Pablo Iglesias ha pegado este jueves una patada a muchas empresas periodísticas… en el culo de uno de los “plumillas” que seguían una conferencia del político en la universidad. Así lo cuentan todos los medios, incluido Infolibre, que destacan como buena parte de los periodistas presentes abandonaron el acto en solidaridad con el aludido. El ataque ha ocasionado de inmediato reflejo en las redes sociales donde, con más apasionamiento que reflexión, se ha descalificado a ofensor y colectivo de ofendidos. El propio Pablo ha escrito en tuiter: “Siento haber ofendido y pido disculpas. No debí personalizar. Pero dije la verdad. Vean aquí el vídeo y juzguen”. (O sea un magnifico ejemplo de “sostenella y no enmendalla”). Por otra parte, y frente a las críticas “corporativa”, algunos de sus partidarios recordaban episodios como el de plasma de Rajoy, ruedas de prensa sin preguntas, y otros dislates de la profesión.
En mi opinión, otra vez nos quedamos mirando al dedo, en lugar de a la luna. Nadie que conozca el momento actual de la profesión puede negar que hay medios y periodistas bien conocidos que destacan o silencian las informaciones por sumisión política o económica. La crisis, que aún soportamos, ha dejado a los grandes medios de comunicación más dependientes que nunca del favor de los poderosos, y sus propietarios no ven otra salida que disminuir las plantillas -hoy mismo se relata el inmediato despido de 224 trabajadores de Unidad Editorial, 91 de ellos periodistas de el diario El Mundo, en el que presta sus servicios el señalado por Iglesias-. Pero no es menos cierto que centenares, miles, de periodistas intentan cada día cumplir dignamente con su tarea, que mantienen incomodas peleas por ofrecer una información veraz y plural.
Veamos el ejemplo de RTVE, empresa pública en la que los representantes de la plantilla llevan años denunciando mala prácticas informativas. Cuando Pablo Iglesias, como otros representantes de la oposición al PP, visitan sus instalaciones portan el lazo naranja, símbolo de la reivindicación de una radio y televisión al servicio de los ciudadanos, promovido por los trabajadores y por los Consejos de Informativos. ¿Prenderse el lazo es una muestra de repulsa a la dirección que durante meses silenció a Pablo Iglesias y Podemos? ¿Es, al tiempo, una muestra de solidaridad con los profesionales que denuncian la manipulación? En definitiva, ¿se hace por convicciones democráticas, o por oportunismo político?
Iglesias, como cualquier otro político, como cualquier otro ciudadano, tiene el derecho de denunciar a quien le parezca que le perjudica. Es más, puede negarse a visitar las sedes de los medios que, en su opinión, van a tergiversar su mensaje -aunque en sus inicios políticos no mostrara ningún empacho en acomodarse en las tertulias de Intereconomía, medio adscrito a la derecha más extrema-. Otra cosa es arremeter contra un informador, con nombre y apellidos, por desempeñar su trabajo en un determinado medio. Atacar al débil y contemporizar con el fuerte es una práctica habitual de una determinada casta: la que detenta el poder. Pablo Iglesias se ha alineado este jueves con ella. Si se trata de un error, debe pedir perdón sin excusas. Defender una información libre pasa por el respeto a los profesionales, no en la utilización coyuntural de los grandes principios, para arrumbarlos tras obtener los objetivos.