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La libertad nos pertenece

Mayte Mejía

Algo estamos haciendo muy mal, y sugiero que nos lo hagamos mirar a fondo, ya que un estudio, elaborado por el Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS), dice que el 33% de los jóvenes españoles de entre 15 y 29 años, o sea, uno de cada tres, no considera que controlar a la pareja sea violencia de género. A ver si lo he entendido bien y no meto la pata: ¿medir la largura del escote y la de la falda, vigilar sus compañías descartando a aquellas que, según su propio criterio, no le convienen, calcular exhaustivamente los horarios, impedir que trabaje, vea a la familia, a los amigos, ninguneen su capacidad intelectual, o decirles qué pueden o no hacer, lo consideran menudencias cotidianas? ¿Cariñitos a la luz de un amanecer sin brillo?... No, no nos confundamos, porque esto es manipulación pura y dura.

Pero lo que me pone de muy mala hostia es que ellas, abducidas por el aguijón macho, consienten. Primero como mujer y luego como persona, tengo la obligación de hacer campaña en contra de estos mensajes ancestrales que lo único que consiguen es dinamitar el verdadero concepto de igualdad entre los seres humanos. De todos depende luchar para que la independencia que hemos conseguido en los últimos años no sufra un retroceso irreparable, pues, de lo contrario, a la larga –o a la corta– nos llevaremos las manos a la cabeza por haber sido tan descuidados. Nosotras parimos, decidimos, pero también educamos, a veces, ya lo sé, en la diferencia: lo azul y las patadas, con lo fuerte; lo rosa y las muñecas, con lo sensiblero. Basta ya de menospreciar la inteligencia femenina.

Teniendo en cuenta que a menudo el enamoramiento eclipsa el verdadero perfil del maltratador, lo que más me preocupa en estos momentos es que del acoso psicológico se pasa con mucha facilidad a las palizas y después al asesinato. En la personalidad de un chico de 15 años –de más ya es complicado– todavía se puede influir para que desarrolle la gama alta de los valores fundamentales, como el respeto, la tolerancia, la libertad del otro, la admiración por las cosas que hace quien comparte la vida con nosotros, etcétera. Y aquí sí que me parece que las madres, abuelas, hermanas, profesoras, amigas y demás damas, tenemos una tarea específica: consolidar el pensamiento de las generaciones que van a tomar el relevo en todo, fuera del contexto de la clasificación sexista.

Atrás quedaron las cursiladas de pedir por ellas en el restaurante, de firmar ellos los documentos y sentirse los amos porque, tal y como cuentan algunos, aportan la testosterona y el sueldo. La realidad de que biológicamente somos distintos no la va a negar nadie, pero coño, ya está bien, eh, que somos todas muy suficientes para enseñar el canalillo lo que nos dé la real gana y hasta donde se nos antoje.

Mayte Mejía es socia de infoLibre

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