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El viaje desde la soberbia de Rato

Mario Martín Lucas

Dicen quienes le conocen personalmente que si hay un rasgo que caracteriza a Rodrigo Rato es la soberbia. Seguro que su ego disfrutó en aquellos años en los que se decía que era el mejor ministro de Economía de España desde la Transición, tanto como para, probablemente, llegar a imaginarse presidente del Gobierno de España a través de la designación digital de Aznar. Pero aquello no llegó, José María le infligió su primera gran derrota política cuando le confirmó que el elegido era Mariano, pero su premio de consolación no podía calificarse de menor, sería director gerente del FMI, corría el año 2003 y con ello, de por vida, tendría tratamiento de jefe de Estado.

Desde entonces para acá la sucesión de “errores”, al menos aparentes, encadenados por Rodrigo Rato y Figaredo es asombrosa. En 2007 anunció su abandono del FMI, justificando la decisión, incomprensible ya entonces, en motivos personales; volvió a Madrid aceptando puestos de consejero en Banco de Santander y Criteria (La Caixa), además de un puesto de directivo en Lazard, poniéndose al frente de los negocios familiares, a pesar de que la actividad empresarial nunca fue su fuerte. En 2010, consiguió el apoyo de Rajoy para ser designado presidente de la cuarta entidad financiera española en ese momento: Caja Madrid, con un desembarco en el que no supo rodearse del equipo adecuado, aunque sí de varios de sus colaboradores históricos en el ministerio de Econonomía y el FMI (Fernández Norniella, Miguel Crespo, etc…). No estableció contrapesos de poder con directivos de experiencia en el sector bancario, asumió las malas praxis de su antecesor, Miguel Blesa –tarjetas black, altas remuneraciones, elevados blindajes, amiguismo en la política crediticia, falta de profesionales en los equipos directivos, etc.–, y no afrontó de la manera adecuada el proceso de saneamiento que la entidad madrileña ya necesitaba entonces, para, en contra de toda lógica, pilotar una integración con Bancaja, inviable desde el primer momento, que configuró un monstruo, bautizado como Bankia, con más problemas que la suma de sus integrantes. La guinda definitiva la puso la forzada salida a Bolsa de esa entidad, en julio de 2011, rechazada por los inversores institucionales, cubierta a través del trabajo de la red de oficinas minoristas, entre los clientes habituales de las cajas de ahorro que integraron Bankia, ahorradores alejados del adecuado perfil de inversor. Una huida hacia adelante, para que en mayo de 2012 la entidad fuera intervenida y nacionalizada, con una inyección de 22.400 millones de euros de fondos públicos de todos los españoles.

Mientras tanto, Rodrigo Rato, negociaba contratos de Bankia con Lazard, teniendo pendiente de cobro “en diferido” más de seis millones de euros de ese banco de inversión para sí mismo y sacaba en efectivo dinero de su tarjeta blackblack, la cual también utilizó para pagar consumos de 463,20 euros, 464,83 euros y 459,81 euros, entre el 23 y 26 de febrero de 2011, en locales de la noche madrileña. 

Pero 2012 no solo fue el año en que dimitió de la presidencia de Bankia, tras perder la confianza del gobierno y de su propio partido, sino que ese mismo año se acogió a la amnistía fiscal aprobada por el PP, defendida por su antiguo colaborador, Cristobal Montoro.

Rodrigo Rato ya no aparece en las televisiones por sus viajes a dignitarios internacionales, ni siquiera por su actividad empresarial, ahora el exvicepresidente del gobierno de España, exministro de Economía, exdirector gerente del FMI, expresidente de Caja Madrid y expresidente de Bankia, solo aparece en los medios por acudir a los tribunales como imputado en el caso de la tarjetas black de Bankia, en el caso de la salida a Bolsa de esa misma entidad o como reiterado viajero de vuelos, en “clase turista”, a Suiza, un lugar donde, aparentemente, tiene algunos intereses, que no sabemos si tendrán que ver con la información aparecida en los últimos días, según la cual, el Sepblac (Servicio Ejecutivo de Prevención del Blanqueo de Capitales) investiga si cometió blanqueo de capitales tras acogerse a la amnistía fiscal.

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Rodrigo Rato, efectivamente, ha realizado un largo viaje desde la soberbia, hasta responder a los medios de prensa con la frase: “Es un tema personal y creo que no tengo obligación de hacer declaraciones sobre este asunto”. Su situación como doble imputado en el caso Bankia (tarjetas black y salida a Bolsa) e investigado por posible blanqueo de capitales, tras acogerse a la amnistía fiscal de 2012, explica por si sola lo ocurrido en este país nuestro, en la reciente historia –quizás al mismo nivel que el hecho de que quien fue presidente de la Generalitat de Cataluña, durante 23 años, Jordi Pujol, sea un confeso evasor fiscal o que el partido político que gobierna con mayoría absoluta España, el PP, sea beneficiario de donaciones, en un año aún no prescrito, 2008, por un importe que superaba, en 100.000 euros, la cuantía del delito fiscal–. Se han sobrepasado todos los límites razonables.

Ramón Rato y Rodríguez de San Pedro, padre de Rodrigo Rato, fue condenado el 17 de febrero de 1967 a tres años de cárcel, y multa de 44 millones de pesetas, entre otros delitos, por evasión de capitales, con seguridad ese recuerdo está muy presente en el exvicepresidente de gobierno de España, exdirector gerente del FMI y expresidente de Bankia. De momento, en su caso, la justicia aún no ha dictaminado y la sociedad española está a la espera. La soberbia puede ser una anécdota, los posibles delitos no. 

Mario Martín Lucas es socio de infoLibre

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