Instituto defensor del receptor de publicidad

Fernando Pérez Martínez

No tiene nombre, el destinatario de la publicidad carece de denominación. Para los emisores y generadores de mensajes publicitarios el objetivo de su “producto” es una masa abigarrada e inespecífica que ellos identifican como “consumidores potenciales” sin mayor concreción.

Cuando se dispara una campaña de promoción y divulgación de un elemento de consumo, se establece un fuego cruzado dirigido indiscriminadamente, a través de los canales de comunicación de masas, sobre quienes ellos entienden como consumidores potenciales, produciéndose como daño colateral la rociada sobre todos aquellos que sin estar implicados en la posible transacción, pasaban por allí. Contaminando con sus enredos promocionales a la multitud sin reconocer responsabilidad alguna sobre la violencia de abordar a millones de personas para nada, irrumpiendo en su intimidad para hacerles perder el tiempo, para molestarles con sus cantinelas inútiles, sus argumentaciones tendenciosas, su contaminación visual y auditiva que asalta a los viandantes que deambulan pacíficamente, inmersos en su quehacer, entre vallas publicitarias de calles y carreteras, o irrumpiendo en la intimidad de los hogares a través de los receptores de internet, radio y televisión para insertar en la mente de los niños, adolescentes, adultos y ancianos su particular forma de entender la vida, el progreso, la diversión, el amor, el sexo…, gravando su impronta comercial…, sin recato escudándose en un acuerdo contractual establecido entre el patrocinador de los mensajes y la empresa de distribución, excluyendo del mismo al destinatario de sus desvelos.

El receptor del eslogan, el objetivo de todo el enredo mediático, contractual y económico es ajeno a la emboscada aparentemente incruenta que se teje a sus espaldas. Sólo se le considera como parte de este juego millonario en calidad de pieza a cobrar, un semoviente provisto de un puñado de euros, blanco de una celada productiva de la que como mínimo será impertinentemente molestado, irrespetuosamente zarandeado y distraído de sus actividades para introducir una necesidad prescindible que le producirá una merma en su economía, un alfilerazo a su patrimonio, un arañazo en su cartera.

A cambio correrá con todos los inconvenientes que implican su caza. Su horizonte visual se verá restringido por las imágenes exaltadas que los departamentos oportunos tengan a bien considerar más adecuadas a los fines perseguidos. Las melodías, espectáculos o diálogos que agradan a la ciudadanía se verán interrumpidos por sonidos más o menos estridentes tendentes a modificar su estado de ánimo hacia los objetivos de venta pertinentes con la producción. Su atención será acosada y acorralada por imágenes variopintas que tras una apariencia casual e intrascendente, apuntan indefectiblemente a fijarla en el disparadero del mostrador y la caja registradora…

Toda esta desmesurada exhibición de medios voluntariamente puestos en juego, premeditadamente dispuestos en orden a obtener un mezquino beneficio económico se cierne sobre la ciudadanía, que ajena a ser objeto de tanta atención interesada, se dedica a sus propios asuntos sin reparar en que para todo este conjunto de poderosos y sofisticados medios desplegados, él, su bolsillo, es el trofeo.

Sesudas investigaciones llevadas a cabo por laureados equipos universitarios que acumulan décadas de análisis sobre el comportamiento humano, hábitos, predisposición anímica a la que inducen la presencia de colores y melodías, debilidades de la carne y de la psique, sinergias afectivas, y otras interioridades de nuestro espíritu, han sido diseccionadas mediante estudios de laboratorio para llegar a ti, sin que el objeto de tan exhaustivo escrutinio sea consciente del asunto que se ventila entre esa imagen de una inocente señorita que se estira las medias sobre sus piernas interminables bajo una luz cálida e íntima de su habitación, tú y un telefonito móvil de ultimísima generación provisto de tantas funciones que jamás llegarás a utilizarlas todas, pero que a la luz de la alcoba de la señorita de piernas de seda, comprenderás como imprescindibles en tu vida.

Resumiendo: de una parte los fabricantes de objetos de consumo a través de sus divisiones de modificación de la conducta humana y propaganda, y de otra los propietarios de los medios de difusión, con el beneplácito de las autoridades competentes representadas por la clase política, convenientemente untada no sólo de argumentaciones a favor de la libre empresa, acuerdan que se levanta la veda, que la ciudadanía es legalmente declarada objeto de persecución física y acoso psicológico por parte de las empresas productoras de bienes de consumo para generar en cada ciudadano de cualquier edad y condición la necesidad de destinar parte de su presupuesto económico, su tiempo y su horizonte físico y vital a satisfacer las ambiciones económicas que les plazca establecer a aquéllas, sin que éstos sean conscientes de la operación y sin percibir beneficio alguno por la cesión de sus espacios urbanos y paisajísticos, mentales y afectivos que requiere la consecución de los fines definidos.

Los daños colaterales del hiper consumo inducido, correrán a cuenta de los objetos de la persecución. Las patologías secundarias a estas campañas promotoras del derroche (adicciones, enfermedades derivadas del abuso de grasas, azúcares…), serán financiadas por cuenta de los propios objetivos marcados por las empresas promotoras: infancia obesa, alcohólicos, anoréxicos, bulímicos, tabaquistas, víctimas de la moda, adictos a las compras y demás juguetes rotos y derivados que figuran en la literatura médica. Todo legal.

No tienen nombre, nosotros, los objetivos de la publicidad, carecemos de nombre y por tanto del defensor oportuno, como el defensor del paciente, del pueblo, etc. Desde nuestro nacimiento vagamos ignorantes de la atención de que somos objeto, desorientados, por la línea de fuego, sobresaltados por los aparentemente incruentos fogonazos publicitarios que nos llevan y nos traen hacia ninguna parte, regidos por una jauría de irresponsables sin escrúpulos, que sin permiso se han inmiscuido en nuestras vidas, de las que sólo pretenden un puñado de miserables euros a costa de lo que sea.

Fernando Pérez Martínez es socio de infoLibre

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