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13-N

La policía se despliega tras los atentados perpetrados este viernes en París.

Gonzalo de Miguel Renedo

Tras las matanzas de inocentes producidas en el corazón de la amiga Francia, alguien podría pensar que islamismo y terrorismo son sinónimos. No lo son, y así lo demostrará, una vez más, la mayoría racional de la población española, francesa y europea. No obstante, ataques como los protagonizados por terroristas que se escudan en una religión para justificar sus crímenes horrendos pueden servir de base para que sus equivalentes del bando de enfrente enciendan la mecha de su propia espiral de violencia. Lo mismo que aquellos, son pocos y son cobardes. Debemos ser conscientes todos de que la relación que hay entre un ejercicio sano del credo musulmán y la desviación demencial del yihadismo radical es la misma que puede haber entre quienes apoyan el discurso de una derecha conservadora y aquéllos que desde la ultraderecha querrían instaurar el nazismo, o, por ser ecuánimes, entre quienes confían en un proyecto progresista de izquierda y aquellos que todavía sueñan con la implantación de un estalinismo excluyente. No debemos confundir, pues, la generalidad con la excepción, la categoría con la anécdota; no debemos meter en el mismo saco de la sinrazón de cuatro fanáticos a la mayoría de los musulmanes que conviven pacíficamente entre nosotros. La normalidad es la norma. La aberración es la desviación. Caer en esa confusión sería el gran triunfo de los asesinos del pasado viernes negro en París. Nuestro corazón, hoy, debe estar con las víctimas, con todas las víctimas, las del presente y las del futuro, las caídas ayer y las que como reacción pudieran caer a consecuencia de una torpe interpretación de los terribles hechos acaecidos, tal y como desearían los fanáticos. Los terroristas acostumbran a dejar una última bomba trampa tras sus acciones macabras, a modo de recordatorio póstumo de su maldad. Dejarnos llevar por las más viles pasiones, retroalimentadas por su horror, criminalizar a inocentes que nada tienen que ver con aquellos de quienes, precisamente, quieren escapar, en cuerpo, unos, como los refugiados, y en alma, otros, los musulmanes de bien que ya habitan entre nosotros, repito, identificar el bien con el mal se convertiría en el mejor tributo con que podríamos honrar a los terroristas. Y ya dijo Ossorio y Gallardo*, bien que en otro contexto, que nuestro corazón no debe sentirse separado de nada ni de nadie, si no es de los hombres malos y de las malas acciones. Sólo.

*Político y autor de una biografía política de Luis Companys, Vida y sacrificio de Companys.

Gonzalo de Miguel Renedo es socio de infoLibre

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