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¿Será bueno apartar del Gobierno a un político prudente?

José Sanromá Aldea

El señor Rajoy, para quienes le alaban diciendo conocerle, es un político prudente. Los demás podemos deducir que lo es por haberle visto practicar con tesón, a lo largo de su ascendente carrera política, "el arte de dejar estar las cosas" del que hizo máxima Baltasar Gracián en su obra El arte de la prudencia. A fe del resultado, que doran muchos medios, aquí lo tenemos: como presidente del Gobierno; hubo de aguantar lo suyo para llegar al cargo -incluso, durante largo tiempo, la pesada influencia del dedo que lo señaló-, pero a la tercera fue la vencida. Aunque algunos, en el jolgorio del guirigay mediático, no le atribuyan más lectura que la del Marca, donde no se suele citar a nuestro oráculo barroco (y además, ¡qué mal habría en ello!), nadie puede afirmar que no fuera de este de quien aprendiera que lo más cuerdo, en tiempos críticos, es retirarse a ese seguro puerto del dejar estar. Sobre todo cuando ni se sabe lo que hay que hacer ni se quiere hacer lo que uno sabe que debe hacer.

Tras su primer intento de acceder a la presidencia dejó estar la gran mentira de Aznar sobre el atentado terrorista del 11-m (con la que este endosó a su nombre la derrota electoral del PP en las elecciones de 2004). No le importó que ese "dejar estar " fuera una afrenta continua no solo a la legitimidad del Gobierno de Zapatero sino también a la Administración de justicia, a la policía y a todos cuantos no se tragaban el bicho de la conspiración como causa de la derrota. Posiblemente, en esa circunstancia, sabía lo que había que hacer pero no quiso hacerlo, para no verse privado de los apoyos mediáticos necesarios para tener una segunda oportunidad.

Y la tuvo. La aprovechó para una nueva derrota en 2008; esta ya propia. Algunos sabios analistas habían predicho que si esta llegaba, tras la alocada labor de oposición practicada por el PP, este quedaría al borde de la disgregación: una democracia seria no podía dejar de hacer pagar las consecuencias a un partido de gobierno con un comportamiento tan desleal con las instituciones. Pero Rajoy demostró que sabía cómo funcionaban las cosas en una democracia declinante y en unos partidos declinados: cuando las exigencias de un correcto funcionamiento pueden ser dadas al olvido al amparo de la molicie cuasi general que permitía el crecimiento económico de aquellos años, ¿quién era nadie para decirle a nadie, y menos al súper,  cuántas copas se podían beber? Así que ¡viva el vino!, aunque después viniera la duradera resaca de la alegre borrachera urbanística. Es más, con esa experiencia de comulgar con ruedas de molino, cogió la desenvoltura necesaria para, cuando le llegó el apuro Gürtel, hacerse la foto de familia que le hacía coro silencioso a sus sentenciosas palabras: "No es una trama del PP sino una trama contra el PP".

Recuérdese, a efectos de extraer alguna consecuencia, que aquella fase expansiva de la economía -sobre todo de los negocios financieros- fue precedida de dos fracasos: la promesa electoral de renovación democrática que hizo Felipe González en 1993 y la promesa electoral de regeneración que hizo Aznar en 1996. Este consiguió la presidencia aupado en el eslogan de que los gobiernos socialistas eran "despilfarro, paro y corrupción", y en la autoproclamada naturaleza incorruptible del PP. Ahora muchos saben que, en esos tres índices , el PP, bajo el inconmensurable líder y luego bajo su sucesor, iba a ser capaz de batir las mejores marcas.

En la última campaña electoral decía Gabilondo, no Iñaki sino su valiente hermano Ángel, que alguna gente piensa que como es profesor de Metafísica tal título conlleva naturalmente el ir chocando contra las paredes. A pesar de esa creencia, Gabilondo está demostrando saber cómo se circula por el proceloso desenvolverse de la política actual. Pensó alguna gente que como Rajoy es registrador de la Propiedad tal título le capacitaba para saber de la importancia de las anotaciones sobre las cuentas del partido. Rajoy -que había demostrado que hablaba bien , ascendido a la cumbre, demostraría que iba a saber callar mejor. Mérito en aquel PP debía ser que el mandamás supiera conservar la propiedad de los silencios que interesaban a la cúpula sin necesidad de registrarlos. Dicho de otro modo, a pesar de las creencias,  ser registrador no le obligaba a conocer y anotar debidamente, para conocimiento público, hechos claves de su partido (por ejemplo su financiación) pero de interés general, incluyendo en este el de sus electores y el de su militancia.

En realidad, nos podría decir que una cosa es el Registro y otra la política; y él, como opositor a registros con éxito gana lo suficiente para no necesitar sobresueldos, y como político prudente, fue capaz así, callando y no anotando, de ganar el Congreso de Valencia. Claro que tenía que hacerlo. Rodeado de muchos Camps por delante, por detrás y por todos lados; y pudo dejar estar las cosas en el PP como le habían venido de Aznar e iban a seguir estando bajo su mandato: recibiendo para su partido cariño a raudales, en forma de billetes, de empresarios más que liberales. Además, frente a los incompetentes ministros socialistas de Zapatero, el PP seguía sobrado de gobernantes y ex gobernantes solventes, milagrosos, líderes políticos incombustibles, a la par que ciudadanos ejemplares; léase, a título de ejemplo, Matas, Baltar, Fabra y paremos de contar porque habría cuerda para demasiados ratos. A todos ellos, puestos en apuros por su contumacia en el bienhacer que entonces se estilaba, los ensalzó públicamente Rajoy para demostrar lo que tantas veces había dicho el presidente Aznar: que el PP era un partido "incompatible con la corrupción"; como a su vez ha quedado demostrado en las cuentas de sus tesoreros in illo tempore. Aunque tambien puede ser que esos elogios expresaran tan solo que necesitaba su ayuda.

Y a la tercera fue la vencida. Tras tanto dejar estar, todo pasa y todo llega, le llegaron al PP las apabullantes victorias en las municipales, autonómicas y generales de 2011, que le dieron mayorías absolutas para gobernar por doquier. Para explicarlas no faltó quien adujo que en realidad no hubo mérito alguno en Rajoy sino que fue la forma en que el presidente Zapatero se comportó en la crisis de mayo de 2010 --cuando la luego famosa troika nos apretó los tornillos- la que endosó la derrota venidera a nombre de Rubalcaba. Aquel ciclo electoral de 2011 (tras años de crisis ) y singularmente el resultado de las elecciones generales -que convirtieron a Rajoy en presidente del Gobierno de España- fue el momento cumbre del funcionamiento bipartidista. Ante un presidente socialista, con un prestigio demolido a maza y martillo, la salida a la crisis, a los ojos de una opinión pública muy bien desinformada, era darle el relevo con el presidente del PP, el partido incorrupto, lleno de hacedores del milagro económico español, dispuestos a reeditarlo. Ya lo hicimos una vez y volveremos a hacerlo otra, proclamaron.

Como presidente, Rajoy, por supuesto, no se ha limitado a dejar estar las cosas. Pero no se ha olvidado de practicar este arte. Sobre todo en asuntos de gran importancia. Por ejemplo, en el ámbito económico-social ha dejado estar el agravamiento, consecuente a su gestión de la crisis, de las desigualdades hasta niveles que condenan a la marginación social a millones de personas. O en el ámbito estrictamente político, ha dejado estar la cuestión catalana enredada en un debate simple sobre el soberanismo y las banderas, en el que Mas y Rajoy tan bien compiten, mientras se han entendido a lo largo de la legislatura en política económica y social. Esto de las banderas tiene su miga en la secular España (incluidos País Vasco y Cataluña), donde, a veces, la cabeza se usa para topar y la bandera para envolver.

Ahora estamos ante unas elecciones generales que posiblemente van a ser las más importantes desde hace más de treinta años. Cerrarán el ciclo electoral -con las catalanas mediante- que ha comenzado con las autonómicas y municipales. Estas han mostrado cuán desengañados están los electores de las mayorías absolutas en general, y en particular de las otorgadas al PP. Rajoy volverá a ser candidato para continuar en la Presidencia del gobierno de la nación. No lo tendrá fácil porque siguen soplando los vientos del cambio que ya le han limitado el descomunal poder institucional acumulado. Una buena parte de la sociedad no acepta que a pesar del crecimiento que muestran las cifras del PIB prosiga el curso degradante de la cohesión social. Alienta la esperanza de que otra política económica es posible, aunque todavía no se le haya explicado con la atención necesaria cómo puede ser esta. Confía en que una renovación de la democracia contribuirá a encontrar una salida progresista a la crisis. En suma,  esa parte, la más activa hoy, cree que los problemas tienen solución e incluso muchos piensan que a grandes males debieran corresponder grandes remedios.

Pues bien: es ahí por donde nuestro político prudente ha encontrado el flanco para atacar a cuantos pretenden y pueden dar término a su Gobierno. Hombre culto, podría recordarnos lo que escribió Gracián: Como a veces los males empeoran con los remedios, entonces el arte consiste en no aplicar ningún remedio, que es lo que él mejor sabe hacer y es lo que ha hecho. Pero siendo, además, un político versado en lides electorales, en las que es difícil digerir el chocolate espeso, su mensaje apelará con más claridad y contundencia a los ciudadanos para que extremen su prudencia a la hora del voto: los que quieren sustituirme echarán por tierra la recuperación económica y la democracia constitucional. Es decir no temerá acudir al voto del miedo.

No hay duda sobre quiénes son los que pueden dar ocasión al fin del Gobierno de Rajoy. Los mismos que han desplazado, tras mayo, al PP de tantos gobiernos autonómicos y de las grandes ciudades: PSOE y Podemos (con los conglomerados cívicos en los que este se ha insertado y algo de ayuda de la demediada y opada IU). Rajoy, para matar esos dos pájaros de un tiro, los presentará situados, aunque sabe que no lo están, en la misma línea de disparo. Sabe también que el principal enemigo electoral es el PSOE, pues es este el que tiene más al alcance adelantarle electoralmente y, en su caso, tiene más capacidad de pacto para formar mayorías de gobierno; y sabe, en consecuencia, que las propias esperanzas de seguir gobernando solo pueden cobrar vida si consigue ser la lista más votada y se asienta la idea peregrina en una democracia parlamentaria de que a esta, sin más, le corresponde el derecho a gobernar. Por eso la acusación principal ya la ha hecho: Pedro Sánchez se ha echado en brazos de los radicales, ha llevado al PSOE al sectarismo y le ha abierto las puertas a los bárbaros. Cualquier cosa que proponga Podemos será descalificada a cuenta de quien la hace. Cualquier remedio que proponga el PSOE será presentado como la prueba de un radicalismo infausto. Que Pedro Sánchez haya permitido el apoyo de Podemos para la investidura de algunos socialistas como presidentes autonómicos ha sido la ocasión para proclamar a los cuatro vientos que no es de fiar. Rajoy estaba esperando poder sacarse la espina que este le venía clavando en cada encontronazo en sede parlamentaria, cuando se le plantaba espetándole: "Yo soy un político limpio".   ¿Quién le quita la razón al presidente cuando dice que no puede fiarse de políticos así? Él está acostumbrado a fiar a tantos aquí ya referidos que no es preciso nombrarlos de nuevo; él ha fiado al innombrable al que le pidió aguantar y ser fuerte.

Si en algún tiempo existió una posibilidad de renovar, desde el bipartidismo, el sistema democrático nacido en el 78, la ocasión parece estar más que pasada. Y ahora esa posibilidad tendrá que abrirse empezando por dar fin a un mal gobierno, dirigido durante casi cuatro años desde un búnker político y sordo a los agobios vitales de tanta gente que lo está pasando peor que mal. Si Rajoy no ha pagado su propia cuenta, los electores se la tendrán que hacer pagar en las generales al PP que aún encabeza, sobre el que ahora ejerce un poder cuasi omnímodo. Si PSOE y Podemos están convencidos -aunque no  por idénticas razones- de que España necesita -para su economía y para su democracia- desplazar del Gobierno al PP de Rajoy, tendrán que comprender cuál ha de ser la naturaleza de sus relaciones durante, al menos, el período que va hasta las elecciones generales. Relaciones que ya han implicado acuerdos en ámbitos autonómicos y municipales, cuya suerte a ambos les afectará.

En realidad todo lo hasta aquí escrito es solo el antecedente de lo que a continuación queda tan solo enunciado.

En mi opinión, España y la izquierda o las izquierdas (no la derecha o las derechas) necesitan que esa relación sea de "colaboración competitiva". Será el modo de derrotar electoralmente al PP en particular y a la derecha política en general, que es y seguirá siendo, tras las elecciones, bastante poderosa. Pero el objetivo inmediato y obligado, tras este paso, no será en modo alguno echar al PP de las instituciones. Será conseguir un buen gobierno, capaz de impulsar una rehabilitación del entero edificio institucional (y su reforma constitucional) y también una transición económica en nuestro modelo de producción, distribución y consumo, pues solo con medidas de largo alcance puede hablarse de la posibilidad de erradicar el paro y dar sostenibilidad al progreso social y medioambiental. Y ese buen Gobierno tendrá que establecer con la derecha, en general y con el PP en particular, unas relaciones de "competición colaborativa", mirando hacia Europa.

¿Guerra de leyes en Cataluña?

Hasta entonces queda mucho trecho. Más vale no especular con el reparto de la piel del oso ni, dicho con valleinclanescas palabras, repartir pagarés a cuenta de la cucaña democrática. Antes habrá que conseguir que, en la opinión pública, se asiente la idea de que hay que apartar del gobierno de España al partido del político prudente. Este encabezará de nuevo su candidatura y contará mil veces que España, en franquísima recuperación económica, vuelve a ir bien; pero, ducho en lides, confiará más que en la credibilidad de este mensaje en otro: el que apelará al voto de los electores apoyándose -de forma subliminal (o expresamente por boca y pluma de otros si al caso viene)- en creencias refraneras, de nada desdeñable influencia y que casan bien con una idea conservadora de la prudencia. Podrían referirse varias pero baste con citar una: el remedio es peor que la enfermedad, variante suave de la apelación al puro miedo. El remedio es un PSOE que vuelva al Gobierno con más peso de alternativa que de alternancia.

Quede para un posterior artículo el fundamento de esta opinión.

                                                                                                                                                                     José Sanromá Aldea es socio de infoLibre

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