política. Al poner en práctica esta recomendación, fue el primero en alertar –en 2007, al comienzo del quinquenio de Nicolas Sarkozy– del retorno francés de este veneno político: la identidad nacional, esa cerrazón sobre nosotros mismos, esa cerrazón hacia los demás, ese olvido de la relación con el mundo. El manifiesto, que lleva por título Quand les murs tomber [Cuando caen los muros (Galaade)], también lo defendió Patrick Chamoiseau, autor, diez años más tarde, de Frères migrants (Seuil).

La secuencia es lógica: la cuestión migratoria no es otra que la cuestión de nosotros mismos. Cerrarse a los demás es replegarse sobre sí mismo. La relación con lo lejano determina nuestra visión de lo cercano. Al menos si defendemos la emancipación, ese movimiento infinito y todavía inacabado de liberación de la servidumbre y la opresión, lo que se suele denominar la izquierda y que a Gilles Deleuze (1925-1995) le gustaba decir no es un asunto del gobierno, sino de percepción. Cuando los conservadores piensan en aquello que tienen más cerca, sus privilegios o sus comodidades, aunque sean mediocres o incluso ínfimos, ser de izquierdas, por el contrario, es mirar lejos, hacia el horizonte: pensar con lo lejano para actuar lo más cerca posible.

No es casualidad que Édouard Glissant fuera un amigo cómplice de este filósofo heterodoxo que, en su estimulante Abécédaire (con Claire Parnet, documental producido por Pierre-André Boutang), afirmaba que “no ser de izquierdas se parece un poco a una dirección postal” (el vídeo se puede ver en este enlace): “Partir de uno mismo, de la calle en la que te encuentras, de la ciudad, del país, de los demás países, cada vez más lejos. Se empieza por uno mismo y, en la medida en que somos privilegiados, en la medida en que estamos en un país rico, nos decimos a nosotros mismos: bueno, ¿cómo podemos hacer que la situación dure? Sentimos que hay peligros, que todo esto no puede durar [estas injusticias, desigualdades, miserias], se trata de una enorme locura. Vale, ¿pero cómo se puede hacer para que dure?”. “Ser de izquierdas”, dice entonces Deleuze, “es todo lo contrario”.

Decía que “en primer lugar es percibir la periferia, el mundo, el continente, Francia, etc. Se trata de un fenómeno de percepción. Primero vemos el horizonte, primero ves el horizonte”. Lo que resumía en una fórmula clave, precisando que no se trataba de “una cuestión de alma bella” sino, por el contrario, de realismo y de eficacia: “Ser de izquierdas es saber que los problemas del Tercer Mundo están más cerca de nosotros que los problemas de nuestro barrio”. Que este punto de vista era, de momento, minoritario, no lo asustaba ya que, para Deleuze, la larga historia de la izquierda está tejida solo de “convertirse en una minoría” que, desde los trabajadores hasta las mujeres, pasando por los esclavos y los pueblos colonizados, no dejaba de sacudir las certezas de la mayoría, volcadas en sus logros adquiridos.

Al igual que la cuestión colonial de ayer, la cuestión migratoria es hoy el momento de la verdad para la izquierda en su diversidad. En los estertores del imperio francés, una izquierda que pretendía salvar los beneficios sociales aquí (en la Francia metropolitana), manteniendo las injusticias allí (en las colonias) finalmente perdió su alma, arruinando los derechos fundamentales, generalizando la tortura militar y dándole la mano a la extrema derecha. Del mismo modo, en nuestros tiempos de una Unión Europea debilitada, cualquier izquierda que pretenda defender y ampliar nuestros logros sociales rechazando a las poblaciones de inmigrantes evitará a sus peores adversarios de todos los tiempos, aquellos enemigos de la igualdad de derechos cuya astucia privilegiada es la preferencia nacional que les permite hacer natural la desigualdad, alejándose de las jerarquías de origen, cultura, apariencia y creencia.

Italia está haciendo ahora una sorprendente demostración de ello con el alineamiento de un movimiento ciudadano, nacido de una exigencia democrática frente a la gangrena de la corrupción y la ira, frente a las opciones económicas socialmente desastrosas, como partido heredero del fascismo, la xenofobia y el racismo. Esta capitulación esencial se lleva a cabo sobre las espaldas de los migrantes, que se están convirtiendo en chivos expiatorios para imponer mejor una ideología nacionalista y étnica. Abre una brecha fatal en la que se precipita la extrema derecha, como lo demuestra el rápido ascenso de la Liga, antaño un flanco extremista del berlusconismo, en detrimento del Movimiento de las Cinco Estrellas (M5S), a pesar de su gran éxito en las últimas elecciones legislativas.

De este modo, el America First de Donald Trump, tomado del eslogan norteamericano de la extrema derecha pronazi de la época de entreguerras, se extiende por Europa hasta fuerzas de izquierdas o que decían ser de izquierda, por ejemplo en Alemania. Convertir a los migrantes extranjeros en amenazas para los trabajadores nacionales no significa defender los derechos de éstos, sino renunciar a la igualdad de derechos para todos y, por lo tanto, ponerlos en manos de los intereses que los explotan y los enfrentan entre sí. Por lo tanto, ya es hora de afirmar que una izquierda digna de ese nombre –y, más allá de eso, cualquier política que reivindique la humanidad y sus derechos naturales– sólo puede defender, a día de hoy, la recepción de los inmigrantes como una política justa y realista.

Aquellos que, afirmando ser de izquierdas, defienden su rechazo blandiendo la fórmula de Karl Marx (1818-1883) sobre el “ejército de reserva industrial” utilizado por la patronal para aumentar la competencia, reducir los salarios y dividir a los trabajadores, son sólo lectores superficiales. De esta observación, el autor del Capital no dedujo un retroceso en las políticas nacionalistas de rechazo, sino que, por el contrario, lo utilizó como argumento para abogar a favor de una mayor solidaridad con los trabajadores migrantes. En este caso, fueron los proletarios irlandeses, una mano de obra inmigrante sobreexplotada con un desprecio abrumador por los prejuicios coloniales. Sin embargo, Marx declaró repetidamente que la emancipación de los irlandeses no fue, para la clase obrera inglesa, “una cuestión abstracta de justicia y humanitarismo, sino la primera condición para su propia emancipación social”. En una carta de abril de 1870, describió esta espiral en la que los que fingen defender a los explotados le hacen el juego a los explotadores, con palabras que evocan irresistiblemente la forma contemporánea en que, durante décadas, la cuestión de la inmigración ha sido instrumentalizada para desarmar al movimiento social.

La lucidez de Karl Marx, el conocimiento de François Héran

“El trabajador inglés medio”, explica Karl Marx, “odia al trabajador irlandés como competidor que baja su nivel de vida. En comparación con el trabajador irlandés, se siente parte de la nación dominante, y por lo tanto se constituye como un instrumento de los aristócratas y capitalistas de su país contra Irlanda, fortaleciendo así su dominación sobre sí mismo. Fomenta los prejuicios religiosos, sociales y nacionales contra el trabajador irlandés. Su actitud hacia él es muy similar a la de los ‘blancos pobres’ hacia los ‘negros’ de los antiguos estados esclavos de Estados Unidos. El irlandés le está devolviendo el favor y con intereses. Ve a la vez en el trabajador inglés el cómplice y el estúpido instrumento de la dominación inglesa en Irlanda. Este antagonismo es mantenido e intensificado artificialmente por la prensa, los oradores, las caricaturas, en resumen, por todos los medios a disposición de las clases dominantes. Este antagonismo es el secreto de la impotencia de la clase obrera inglesa, a pesar de su organización. Este es el secreto por el cual la clase capitalista mantiene su poder. Y esta clase es perfectamente consciente de ello”.

De la misma manera que en el pasado, un pueblo que aceptó oprimir a otro no podía ser libre, ya que estaba en manos de sus amos, hoy un pueblo que acepte rechazar a la humanidad que llama a su puerta ya no podrá defender su propia humanidad, porque habrá aceptado el desafío a los derechos fundamentales. Es con ocasión de las obsesiones de seguridad relacionadas con la migración que nos acostumbramos a la existencia de campos en Europa donde se encierra a personas que no han cometido ningún crimen, sino que simplemente han hecho valer un derecho natural, enunciado en la Declaración Universal de los Derechos Humanos de 1948: “Toda persona tiene derecho a salir de cualquier país, incluso del suyo propio, y a regresar a su país”. Así es como nos acostumbramos al confinamiento de menores sin tener en cuenta los derechos de los niños, los obstáculos a la libertad de movimiento, las regresiones de la libertad de expresión y el derecho de oposición, el cuestionamiento del derecho de asilo, los discursos y actos xenófobos, la criminalización de la solidaridad, etc.”.

En una asombrosa resonancia con nuestros medios de comunicación y noticias ideológicas, Marx también mencionó la forma artificial de mantener el antagonismo entre trabajadores nacionales y trabajadores extranjeros, hoy entre un pueblo autóctono y una supuesta “pobreza mundial” que lo invadiría, incluso lo sumergiría. En dos artículos recientes decisivos, uno publicado en la revista Population & Sociétés, y el otro en el site La Vie des idées, el demógrafo François Héran, ex director del Ined (Instituto Nacional de Estudios Demográficos) y ahora profesor del Colegio de Franciae, donde ocupa la cátedra Migraciones y Sociedades, ha saldado su cuenta científica con todas estas sandeces que envenenan el debate público. En particular, desmonta la versión presentable de la fantasía de la “gran sustitución”, inicialmente enarbolada por la extrema derecha, ofrecida por un libro reciente del periodista Stephen Smith, La Ruée vers l'Europe (Grasset, 2018).

Subtitulado “La joven África en el camino hacia el Viejo Continente”, este ensayo plantea el espectro de una Europa poblada en 2050 por un 25% de inmigrantes subsaharianos. En una demostración implacable, François Héran muestra que este escenario “no se sostiene” y que “la magnitud más realista es cinco veces inferior”. Con la denuncia de una “demostración con lagunas y obsoleta”, basada en “cifras de segunda mano”, una asociación de “especulación económica” y “comunicación sensacionalista”, todas ellas alejadas de una “manifestación demográfica”, recuerda los hechos esenciales de la investigación, resumidos en tres datos básicos:

“1. En comparación con otras regiones, el África subsahariana emigra poco, ni siquiera por motivos relacionados con la pobreza; 2. Cuando emigra, lo hace en un 70% de los casos a otro país subsahariano y sólo el 15% se dirige a Europa, el resto se reparte entre los países del Golfo y América del Norte; 3. Si se integra el crecimiento demográfico proyectado por la ONU, los migrantes subsaharianos por más que ocupen una plaza mayor en las sociedades del Norte, seguirán siendo muy minoritarias: como mucho del 3 al 4% de la población en 2050, muy lejos del temido 25%”.

Y el investigador añade: “Además, agitar el fantasma de una carrera de África hacia Europa es olvidar que los inmigrantes son también productores, consumidores, contribuyentes y cotizantes” (Population & Societies). Al recordar que la historia social ha desmentido por completo desde la Segunda Guerra Mundial “el argumento contrario de que la inmigración es fundamentalmente incompatible con el Estado de bienestar”, François Héran añade: “La idea de que los migrantes le quitan el trabajo a los nativos o acaban indebidamente con sus beneficios sociales es un sofisma de trabajo y recursos en cantidades fijas [...]. Supone imaginar que el bien existe en cantidad finita, como si fuera necesario renunciar al deseo de reconciliar el realismo y el respeto de los derechos políticos y morales” (La Vie des idées). “Si hay una carrera que temer”, concluye, “no es la de los extranjeros del Sur para transformar Europa en Eurafrica, sino la que consiste en lanzarse a la primera explicación o a apoderarse apresuradamente de metáforas escandalosas, para golpear a la opinión pública a bajo precio. Es de esperar que los líderes políticos, ahora mejor armados, puedan evitar en el futuro tales trampas y dejen de agitar el fantasma del peligro negro”.

Este último anhelo se dirige en particular a Emmanuel Macron quien, durante la entrevista concedida a Mediapart (socio editorial de infoLibre) y BFM el pasado 15 de abril, ludió al ensayo de Stephen Smith para justificar su política antimigratoria frente a una “bomba” demográfica africana que sería “tremendamente descrita” en este libro. La incultura es la aliada de la inconsciencia. Una vulgata de prejuicios acompaña a la ceguera de los gobernantes que, al negarse a encontrarse con el Otro –el refugiado, el exiliado, el inmigrante, el extranjero–, evitan la preocupación del mundo a pesar de reclamar la interdependencia de las naciones y el universalismo de las soluciones. En su conferencia inaugural en el Colegio de Francia, pronunciada el 5 de abril de 2018, François Héran citó esta advertencia de Jean-Jacques Rousseau, el filósofo del derecho natural al que los partidarios de la igualdad y de la emancipación afirman que: “Incluso la dominación es servil cuando se basa en la opinión porque dependes de los prejuicios de los que gobiernan a través de los prejuicios”.

La advertencia se aplica tanto a los gobiernos que hoy bloquean Europa como a las oposiciones de izquierdas que los desafían: sólo lograrán cambiar el curso de una historia cada vez más dramática si se pronuncian en contra de los prejuicios que hacen del migrante un peligro y un enemigo, un rival o un competidor, una amenaza en todos los casos. Sólo defendiéndolo como hermano o hermana con humanidad nos defenderemos a nosotros mismos.

El 60% de la población española considera que la inmigración tiene un impacto positivo en la economía

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Traducción: Mariola Moreno

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