Democracia y partidos políticos

Emilio A. Díaz Berenguer

¿Se debe cuestionar hoy a los partidos políticos como exclusivo brazo armado de la democracia? Para mí, la respuesta es clara e inmediata: sí. Y esto a pesar de que, el que lo hace, corre el peligro de ser tildado de fascista o de antisistema, un nuevo término con el que se quiere identificar hoy a los ultraizquierdistas. Negar la evidencia no es un buen método para sembrar el camino del futuro y menos en las actuales condiciones económicas en Europa y el resto del mundo.

Los partidos políticos han pasado de ser un elemento imprescindible para el ejercicio de la democracia, a ser un lastre que condiciona la esencia de la democracia misma, al limitar de manera sustancial la participación de la ciudadanía, y transformar el sistema político, de hecho, en una partitocracia. Pero la realidad es aún más cruda. En los partidos el poder orgánico está controlado por castas o baronías, que niegan el pan y la sal a la oposición interna en los mismos. Esto es constatable tanto en los partidos políticos de la derecha, como en los de la izquierda. Además, desde lo orgánico no sólo se controlan las instituciones a las que se accede, sino que, si las circunstancias lo permiten, van más allá e intentan identificar ante la opinión pública lo orgánico con lo institucional.

El caso más paradigmático de esto último fue el de CiU durante los mandatos del honorable Pujol, aunque no faltan otros tales como el del PSOE en Andalucía, del PP de Fraga en Galicia o el del PSOE de Bono e Castilla-La Mancha. En esta última comunidad autónoma, durante la presidencia de Bono, el PSOE jamás ganó unas elecciones generales. Este tipo de populismo es asumido con facilidad, y asiduidad, por los partidos políticos y sus dirigentes, sin una especial distinción de colores.

Los ciudadanos castigan a todos los líderes

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Sería una osadía desde mi humilde atalaya proponer alternativas, pero lo que sí tengo claro es que la clave debería estar en la recuperación del poder por la sociedad civil a través de sus organizaciones actualizadas en función de la realidad socioeconómica del siglo XXI, al estilo de la revolución que supuso la aparición de las ONG para la realidad social de los países menos desarrollados, aún con todas sus limitaciones.

En España, durante la transición de la dictadura a la democracia, los partidos políticos, en su estrategia para monopolizar el poder político, especialmente los de izquierda, asaltaron y neutralizaron las estructuras de la sociedad civil que tanto coadyuvaron a la trasformación, tales como las asociaciones vecinales, las de profesionales, etc. No se trataría de resucitarlas, sino de crear otras que canalizaran el acceso de la ciudadanía al poder y las decisiones, de acuerdo con la sociedad de las nuevas tecnologías de la información y de la comunicación.

No hay futuro para los partidos políticos en su versión actual. La democracia participativa debe inundar sus propias estructuras y acabar así con una situación en la que el fin justifica los medios y en la que la aristocracia de la clase política monopoliza la res pública. Unas elecciones primarias abiertas, obligatorias y simultáneas sería un buen ejercicio de transición hacia la democracia participativa. La partitocracia tiene los días contados.

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