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Emmeline antes de Pankhurst, la mujer que se hartó de esperar

“Qué lástima que no naciera muchacho”. Robert Goulden pensaba en voz alta mientras arropaba a su hija pequeña. Aunque él la creía dormida, Emmeline estaba despierta y oyó, tal y como contaría años más tarde, las palabras de su padre. “Por mucho que tanto Robert como su mujer, Sophia, se dieran cuenta de que la niña era inteligente, sensible a las luchas sociales y de que tenía talento, no llegaban tan lejos como para plantear para ella un futuro distinto al de ser una buena esposa”. Habla la profesora de Filosofía Moral de la Universidad Rey Juan Carlos Eva Palomo, quien ha estudiado en profundidad tanto la figura de Emmeline Pankhurst, como de su hija Sylvia. Pero Emmeline nació mujer. “Y valiente”, completa Palomo. “Es cierto que se familiarizó pronto con palabras como revolución o sufragio y que sus circunstancias le permitieron formarse, leer y asistir a conferencias”, pero Emmeline fue, además, una niña sensible y una joven divergente, que se convirtió en un estandarte del sufragismo y que, como asegura la profesora, probó todos los métodos para conseguir implantarlo antes de lanzarse a la acción directa. Esta es la historia de una mujer que, desde muy pronto, supo que su vida tenía que valer, fuera como fuese, un voto.

Palomo denuncia una revisión poco respetuosa de algunos “historiadores sin perspectiva de género”. “Muchas veces se pintan las concentraciones y reivindicaciones sufragistas como protestas menores a las que iban cuatro mujeres de clase media”, se queja: “Y no”. Muy al contrario, eran manifestaciones multitudinarias. Pasó a la historia, sin ir más lejos, una en 1908 a la que acudieron 500.000 mujeres al céntrico parque londinense de Hyde Park, según The Times. “Era un movimiento de masas en el que primero Emmeline Pankhurst y, más tarde, sus hijas jugaron un papel fundamental”. Pero, ¿cómo empezó todo? Más allá de la influencia parental en temas sociales, ¿cuándo fue el primer contacto de Emmeline con el sufragismo? Lo explica ella misma en sus notas biográficas. Era una adolescente cuando su madre la llevó a oír una conferencia de Lydia Becker, por aquel entonces la sufragista del momento y editora de Women's Suffrage Journal, una revista que corría por casa de los Goulden. “Una pionera”, tercia Eva Palomo. Al salir de la charla, algo había cambiado para siempre en los adentros de Emmeline. “De esa reunión”, diría, “salí como una sufragista convencida”.

Desde el principio, tuvo vocación de líder. “Hay una anécdota divertida”, sorprende la profesora. “Los datos oficiales fechan el nacimiento de Emmeline el 15 de julio de 1858, pero ella siempre sostuvo que nació el día anterior, el 14 de julio, la misma fecha en que había caído la Bastilla sesenta y nueve años antes”. Así, incluso una especie de mística envolvía la figura de Pankhurst, gran amante de la revolución francesa, la literatura y cultura galas, así como de todo lo que tuviera algún aroma francés, no en vano sus padres la mandaron a estudiar a París cuando ella tenía 13 años. “Fue una etapa importante para ella”, subraya Palomo. “No se trataba de una escuela donde las mujeres aprendieran solo a coser, sino que tuvo una educación muy similar a la de los hombres”. Cuando volvió a Inglaterra, conoció a Richard Pankhurst, un abogado también muy comprometido con el sufragio femenino con el que terminó por casarse. Juntos fundaron la Women’s Franchise League, una más de todas las asociaciones similares que luchaban para lograr la igualdad de hombres y mujeres en el voto. Sin embargo, hablar con los políticos, proponer reformas a las leyes que impedían el sufragio universal y concertar reuniones con los partidos no era suficiente. El paso a la acción directa que propulsó Emmeline fue el resultado de una frustración generalizada entre muchas mujeres que, en palabras de la profesora Palomo, “estaban muy cansadas de intentos, intentos y más intentos”. Las fuerzas políticas desoían sus demandas y la empresa a la que muchas de ellas estaban dedicando su vida continuaba estancada.

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"Hechos, no palabras"

Cuando, en 1898, Richard Pankhurst murió, la figura de Emmeline ya era conocida para el gran público inglés. Todas las protestas de juventud habían caído en saco roto –cuando menos, en términos prácticos– y, pasados los cuarenta años, Emmeline Pankhurst, convertida en una líder contrastada, recordó un verso del poeta Percy Bysshe Shelley, al que había leído desde muy joven: “Hechos, no palabras”. La máxima se convirtió en toda una arenga y el tono del movimiento sufragista dio un vuelco. Las conversaciones con los políticos se transformaron en acciones de protesta mucho más radicales. Las manos que antes sostenían panfletos, ahora también lanzaban piedras y colocaban explosivos. “Era el camino natural”, opina la profesora: “Ellas habían visto cómo otras luchas se conquistaban gracias a la radicalización”. Cinco años después de la muerte de su marido, Emmeline fundó la WSPU (Unión Social y Política de Mujeres), a la que, por supuesto, se unieron sus dos hijas. El camino del sufragismo, cimentado por otras grandes mujeres antes de Pankhurst, había alcanzado un punto de no retorno de la mano de Emmeline, que se erigió como una de las grandes líderes de todos los tiempos y una oradora y estratega admirable.

Más tarde llegarían las discrepancias con su hija Sylvia, que abandonó la organización de su madre para fundar una propia de perfil socialista; la división del sufragismo tras la Primera Guerra Mundial, cuando una parte tomó posturas nacionalistas, aparcando la lucha sufragista por un tiempo para apoyar a Inglaterra en la contienda, mientras que otra se declaró internacionalista, pacifista y antibelicista; y el viraje a posturas conservadoras de Emmeline en el final de su vida. Pero todo eso escapa a los años de su juventud. “Lo que es evidente es que ella dedicó su vida a la causa. Y no solo la suya, la de toda su familia”, asegura la profesora. El 6 de febrero de 1918, al fin, las sufragistas lograron que todas las mujeres mayores de 30 años con un mínimo de solvencia económica pudieran votar y no fue hasta 1928, el mismo año de la muerte de Emmeline, como si de un guiño de la historia se tratara, que el Reino Unido aprobó el sufragio universal.

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