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Librepensadores

Coherencia

Mayte Mejía

Las últimas semanas han sido, en cuanto a la actualidad se refiere, muy calientes. Lo serán las siguientes y las otras, ya que se ha despertado el fantasma de las fobias y los miedos… Las elecciones en Cataluña han marcado la hoja de ruta en despachos políticos, redacciones de los pequeños y grandes medios de comunicación y, también, en la calle: cantera del periodismo de investigación. Asimismo se han disputado un titular en prime time: las palabras del expresidente del Gobierno Aznar, la lesión de Leo Messi, la bronca a una ecuatoriana de 16 años por decir en televisión que no creía en Dios, el día sin IVA en algunas grandes superficies, la que hay montada con lo de la manipulación de las emisiones de los motores diésel del grupo Volkswagen, los conflictos en Siria, Sierra Leona, Croacia…, la llegada de refugiados, la visita del Papa a EEUU, los diálogos de Castro con Obama, las tarjetas rojas que Alemania le saca al resto de la Unión, si considera que está fuera de juego y, por supuesto, todo lo que suceda posterior a este artículo.

En cualquiera de los casos, y sin restarle importancia a lo dicho anteriormente, me llama muchísimo la atención la noticia que viene desde Galicia, donde la familia de Andrea, una niña de 12 años con una enfermedad neurodegenerativa, pide encarecidamente al hospital que le apliquen la ley que regula la asistencia para una muerte digna, entrada en vigor este mismo año, tras aprobarla la Xunta por unanimidad. El servicio de Pediatría, alegando el principio de Bioética, se niega a retirarle la alimentación artificial, lo que, a juicio de los padres, no es ni más ni menos que alargar el sufrimiento de su hija, ya que no responde a ninguna estimulación.

Como persona adulta que desde hace muchos años tiene hecho el testamento vital, donde, llegado el caso, se especifica muy claro lo que deben hacer con mi cuerpo si entro en estado vegetativo, o porto una enfermedad irreversible, comprendo la decisión del matrimonio. Para los creyentes –no es mi caso–, estas situaciones, en las que entran en conflicto creencias y principios morales de diversos tipos, pueden suponer entrar en un callejón sin salida y un problema de envergadura. Pero dejando esta cuestión a un lado –allá cada uno con su conciencia y prioridades–, el núcleo central de este asunto es la dureza con la que se tienen que armar esos padres, clamando justicia a los tribunales, para que, amparándoles la ley, hagan que ésta se cumpla de forma efectiva. Me pregunto cómo serán las noches de los padres de Andrea, cuando, por un lado, ven que la vida de la niña se apaga, con el desgaste emocional que eso conlleva, y, por otro, que el volcán de su lucha externa precisamente se asienta sobre eso: conseguir que se acabe. Ojalá que cuando lean estas líneas el caso se haya solucionado, poniendo en marcha la maquinaria democrática de la coherencia, porque, de lo contrario, habrá que hacer una convocatoria, de la plaza a la escuela, de la tienda al ministerio, de la fábrica al viejo librero, para que corra la voz de que hay manifestación reivindicativa, en apoyo a Andrea, y a su derecho a descansar en paz, libre de los cables y de las sondas que la conectan con un mundo hueco.

Mayte Mejía es socia de infoLibre

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