Librepensadores

Celebraciones patrióticas

Andrés Herrero

Está de moda y queda muy bien, sumamente progre y de izquierdas, manifestar “no sentirse español”, “mandar a la mierda a la puta España”, “cagarse en las fiestas del Pilar”, “condenar el Día de la Hispanidad por el genocidio de los indígenas americanos y el coste económico que representa”, etc.

Letanía que provoca irritación y hartazgo, además de choques absurdos e innecesarios que no mejoran precisamente la convivencia. Denigrar y arremeter por sistema contra todo “lo español” es algo que se jalea, vitorea y celebra como un triunfo de la selección. Interesadamente, se identifica y asimila “lo español” con Franco, el PP y la Guerra Civil, como si todos los españoles comulgaran con esa ideología o fueran de esa condición, y no hubiera combatido en esta tierra la Pasionaria, existido Ramón y Cajal, o nacido en ella Cervantes.

Deconstrucción de lo español, que corre paralela a la exaltación nacionalista de “lo vasco” y “lo catalán” como quintaesencias de la perfección humana y compendio de virtudes, sin mácula alguna, olvidando por el camino que catalanes y vascos se aplicaron con el mismo ímpetu y entusiasmo que los demás peninsulares, en la tarea de la conquista, robo de riquezas y genocidio de América Latina, por lo que, si fueran mínimamente consecuentes, deberían rechazar la Diada y el Aberri Eguna, sus fiestas nacionales, con la misma firmeza que la del 12 de Octubre, Día de la Hispanidad. Porque se aprovecharon tanto como el primero y fueron tan culpables como sus compatriotas, salvo que lo hicieran por obediencia debida, y no por vocación, que todo podría ser.

Ni siquiera la señora Colau, ha podido demostrar que las “espontáneas” movilizaciones multitudinarias de la Diada hayan costado menos al erario público que sus homónimos festejos estatales, pero claro, hay que comprender que, cuando un “pueblo” cautivo como el catalán, lucha por “su libertad”, todos los recursos públicos se dan por bien empleados, y no hay por qué reparar en gastos ni echar cuentas. Lo importante es que todas las acusaciones y críticas se viertan siempre en la misma dirección: hacia el enemigo, hacia “ellos”.

Solo desde una óptica nacionalista, extremadamente sectaria y miope, se puede calificar como malo el neoliberalismo de Rajoy y estupendo el de Artur Mas, o creer que los gobernantes autonómicos catalanes han sido menos ladrones o mejorado en algo a los estatales. Pero por los independentistas que no quede, la imaginación al poder.

Sería también razonable que todo aquel que reniegue de ser español, solicite oficialmente asilo político en EEUU, Inglaterra, Alemania o Francia, esas benditas democracias superiores y sacrosantas, que nunca se han manchado las manos cometiendo genocidios, holocaustos, masacres y fechorías a lo largo y ancho del planeta, como hicimos nosotros; hitos gloriosos que también ellas conmemoran periódicamente para que la barbarie no decaiga. Y aunque en el lote entre de todo, desde clima o costumbres, hasta leyes y comida, cuando la tentación es tan fuerte, tonto sería resistirla, aunque sorprenda mucho la cantidad de extranjeros que prefieren vivir aquí antes que en su propio país, seguramente por masoquismo.

La verdad es que la suma de guerras, batallas, heroísmos y atrocidades nacionales constituye un sangriento festín difícil de digerir, en el que cada país puede reclamar con pleno derecho su parte, pero que concede pocos motivos para disfrutar de él y, todavía menos, para festejarlo. O se suprimen todos, o se honran todos, en recuerdo y homenaje a la legión de víctimas sacrificadas por intereses ajenos, para que nos sirva de lección.

El mal es general y desborda fronteras. Abordar los problemas sociales en clave nacional, no soluciona nada a los desahuciados, a los trabajadores ni a los parados, y únicamente beneficia a las oligarquías de turno que hacen de la desigualdad y las diferencias sociales, su divisa y su bandera.

En el concurso universal de nacionalismos y orgullos patrios, ninguno se salva ni se lleva la palma; todos salen malparados, y lo mejor que se puede hacer con ellos, es arrojarlos definitivamente al foso de la historia para que dejen de una vez de etiquetar, marcar y pastorear a los seres humanos como rebaños.

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Andrés Herrero es socio de infoLibre

y autor de la página web andresherrero.com

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