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Un modelo parlamentario distinto

Luis Valdivieso Cañas

Tras las últimas elecciones generales se ha planteado una vez más la necesidad de un cambio sustancial en el sistema electoral. Aunque hace años Michel Balinski y Peyton Young demostraron que no existe ningún método de distribución de escaños entre tres o más partidos completamente equitativo, desde luego hay sistemas electorales bastante más representativos que el español (como los de Dinamarca, Sudáfrica o Nueva Zelanda).

Todos los regímenes parlamentarios adolecen sin embargo del mismo defecto: una vez nombrados los diputados, estos emiten en cada votación del parlamento un voto único sea cual sea el apoyo obtenido en las urnas. El procedimiento tendría sentido cuando se formaron los primeros parlamentos modernos, antes de las calculadoras y los ordenadores, pero no en la actualidad, cuando se pueden sumar de manera casi instantánea 350 números de cinco o seis cifras.

Una propuesta para incluir el apoyo real logrado por los diputados en las elecciones es esta:

Cada ciudadano confía la representación de su soberanía a un candidato de entre todos los que se presentan, pertenezca o no a un partido político y haya hecho más o menos hincapié en su campaña en las cuestiones locales que afectan al elector. Para formar las Cortes se designan los 350 candidatos que hayan conseguido más votos, cada uno respaldado por el número de ciudadanos que lo han elegido. El resto de los candidatos que hayan recibido un número de votos significativo (a determinar, ¿más de 300, de 500 votos?, ¿hasta abarcar el 99,5%, el 99,8% de los votos totales?...) otorgan la representación de sus votantes al cabeza de lista de su partido o a cualquier otro diputado mediante negociación y acuerdo, siendo este préstamo modificable según la conducta parlamentaria del prestatario.

Una vez constituido el Congreso, en él están representados todos los votantes con la misma fuerza, hayan votado a un grupo más o menos mayoritario y en una provincia más o menos grande. Después, en cada votación el diputado vota con el número de sus apoyos, y la suma de éstos da el resultado final (por ejemplo 13.560.251 a favor y 11.395.427 en contra). La mayoría absoluta no la tendrían entonces los 176 diputados de un grupo o una coalición, sino los 162, los 174 o los 185 que representasen al 50% más 1 de los votantes. El resto del funcionamiento del Congreso podría mantenerse parecido.

Desde mi punto de vista esta propuesta (tomada del libro El Falso Dilema del Prisionero) tiene la ventaja principal de reflejar realmente la diversidad de opciones de la ciudadanía, evitando dos consecuencias perversas del sistema actual. Por una parte la injusticia y la frustración del voto perdido, y por otra el flujo de votos hacia los dos partidos mayoritarios en las provincias pequeñas. Además, como efecto colateral beneficioso, al informar de los apoyos recibidos por los distintos candidatos ayudaría a permeabilizar la férrea estructura jerárquica de los partidos, y posiblemente a hacerlos más democráticos.

Pero claro, con este sistema no estaríamos asistiendo al espectáculo político de Cataluña ni habría tantas dificultades (aritméticas) para establecer en España un pacto de izquierdas viable

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