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Michelangelo Merisi antes de Caravaggio: un 'broncas' del siglo XVI con mucho talento

La que, a todas luces, es una de las mejores definiciones que se han dado de la figura de Caravaggio (Milán 1571-Porto Ércole 1610) se encuentra en las páginas de Caravaggio: una vida sagrada y profana del historiador británico Andrew Graham-Dixon. Dice: “La vida de Caravaggio es como su arte: una serie de relámpagos en la noche más oscura”. Y lo mismo ocurre con su niñez y su juventud, si es que en su vida hubo otra cosa. “Murió con solo treinta y nueve años”, tercia Cipriano García Hidalgo, profesor de Historia del Arte y divulgador. “En efecto”, continúa, “Caravaggio ya tenía un poco ese perfil de oveja negra en la familia y, una vez fue creciendo, se convirtió en un pendenciero, lo que hoy se conoce como un ‘broncas’”. Eso es lo que se desprende de los archivos judiciales de la época, prácticamente la única información que se ha conservado del artista. Todo eso es la oscuridad de la que habla Graham-Dixon. Sin embargo, existen también los relámpagos, la luz de sus cuadros: “Sin ninguna duda, se trata de uno de los pintores más influyentes y no solo en la pintura, sino que también en la fotografía, las artes escénicas y el cine”, apunta García Hidalgo.

Esos archivos judiciales y algunos otros datos biográficos dan la suficiente información como para que la posteridad haya podido dibujar un personaje talentoso, pero camorrista; aficionado a las prostitutas, pero acusado de homosexual; oscuro, pero brillante. “Tira piedras a la casa de su patrona”, escribe Graham-Dixon, “y canta canciones obscenas bajo su ventana. Llega a las manos con un camarero por el aliño de un plato de alcachofas. Se mofa de un rival con insultos sexuales gráficos. Ataca a un hombre en la calle. Mata a otro en una pelea con espada. Junto con su banda inflige atroces heridas a un caballero de Justicia en la isla de Malta”. Dicho de otra forma, Caravaggio fue prácticamente un delincuente.

“Incluso tuvo que huir de Roma cuando las familias poderosas que lo solían proteger no pudieron interceder por él”, comenta el profesor. Pero parece que el particular estilo de vida de Caravaggio podría tener su origen mucho antes de que llegara a Roma. Quizás haya que remontarse a su niñez. “Su hermano era el bueno”, explica Cipriano García Hidalgo. De hecho, terminó por ordenarse como sacerdote. En cambio, Michelangelo Merisi enseguida adoptó el papel de oveja negra: “Incluso sabemos que, a pesar de que estuvo yendo a clases de pintura durante cuatro años en su adolescencia, parece que no las aprovechó mucho, que prefería dedicarse a hacer otras cosas”. De lo que sí quedó plena constancia es de que en 1592, cuando el joven pintor rondaba los veinte años, marchó a Roma. Allí llegó, como suele decirse en nuestros días, con una mano delante y otra detrás, “y seguramente empezara a pintar de una forma más seria por necesidad”. De todos modos, la cercanía de su familia a algunos linajes bienestantes como los Colonna y los Sforza fue para él una especie de colchón nada desdeñable tanto para introducirse en los círculos artísticos de la ciudad eterna, como para esquivar los juzgados o el calabozo cuando sus fechorías y altercados se topaban de frente con la ley.

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Luces y sombras, literalmente

El joven Caravaggio pronto empezó a destacar. Pinturas como Los jugadores de cartas (1595) o Chico mordido por una lagartija (1596) lo pusieron en el mapa, pero ambas, y el resto de las obras de ese período, eran trabajos por encargo destinados a decorar salones particulares y, por tanto, no tenían proyección. “Su salto a la fama llegó con los encargos para algunos espacios religiosos importantes en Roma”, tercia García Hidalgo. Las obras sobre San Mateo que realizó para la Capilla Contarelli ejercieron una gran influencia entre los jóvenes artistas que probaban suerte en la ciudad. “Es el tratamiento de la luz y las sombras la gran innovación de Caravaggio”, apunta el profesor: “Él consigue una gran verosimilitud en sus pinturas gracias a la sensación de claridad y oscuridad que logra imprimir en el lienzo”. Fuera de toda duda, es el máximo exponente del claroscuro, que en su pincel se conoce también como tenebrismo. Sin embargo, hubo cuadros que pintó para la Iglesia que no gozaron de gran aceptación. Es el caso de los que pintó para un pequeño altar en la Basílica de San Pedro. Rápidamente la institución religiosa retiró La Madonna con el niño y Santa Ana. Consideraban la obra “todo vulgaridad, sacrilegio y disgusto”. Algo parecido sucedió con La muerte de la virgen.

Hoy, ambos son dos de los cuadros más importantes de toda su producción, pero, en su momento, fueron un escándalo. Fueron dos sombras más en una vida llena de ellas, que terminó, por cierto, demasiado pronto. Eso sí, los fogonazos de luz fueron los más brillantes de toda la historia del arte.

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