Frío en las venas

Mayte Mejía

La ola de frío siberiano, que atraviesa nuestro país de norte a sur, pone al descubierto la cara amarga y cruel de los sin techo. Personas que se calientan entre cartones, a base de frotarse las manos, y a las que la vida les va arrebatando casi todo. Los ayuntamientos han activado la alerta para ofrecerles refugio, poniendo en acción los servicios sociales y la Policía Local, y en coordinación con ONG y voluntarios. Dos indigentes, que en los últimos días rechazaron el guante ofrecido por las autoridades para guarecerse de las bajas temperaturas, han fallecido en las calles de la ciudad de Valencia. ¿Cuáles son los motivos que empujan a un ser humano a preferir dormir al raso, con la que está cayendo, antes que hacerlo en un lugar seguro y cálido, y con la garantía de que a la mañana siguiente tendrá café y magdalenas? ¿Rechazo a cumplir horarios, higiene, normas de conducta…? ¿Será porque el deterioro mental que sufren ha desactivado totalmente el sentido de la convivencia? No lo sé, y no es fácil ponerme en su piel cuando tengo cubierta la cama con un mullido edredón.

Quizá cuando uno lo ha perdido casi todo y la esperanza es un estado de ánimo mermado, lo demás, por tremendo que sea, por mucho que desciendan los grados en el termómetro y la resistencia se agriete, resulta un mero desafío a la suerte. Es probable que piensen que verse entre tabiques es como ponerle grilletes a la libertad. Quienes de manera desinteresada dedican parte de su tiempo libre en recorrer las esquinas de los barrios y ofrecer ayuda e información, saben perfectamente a la cadena de eslabones a la que se enfrentan: alcoholismo, desempleo, delincuencia, desahucios, enfermedades de todo tipo, drogas… Sin embargo, una sociedad que no es capaz de reinsertar a los seres humanos es una comunidad fracasada; si no es convincente para arrancarles de la miseria, es un grupo de individuos frustrados. En una palabra, una metrópoli con los principios fundamentales en ruinas.

Todos tememos a la noche, porque bajo el manto de su oscuridad las emociones se magnifican; las suyas más. Sobre todo cuando las sombras del peligro se agrandan y muerden la resistencia de quienes duermen encima del asfalto, con miedo a que la intolerancia que a veces ronda por las calles les muela a palos. Como he apuntado antes, un número indeterminado de ellos no está por la labor de reinsertarse, bien porque su último tren pasó hace mucho, bien porque no quieren vivir en compañía, o… Pero, nuestra obligación, como compañeros de viaje que somos, es encontrar un argumento lo suficientemente atractivo y tentador como para que abandonen el filo de la navaja.

Mayte Mejía es socia de infoLibre

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