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Johnny antes de Jimi Hendrix: el niño pobre y la escoba de seis cuerdas

Hay que imaginarse una familia bien pobre, bien desestructurada y bien complicada. El pequeño Johnny Allen Hendrix nació en Seattle un 27 de noviembre de 1942. “Su padre era militar y no tuvo contacto con él hasta que el pequeño cumplió tres años”, explica Javier Miralles, cofundador de la escuela de música RockCamp. “Además”, continúa, “tanto él como su mujer, la madre de Hendrix, tenían problemas con el alcohol”. En la desordenada infancia y adolescencia de la futura estrella del rock hace especial hincapié el biógrafo Charles R. Cross en Jimi Hendrix: la biografía (editada en español por Ma Non Troppo en 2007). Cross insiste en que la trayectoria vital y profesional del guitarrista solo pueden entenderse a tenor del contexto familiar y social que lo vio nacer y crecer. “Eso sí”, apunta Miralles, “lo que más me impresiona a mí del caso de Hendrix es el estrechísimo vínculo que tuvo siempre con el instrumento”. Ya desde muy pequeño, los maestros veían cómo el chaval empuñaba una escoba como si fuera una guitarra. No sabían, ni lo imaginaban siquiera, que estaban delante de alguien que iba a convertirse en un mito de la música.

La cosa cayó por su propio peso. A la escoba vieja le salieron cuerdas y se transformó, primero, en un ukelele y, más tarde, en una guitarra. Desde entonces no hubo vuelta atrás. El pequeño Johnny —al que sus padres ya habían cambiado el nombre a James Marshall— y el instrumento que lo convertiría en uno de los mejores músicos de todos los tiempos no pudieron separarse nunca más. “Incluso cuando estuvo en el ejército”, recuerda Javier Miralles, “Hendrix pidió a su padre que le enviara la guitarra para poder tocarla en la base militar”. Pero eso es adelantar acontecimientos. Primero es necesario descubrir el camino sembrado de actos delictivos que llevó al joven Hendrix a convertirse en militar.

“Jimi Hendrix vivió 27 años, pero, por todo lo que hizo y por todo lo que pasó, cualquiera diría que fueron muchos más”, reflexiona Miralles. Desde la infancia tuvo que soportar la relación tortuosa que mantenían sus padres. Se divorciaron cuando el pequeño cumplió los nueve años y los jueces entregaron la custodia a su padre. Más tarde, en 1958, Jimi y su hermano Leon perdieron a su madre, de ascendencia cherokee, algo que siempre reivindicó Hendrix. “Es un tópico”, reconoce el cofundador de RockCamp, “pero la música siempre fue un refugio para el chaval”. Sin embargo, la mala situación económica y los malos tragos que tuvo que afrontar desde bien pequeño lo llevaron a cometer algún que otro delito. “De hecho”, apunta Miralles, “fueron precisamente esos delitos los que lo llevaron a las fuerzas armadas”. Al parecer lo cazaron hasta en dos ocasiones conduciendo vehículos robados y le dieron la opción de evitar la cárcel alistándose al ejército y así lo hizo. “No obstante, sus superiores pronto se dieron cuenta de que no tenía mucha madera para la vida militar”, sonríe. Ahora bien, no hay que pensar en la etapa que pasó como paracaidista como un tiempo para su carrera musical. En el ejército tocó, mejoró sus aptitudes y conoció a Billy Cox, el bajista con el que formaría la banda King Casuals y con quien tocaría también, andando el tiempo, fuera del ejército.

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“Parece que sus superiores se lo quitaron de encima”, explica Miralles, “aunque también existe la versión de que se fracturó el tobillo y por eso tuvo que licenciarse del ejército”. En cualquier caso, una vez liberado de todo lo que tuviera que ver con un paracaídas y un fusil, Hendrix empezó a dedicarse en cuerpo y alma a la música. Tocó en distintas bandas, entre ellas The Isley Brothers o la banda del gran Little Richard, “pero Jimi Hendrix necesitaba protagonismo”. Su habilidad con la guitarra iba en consonancia con su actitud excéntrica en el escenario y pronto se hartó de ser, simplemente, un miembro más de los grupos. Fue, de algún modo, una casualidad que lo viera tocar Linda Keith, por aquel entonces novia de Keith Richards, de The Rolling Stones: “A Linda le impresionó la destreza del joven afroamericano. Era diferente. No había tenido formación musical y hacía cosas con la guitarra a las que otros no se atrevían”. Por todo eso lo recomendó a algunos managers, aunque, al principio, no supieron ver su talento. Fue distinto, en cambio, cuando comentó el caso con Chas Chandler, el bajista de The Animals, que estaba ya planteándose colgar el instrumento y comenzar una carrera como productor. Faltaban unos cuatro años para que Jimi Hendrix desapareciera; cuatro años para que muriera en el Hospital St Mary Abbot después de que lo encontraran inconsciente en una habitación del Hotel Samarkand, en Notting Hill.

Pero en esos cuatro años pasó todo. Nació The Jimi Hendrix Experience y arrasó en el Reino Unido, se agudizaron sus problemas con las drogas, impresionó a The Beatles, apareció la violencia, dio el salto a los Estados Unidos, quemó guitarras y se convirtió, en definitiva, en un mito. Pero todo eso es harina de otro costal y pertenece a la leyenda, no al camino que lo llevó a convertirse en ella. “La leyenda de Hendrix empieza incluso antes de su muerte”, resuelve Miralles: “en los cuatro años vertiginosos en los que una estrella fugaz deslumbró al mundo”.

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