¿Qué es la democracia?

Carlos Reyna Rosales

El título que encabeza este artículo bien podría ser el título de un capítulo de cualquier manual de ciencia política. Pero hoy no escribo para reproducir aquí lo redactado en manuales politológicos, tampoco será una contestación a la pregunta que encabeza este artículo.

Cuando pensamos en democracia, la primera imagen que se nos viene a la cabeza, la mayoría de las veces, es la acción de depositar un trozo de papel en una urna. También, si hacemos un repaso histórico de la implantación de la democracia en países y ciudades, pensaremos en la polis ateniense y el modelo democrático de asamblea, en el que “todos” los ciudadanos de Atenas participaban en las decisiones políticas.

Recordemos también que, en aquella época, no se consideraban ciudadanos ni a los esclavos, ni a las mujeres, por lo tanto no podían participar en el devenir político ateniense. Sin embargo, si pensamos en el modelo de democracia liberal o democracia representativa actual, debemos fijarnos en los comienzos del sistema parlamentario inglés, que resultó un sistema político revolucionario en el que su objetivo era evitar la tiranía del monarca británico contra la burguesía inglesa. Este modelo de representación política ha perdurado y sigue perdurando de forma estable, exceptuando el período previo de entreguerras y durante la II Guerra Mundial, con la aparición del fascismo como contraposición a la democracia representativa y los mecanismos y componentes con los que se forma.

Desde el comienzo de la crisis económica, allá por el año 2007 hasta hoy, se ha mostrado paulatinamente como las instituciones políticas de los Estados occidentales no han sido capaces de amortiguar los efectos que ha producido el estallido de la burbuja inmobiliaria primero, y la crisis crediticia de ahora. Esto ha conllevado una merma de los recursos de los individuos y familias más desfavorecidos que ha hecho que el nivel de desigualdad social aumentase. Por consiguiente, ha dado lugar a que se produjera la desconexión total entre la sociedad y sus representantes políticos.

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La imagen que se ha mostrado y se muestra todavía es de una perfecta incompetencia para gestionar las distintas crisis que se han originado; no solo económica, sino social y de valores. El descontento y el desánimo hacia la élite política se ha traducido en numerosas manifestaciones, huelgas generales, concentraciones ante la sede central del partido de gobierno y resultados muy negativos en las distintas encuestas realizadas por empresas demoscópicas, sobre todo en contra del liderazgo que ejercen Mariano Rajoy Brey y Alfredo Pérez Rubalcaba en sus distintas formaciones políticas.

Mientras, las declaraciones de varios personajes políticos, poniendo el foco de atención en los límites de la protesta ciudadana, no hacen más que aumentar el grado de crispación social y política. En esta tesitura tenemos que hablar de democracia de máximos y de mínimos. A la élite económica y política para sobrevivir solo le hace falta un modelo democrático estrecho o mínimo en forma de poca transparencia en la administración, o algo que está muy de moda ahora, las ruedas de prensa sin preguntas.

Sin embargo, la ciudadanía necesita que las líneas rojas de la democracia se maximicen en forma de mayor transparencia en los asuntos concernientes con el Gobierno. Por lo tanto, esta situación ha desembocado no en una crisis de la democracia en general, sino de la democracia representativa en particular y de los mecanismos que la componen. La participación cada vez menos se canaliza a través del partido o representante político sino que surge de modo espontáneo y en grupos heterogéneos. A fin de cuentas, la democracia es un elemento muy necesario para los ciudadanos, no fue creada por otro motivo que el permitir la participación de estos.

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