Librepensadores

La derecha venezolana sigue igual

Himar R. Afonso

Henry Ramos Allup, flamante presidente de la Asamblea Nacional en Venezuela, ha dicho en una entrevista que su partido se pone un plazo de seis meses para echar del Gobierno al presidente electo Nicolás Maduro. Es lo que tiene formar parte de una rama ideológica tan poco democrática, que a la primera victoria después de tantas batallas electorales perdidas, te crees con mayores mandatos que los establecidos electoral y constitucionalmente.

La oposición al oficialismo ganó las elecciones legislativas del pasado diciembre con dos propuestas estrellas: promover una ley de Amnistía para criminales y delincuentes condenados –que ellos y la prensa nacional e internacional han tenido a bien llamar “presos políticos”- y una nueva ley de telecomunicaciones con la que reformar el actual sistema de medios públicos venezolanos puesto que, en palabras de Ramos Allup, no son “fuente de información veraz y oportuna”. Todo ello apelando al mito de la palabra “cambio” como argumento en sí, más allá del contenido. Las ideas no trascienden mucho más. Su propuesta consiste ya no en rechazar todo lo que proponga el Gobierno, sino en inhabilitarlo. Maduro fuera en seis meses.

Poco tiempo ha necesitado la derecha venezolana para recordarnos que sigue siendo la misma. Por ahora no parece que quieran aprovechar esta oportunidad para levantar la maltrecha economía que ellos han contribuido a colapsar. Sus intenciones pasan por desconocer los límites de las competencias adquiridas en las urnas para llevarlas mucho más allá, hacia su aparente único cometido y programa político: tumbar a quienes han ganado democráticamente en los últimos 16 años. Como han hecho siempre. Intentar destruir la revolución bolivariana que cambió las relaciones de poder para devolvérselo al pueblo en forma de reducción de la pobreza, prestaciones sociales, incremento del poder adquisitivo, reducción de las desigualdades, acceso universal a la sanidad y educación.

Como la democracia les es ajena, han interpretado el resultado de las elecciones legislativas como el supuesto inicio de un cambio radical en la opción política del país, desconociendo el mandato popular que colocó a Nicolás Maduro en la Presidencia hasta 2019. La propuesta más decente que pretende llevar a cabo la autodenominada Mesa de la Unidad Democrática (MUD) es promover el referéndum revocatorio al Presidente, un derecho de los ciudadanos establecido en la Constitución que Hugo Chávez levantó junto al pueblo, esa Constitución que la derecha quiso boicotear y luego saltarse, y a la que ahora apela cuando le conviene. Sobre medidas económicas o la búsqueda de ampliación y mejora del sistema de misiones, mejor no se les pregunta, porque no tienen propuesta alguna.

Sobre la liberación de presos condenados, es formidable la normalidad con que se trata el tema. Si un dirigente chavista roba y termina en la cárcel, es corrupción; pero si sucede con uno de la oposición, entonces es un preso político. Es como si en España se pidiera la liberación de Granados. En cuanto a Leopoldo López, el “Mandela venezolano” según nuestro prometedor Pablo Casado, en esta guerra ideológica que se libra contra Venezuela, los medios de comunicación han decidido defender a uno de los responsables de la operación “La Salida” y las guarimbas, sacando a la calle a sus hooligans y cobrándose 43 vidas por querer derrocar al gobierno de forma violenta. A este tipo de gente está defendiendo la derecha venezolana, la derecha española (incluido el PSOE) y el poder mediático, sólo porque se oponen a un gobierno popular (legitimado por un pueblo soberano), aunque aquellos a los que defienden hayan perdido su propia legitimidad en el marco democrático debido a sus crímenes y su violencia desmedida.

Porque, no seamos hipócritas, la moral se puede construir desde la política, pero ante mayorías oprimidas que estallan, no cabe hablar de moral. Si oprimes a un pueblo, éste se levantará. Y no hay más; y no vale apelar a la legalidad, ni condenar la violencia o la barbarie. Cabe únicamente hablar de lo que es legítimo, y la legitimidad la construyen las mayorías. Por tanto, también la violencia puede ser legítima. Pero las intentonas golpistas de la ultraderecha venezolana no han sido legitimadas porque no las ha respaldado ninguna mayoría. Nunca. Porque nunca en 16 años se han preocupado de construir mayorías en Venezuela. Jamás.

Por su parte, la propuesta de ley de medios es de una indecencia abrumadora. La mayoría de medios en Venezuela son privados, ya sea televisión, prensa escrita o radio; la mayoría de ellos y, desde luego, los más influyentes (Globovisión, Venevisión, El Nacional, El Universal…) se muestran contrarios al Gobierno, por no decir que están al servicio de la oposición, tal y como han demostrado a lo largo de los años criticando ruidosamente las medidas del Estado, difamando, manipulando o incitando al golpismo. Y a continuación, exclamando desde sus medios de comunicación que en Venezuela no había libertad de expresión. Cinismo del bueno. Intoxicación mediática.

Pues ahora también quieren controlar los medios públicos.

En definitiva: la MUD ha ganado unas elecciones legislativas y se cree que ha ganado el país. Normal en una agrupación –con enormes problemas internos, dicho sea de paso- más acostumbrada a pelear por el poder mediante el golpismo y el sabotaje que a través de las urnas. Cuando lo logran de forma legítima (que no limpia), digamos que se vienen arriba.

A esto se suma el triunfo por los pelos de Mauricio Macri en Argentina, que ya ha empezado a desmantelar algunos logros alcanzados en los últimos años.

Estos dos hechos han bastado para que la prensa internacional celebre el fin de la Revolución Bolivariana y demás movimientos progresistas en América Latina, y vean ya cumplidos sus propósitos en la campaña de descrédito que hace demasiado tiempo iniciaron. Me pregunto cómo en una terrible dictadura la oposición perseguida puede ganar elecciones; o por qué ahora sí nos creemos los resultados. Y me pregunto si llegará el día en que aquellos que han vertido semejantes mentiras, semejante basura mediática, rectifiquen o, mejor aún, pidan perdón por su bajeza ética y moral.

Por supuesto que no. En la guerra no se pide perdón.

Habría que calmarse un poco. Unos y otros. Ni euforias ni pesimismos. Los procesos políticos no son siempre ascendentes o descendentes, sino cíclicos. Ni el crecimiento va a ser eterno ni un traspiés supone su desaparición. No puede desaparecer la alfabetización de un pueblo que era invisible, no puede desaparecer la apuesta de comunicación social que tanto ha contribuido a la integración de los pueblos latinoamericanos, no puede despolitizarse a un pueblo comprometido.

Perder estas elecciones les viene bien. Como dijo Maduro, es una bofetada para despertar. Porque hay una guerra económica, política, social, mediática e ideológica. Y algunas parcelas las están perdiendo, y deben darse cuenta. Deben reconstruir los equilibrios que se habían cimentado, reencontrar el consenso que articule mayorías, escuchar a la gente mediante los recursos participativos que son su seña de identidad. Ya se han puesto en marcha renovando los cargos, creando nuevas asambleas populares y nuevos ministerios en el área económica; y siguen disponiendo de grandes herramientas de poder para continuar el proceso. Deben mostrarse implacables ante la injerencia, pero también eficaces y eficientes en la economía, en la creación de industria, en la lucha contra la corrupción o el paramilitarismo, y en la reducción de la violencia en las calles. En momentos de inestabilidad, deben fijarse en países que antes se fijaron en ellos.

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Y deben tener siempre presente que no están solos. Los procesos están consolidados en Uruguay, Bolivia y Ecuador ya veremos cómo sienta al pueblo argentino los anunciados préstamos del FMI. Como dice el Presidente Rafael Correa: “Prohibido olvidar”, porque ellos, la derecha, siempre estarán ahí, esperando su momento.

Prohibido olvidar y prohibido rendirse. Seguir en la pelea hasta la victoria. Siempre.

Himar R. Afonso es socio de infoLibre

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