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Los turbios bastidores de Alemania

Carlos Solsona

Al mismo tiempo que Merkel le pone una pistola en la frente a la sociedad griega en nombre de la estabilidad del euro, su país se llena de simpáticos patriotas europeos que, con un argumentario de fondo calcado al del Manifiesto 2083 del asesino Anders Breivik, reúnen a cientos de miles de personas en las plazas alemanas desde octubre con el fin de pregonar una cruzada religiosa contra la "islamización inminente de Europa".

Para empezar, los partidos euroescépticos de derechas (Alternative für Deutschland y el National-Demokratische Partei Deutschlands) apoyan abiertamente el movimiento pero insisten en que no se trata de política, sino de una expresión del malestar ciudadano. Merkel, a su vez, condena tibiamente las protestas islamófobas, centrando su preocupación en dar aliento a la atropellada idea de una Syriza euroescéptica y desestabilizadora (provocando que hasta El País haya tenido que echarle un capote a Tsipras).

Mientras tanto, el medio de radiodifusión internacional de Alemania (la Deutsche Welle) publica editoriales y artículos de opinión que oscilan entre la condena comprensiva y la connivencia velada con el fenómeno a través de declaraciones tan sutiles y elegantes como: "¿Qué podría pensar el alemán promedio aparte de que el islam es maloislam es malo? Siendo sinceros, nos parece extraño ver a mujeres con burkini en las playas de Berlín o a gente con caftán y barba orando por Alá en la estación de Colonia." 

El Gobierno alemán está "consintiendo" en su propio país el auge de un movimiento que, teóricamente, solo beneficiaría a los euroescépticos que quieren volver a la fuerza perdida de un estado-nación. Sin embargo, la cosa empieza a enturbiarse cuando nos damos cuenta que parte de los 18.000 manifestantes que se reunieron en Dresde el pasado 5 de enero no provienen solo de las ambiguas filas del euroesceptismo, si no del núcleo duro del conservadurismo de centroderecha. La idea de una Unión Europea basada en el principio de la integración y la convivencia no casa con el mensaje explícito del PEGIDA, simple y llanamente.

Frente al unidos en la diversidad, el lema oficial de la Unión Europea registrado en 25 lenguas, empieza a girar Alemania en torno al bávaro Mia san mia (en alemán: Wir sind wir. O sea: Nosotros somos nosotros). Tras esta perogrullada se esconde la jocosa expresión que los bávaros utilizan frecuentemente cuando quieren remarcar ante el resto de alemanes el orgullo que les produce su identidad regional y la negativa a reconocer al otro teutón como miembro de su entorno cultural.

Hace un par de meses, Horst Seehofer, presidente de Baviera, llevó al Parlamento alemán su propuesta de establecer por ley mecanismos de control sobre el idioma que los inmigrantes debían hablar dentro de sus casas. Ya no aprender el imposible dialecto bávaro, si no estar obligado a hablarlo con tu madre y con tu abuela, vengas de China o de Turquía. Por supuesto, la propuesta no tardó en ser rechazada e incendió las redes sociales con cientos de mofas por todo lo alto. Sin embargo, el hecho de que el presidente de la región más rica del país más poderoso de Europa proponga algo así puede estar indicándonos algo, pues tampoco es baladí que uno de los grupos impulsores de PEGIDA sea la CSU, el partido que representa Seehofer, hermano gemelo de la CDU desde tiempos inmemoriales. Y no solo eso, pues si nos creernos el artículo de la Deutsche Welle antes citado, el 46% de votantes del SPD siente algún tipo de simpatía hacia el movimiento.

Y entre tanto, el Gabinete de Merkel lucha desaforadamente contra la victoria de un partido griego que repite por activa y por pasiva la necesidad de constitución de una eurozona plural, integradora e igualitaria. ¿Casa la idea de una Unión Europea con el mensaje de Merkel? 

¿Es PEGIDA el síntoma del renacer de un sentimiento hegemónico del pueblo alemán? ¿Reivindicar la pureza de lo europeo y apoderárselo frente a la amenaza fantasma del islam conduce al refuerzo de la identidad colectiva alemana? ¿Es la actitud déspota y altiva del Gobierno alemán frente a Grecia otro síntoma de la conciencia del sacro imperio resurgiendo de sus cenizas? 

Quien se haya movido por Alemania sabe que el narcisismo de las pequeñas diferencias allí roza lo patológico. (Pregúntenle a un vecino de Düsseldorf por su paisano de Colonia). Este término, empleado por Sigmund Freud para explicar la obsesión por entrar en conflicto y diferenciarse de aquello que nos resulta más cercano, podría resumir muy bien la necesidad que siempre ha tenido Alemania de constituirse en una identidad única y diferenciada, de darse forma homogéneamente, quedándonos con ello para siempre grabadas en la retina sus consecuencias históricas. Pues, desgraciadamente, cada vez que Alemania ha empuñado el bastón hegemónico como objeto para la superación de sus diferencias internas nos hemos encontrado con resultados catastróficos.

Alemania en y con Europa

Alemania en y con Europa

Por todo ello, no quiero pensar que la misteriosa sintonía que tienen prácticamente todos los actores políticos alemanes a la hora de afrontar un peligro que les baje del trono de Europa (sea Syriza o la trasnochada amenaza islámica) pueda ser otro intento de superar ese narcisismo. Que ese doble juego de connivencia interna e intolerancia externa, de ser la defensa a ultranza de una Europa unida, "pero que sea mi Europa", no se materialice de tal forma que veamos en un cierto tiempo de nuevo a los alemanes luchando contra sus propias quimeras.

¿Está volviendo el espíritu del pueblo, el espacio vital, la ideología de sangre y suelo? No lo sé, pero me gustaría que la historia no tuviera que acabar dándole la razón a los desconfiados franceses.

Carlos Solsona es socio de infoLibre

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