Arrepentimientos

Carlos Miguélez Monroy

Hacia el final de sus vidas muchas personas se arrepienten de no haber tenido más valor para vivir una vida auténtica en lugar de seguir el camino que otros le marcaron para cumplir sus expectativas. Así lo sostiene la enfermera australiana Bronnie Ware en The Top Five Regrets of the Dying (los cinco principales arrepentimientos de los agonizantes), que recoge sus entrevistas a pacientes a punto de morir.

Las vidas que muchas personas no pudieron o no se atrevieron a vivir se transforman en un poso que amarga sus vidas y les impide ver todo lo que han podido disfrutar. ¿Qué hubiera pasado si no me hubiera casado, si hubiera tenido hijos, si me hubiera atrevido a rebelarme, si hubiera protestado en determinada situación en lugar de callarme y convertirme en cómplice? El hubiera, ese camino idealizado que no tomamos ante una encrucijada determinada, carcome muchas conciencias.

Olvidamos que entonces no se tenía la experiencia de la madurez, quizá la fuerza y la perspectiva para elegir otras opciones. Nos fustigamos como si no pudiéramos aprender a asumir la forma en que hemos jugado nuestras cartas hasta ahora. Nunca puede ser demasiado tarde, y aún quedan proyectos, nuevas posibilidades. La recurrencia de este arrepentimiento radica en la forma en que nos han educado y en la que educamos para obedecer, para “ser prudentes”, no “cometer fallos”, no equivocarse, no hacer el ridículo... “No, no, no”. Nuestra educación hace hincapié en las respuestas y no en la importancia de aprender a hacer preguntas, de atreverse a cuestionar, de asumir que las caídas nos enseñan, nos hacen más fuertes si queremos aprender y no culpamos a otros ni a las circunstancias.

Otro arrepentimiento común consiste en haber trabajado demasiado, lo cual se relaciona también con nuestros modelos educativos que contraponen el trabajo con el placer, como si nunca pudieran confluir. No hay más que ver cómo tanta gente se queja en las redes sociales de los lunes, de lo mucho que falta para el fin de semana; “apenas es martes”, “estamos a jueves, ya casi termina esta pesadilla…”.

Si quienes se quejan trabajaran en condiciones de explotación, no escribirían en Facebook o en Twitter. Las escuelas y universidades “preparan” niños y “jóvenes” para determinados puestos de trabajo, como si estos no dependieran de las circunstancias económicas y sociales. Las aulas se convierten en océano de tiburones que pelean por los mejores puestos de trabajo. Es decir, el que deja más dinero. La obsesión social por el trabajo se relaciona con el materialismo y con el consumismo que hemos erigido como fin de nuestras vidas y que ha generado tanto individualismo. Así proliferan las “escuelas de líderes” o instituciones educativas clasistas vinculadas al poder.

Condicionar el éxito educativo a determinados puestos de trabajo genera frustración y produce infelicidad cuando no se cumplen las expectativas creadas, como ocurre con frecuencia. Quizá no todo mundo es feliz en la universidad, no todo mundo se sentiría realizado como abogado, como ingeniero o como licenciado de otras áreas. Se confunde la igualdad de oportunidades para quienes quieren una formación universitaria y tienen aptitudes con la presión social en torno a la universidad como medio para ganar dinero y “ser feliz”. Mucha gente se arrepiente también de no haber expresado sus sentimientos. Quizá por miedo al ridículo, a ser rechazado, por falta de autoestima y no haberse considerado importante; para no herir a los demás, incluso a costa del propio bienestar. A veces por soberbia. “Hubiera deseado haber mantenido contacto con mis amigos”.

Este arrepentimiento muestra cómo muchas personas caen en la cuenta de haber antepuesto el trabajo y las supuestas obligaciones a tomar una taza de café o una cerveza con los amigos. “Mañana lo llamo”, “ya le mandaré un e-mail…”. Pero no perdona el paso de los años, y la vida a veces ni siquiera nos deja decir “adiós” a tiempo. “Ojalá me hubiera permitido ser más feliz”.

Dice la autora que muchas personas caen en la cuenta, hacia el final de sus vidas, de que la felicidad es una opción para la que todos podemos prepararnos si afrontamos nuestro miedo al cambio, a expresar nuestros sentimientos y a vivir una vida auténtica. Mientras leemos estas palabras, aún estamos a tiempo.

*Carlos Miguélez Monroy (@cmiguelez) es periodista y coordinador del Centro de Colaboraciones Solidarias.

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