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Tontos y cómplices

José M. Marco Ojer

Ahora que vamos distinguiendo y bautizando problemas y enfermedades que antes metíamos en el mismo saco, ahora que unas veces con más acierto que otras- vamos identificando la hiperactividad o el síndrome postvacacional, propongo se busque nombre a una “nueva” situación con la que me estoy encontrando.

Poner nombre es bueno. Es descubrir, identificar, dar realidad a algo que hasta ese momento era etéreo, confuso, impreciso. Ponemos nombres a nuestros hijos antes ya de nacer, dice el Génesis que el primer trabajo que tuvo Adán fue poner nombres y hasta Bob Dylan canta “el hombre puso nombre a los animales”. Pero a lo que vamos.

He descubierto situaciones que provocan en parte perplejidad y estupor, en parte vergüenza ajena, en parte enfado, en parte pena… y que no tienen nombre.

Me refiero a esas situaciones que se producen cuando los candidatos a cargos públicos juegan a baloncesto con los chavales del barrio, se pasean sonrientes en bici, se quitan la corbata, dan una vuelta por el mercado “colegueando” con el frutero o se codean con sus vecinos sacando su perro a pasear y cogiendo cívicamente las caquitas. Esos, los mismos que no se han acercado a la calle desde las últimas elecciones, que han quitado las becas de comedor a los chavales con los que juegan, que han hecho poco o nada por reducir la contaminación, que no tienen ni idea sin con el sueldo base se puede uno comprar de vez en cuando un kiwi o que no han sido precisamente ejemplo de actitudes muy cívicas.

Quizá no cumpla todas las leyes de la lógica, pero me hago el siguiente razonamiento: si cada campaña electoral gastan tiempo y dinero en este tipo de actividades será porque hacerlas, tiene consecuencias positivas; ganan votos, si estas puestas en escena son las que convencen a los ciudadanos para votarles. Conclusión: muy listos no somos.

En los mítines se repiten mantras, se acusa al contrario y apenas se expresan propuestas. Las campañas televisivas tienen el mismo formato y fondo que una campaña de detergentes. Los asesores de imagen saben muy bien que la ropa, el peinado, la sonrisa y parecer enrollado traen votos. ¿Cuál es la calidad de nuestra democracia? ¿Cuál es la incapacidad social para no ser conscientes de este paripé?

Pero además de tontos podemos ser también cómplices.

Cómplices como mínimo de lo que ahora llaman faltas estéticas, cómplices de actitudes nada éticas y cómplices también de delitos.

Es poco estético subirte el sueldo cuando a los demás se lo recortas, poco ético –aunque sea legal– cobrar tres dietas por tres reuniones que se han realizado la misma mañana y es delito cobrar comisiones, colocar al sobrino, prevaricar, abusar de tu poder y un sin fin más de ilegalidades que no sabíamos ni que existían.

Es cómplice quien sin ser autor de un delito coopera en su realización. ¿Es cómplice entonces quien coloca en un puesto a políticos corruptos? ¿Es cómplice entonces quien les vota?

Desbordados como estamos de corrupciones, confusos por las terminologías legales, impotentes cuando los partidos no hacen limpieza en sus listas, ¿qué nos queda a los ciudadanos? el voto.

Quizá haya que sacrificar momentáneamente nuestras ideas para que los partidos, sean del color que sean, entiendan que no queremos ser administrados por delincuentes y quizá convenga recordarles que la presunción de inocencia en el ámbito legal no es incompatible con la responsabilidad en el ámbito público. Es decir, que puede no haberse celebrado el juicio, que una sentencia puede no ser firme y que por tanto no exista condena; pero esta situación no es incompatible con que en aras de una limpieza legal, ética y estética, determinados candidatos no figuren en las listas.

José M. Marco Ojer es socio de infoLibre

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