Elecciones en EEUU
Sanders y Trump, dos ‘rebeldes’ que aspiran a la Casa Blanca
Bernie Sanders y Donald Trump como las dos caras de un mismo movimiento de rebelión popular. Al menos, eso es lo que se suele leer en la prensa norteamericana y ya desde antes de que ambos se impusieran cómodamente (por más de 20 puntos de ventaja) en las primarias de New Hampshire, celebradas este martes 9 de febrero de 2016. También hablan en esos mismos términos analistas políticos y muchos electores que confiesan estar hastiados del sistema norteamericano, tal y como funciona actualmente. Si nos quedamos en la superficie, evidentemente, las dos olas se parecen, puesto que ambas son potentes y espumosas. Pero si nos adentramos en ellas, no tienen nada en común.
Veamos primero las similitudes. Los dos hombres son outsiders de la política. Decir esto de Sanders puede resultar extraño, puesto que hace 35 años que es político profesional y hace 25 años que dio el salto a la política nacional, pero ha hecho carrera al margen del Partido Democrático con la etiqueta de “socialist” (en realidad se presenta como “independiente”). Si hace un año hubiésemos preguntado a los norteamericanos por este viejo y huraño judío de Brooklyn, se habrían encogido de hombres. En lo que se refiere a Trump, también podría aspirar a la presidencia del planeta Marte.
Uno y otro prometen dar la vuelta a un sistema político corrupto debido a que la financiación electoral está en manos de los lobbies y no se interesa por el norteamericano medio. Uno y otro hablan con el corazón (o desde las tripas) e, incluso a través del filtro normalizador de las cadenas todo noticias, su sinceridad parece palpable. Trump dice todo lo que le pasa por la cabeza (insultos incluidos) y Sanders repite lo que viene afirmando desde hace 50 años.
Una vez apuntadas las semejanzas, se hace necesario señalar aquello que les separa. Es verdad que los electores norteamericanos de los dos partidos, en estas dos primeras primarias —todavía restan otras 48, no lo olvidemos—, han manifestado su intención de apartarse de la política “as usual” para centrarse en aquellos candidatos que no responden al prototipo tradicional de las élites de Washington. Pero un voto a favor de Sanders no es un voto por Trump y viceversa.
Para llegar a calibrar como es el personaje, es necesario haber asistido a un mitin de Donald Trump. Contrariamente al resto de aspirantes, de todos los partidos y de cualquier época, que van estrechando manos a diestro y siniestro, que pronuncian discursos en hangares expuestos a las condiciones meteorológicas o en una escuela infantil con mestizos jubilados ocupando la primera fila, Donald, tiene grandes aspiraciones. Igual que sus hoteles de pseudo-mármol y sus campos de golf de hierba verde esmeralda. En Iowa, acto seguido en New Hampshire, él es el encargado de hacer todo el gasto en las salas polideportivas con capacidad para varios miles de personas, cada vez menos llenas contrariamente a lo que sucedía semanas antes. Nadie le presenta, a excepción de una voz anónima en los recintos (la misma voz que avisaba minutos antes de que “perturbadores serían expulsados sin contemplación porque, aunque Trump respeta la libertad de expresión, esto es un acto privado pagado por Trump con su propio dinero” y por tanto hace lo que le viene en gana).
Una vez en el escenario, y después de haber presentado a los diferentes miembros de su familia asistentes ese día al acto –sobre todo su mujer, que parece no comprender por qué razón la obligan a dejar de tomar el sol en Floridad para estar presente allí (“es muy inteligente”, insiste Trump en varias ocasiones como para hacer hincapié un aspecto que no está nada claro)–, se lanza en lo que no es nada más que un monólogo frente a un espejo, bonito espejo. Su discurso es deshilvanado, repetitivo, egocéntrico, pero tiene el mérito de la espontaneidad si se disfruta con los espectáculos de improvisación.
Cuando se cansa, para y abandona el escenario al ritmo de The Beatles (“You say you want a reeeeevooolution...” y después de los Rolling Stones (“You can't always get what yo want”). De todos modos, no es como si hubiese olvidado de la conclusión de una presentación, ya que no existía tal. Los presentes aplauden y exhiben pancartas donde se autoproclaman la “mayoría silenciosa”, pero a fin de cuentas la impresión que dan es que se han dado cita más para conocer a un showman, que sale en televisión, que para ver cara a cara a un candidato que tienen intención de enviar a la Casa Blanca. Por supuesto, muchos de ellos van a votar por él, para “mandar a la mierda al sistema”, pero la novedad corre el riesgo de desinflarse. Porque, en el fondo, Trump no habla a la gente, se habla a sí mismo. Y hasta aquellos que frecuentan los bares, por muy millonarios que sean, acaban siempre por cansar a los otros clientes achispados que también quieren que se les escuche.
Expresión de la crisis en Estados Unidos
Por el contrario, un mitin de Bernie Sanders es algo muy ambicioso, mucho más dotado de contenido. El senador de Vermont se dirige a los congregados ante un bonito cuadro vivo de militantes seleccionados para representar la diversidad de Estados Unidos, interactúa con la sala (¡que levanten la mano los que tienen una deuda estudiantil superior a los 50.000 dólares!) y hace promesas más o menos detalladas y argumentadas. El fondo del fenómeno Sanders no radica en su actitud, al contrario que en el caso de Trump, está en el contenido de su mensaje, que hace mucho tiempo que no ha sonado en las orejas de la izquierda norteamericana. En 2008, Barack Obama era capaz de despertar entusiasmo gracias a retórica, pero su programa estaba, pese a todo, en la línea de una social-democracia a la Clinton-Blair.
Por su parte, Sanders propone lo que llama una “revolución política”, pero que de hecho vuelve a conectar a Estados Unidos con su pasado (Roosevelt, inventor del Estado providencia), o con lo que se hace en otros sitios, sobre todo en Europa (seguridad social universal, impuestos más altos para los que más tienen, mayor regulación bancaria, educación gratuita, financiación política limitada... ).“Apoyo a Bernie Sanders después de leer el libro de Thomas Piketty”, bromea Mary-Ann, una fan de Bernie, como si la obra del economista francés le hubiese abierto los ojos sobre su propio país.
No se podría encontrar tampoco la menor huella de nacionalismo, ni de xenofobia, de Trump en Sanders. Tampoco la paranoia que parecen sufrir muchos norteamericanos y que ahora se centra en el Estado Islámico (antes era Bin Laden y anteriormente en la URSS). Bernie no promete resolver todos los problemas de Estados Unidos gracias a su talento innato como Donald el mago. Sanders cuenta con la colectividad, y sobre todo con el apoyo y la participación de una juventud norteamericana que, de momento (insistamos en el “de momento”), se pronuncia a su favor: el 85% de los electores de entre 18 y 29 años le dieron su voto en New Hampshire, en lugar de a su adversaria demócrata Hillary Clinton (en Iowa las cifras fueron muy similares).
Está claro que Estados Unidos atraviesa una crisis, la de un país que siente, por primera vez desde hace mucho tiempo, que se le escapa el futuro. Los norteamericanos lo perciben de un modo muy sencillo, tal y como reconocen muchos cuando se les pregunta. Tienen la sensación compartida, sobre todo entre los más jóvenes, de que la generación actual vivirá peor que las precedentes. Los estudiantes están endeudados de por vida, los enfermos dudan a la hora de acudir al médico, las familias tienen dificultades para salir adelante con dos trabajos, los salarios más bajos se estancan. Y los que eran objeto de admiración hasta la fecha por su éxito (los jefes de empresa con suelo de seis cifras, los banqueros de Wall Street, los artistas excesivamente remunerados) ven cómo les miran, lejos de sentir envidia, desengañados y reprobadores.
La clase política que no ha sabido impedir esta situación, los republicanos porque defienden desde hace demasiado tiempo políticas económicas favorables a los más ricos (apertura de las fronteras incluida), los demócratas porque han cedido frente a la ortodoxia de los mercados y ahora objetivo de los electores. Entre los conservadores, ¿esto se traduce en la avidez de un hombre fuerte, fuera del microcosmos, que promete cerrar las fronteras y resucitar una Norteamérica imaginaria a través de las películas de John Wayne y de Frank Kappa. ¿Cómo? Ya se trate de Donald Trump, de Ted Cruz o de Marco Rubio, se trata de un misterio. En la izquierda, esto alimenta la pequeña maquinaria de Bernie Sanders, que se presenta como un Obama que iría hasta el final y que no alcanzaría acuerdos con la oposición conservadora.
Las primarias todavía se van a prolongar durante varias semanas, porque la elección de los candidatos corre el riesgo de ser bastante más larga que otros años. Para una gran parte de los notables republicanos, Donald Trump sigue siendo el hombre al que vencer: no quieren a alguien de su personalidad porque, están convencidos, no podrá llegar nunca a las puertas de la Casa Blanca. En cuanto a Bernie Sanders, su enfrentamiento con Hillary Clinton soterrado y muy digno, lo que supone un punto adicional para los demócratas: aunque el propio Bernie promete la revolución, sólo persigue acercar a Estados Unidos de las democracias Escandinavas. Por su parte, Hillary, aspira a continuar con el doble mandato de Obama con pragmatismo y una garantía de competencia al estilo de la mecánica alemana (sí, el fantasma de Angela Merkel merodea). Pero Sanders va tener que hacer frente a la maquinaria Clinton, experimentada, sin piedad y muy bien financiada.
Cruz vence a Trump y Clinton empata con Sanders en las primarias de Iowa
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Traducción: Mariola Moreno
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