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La ventana Overton

Íñigo Landa

Mientras leo sobre las condiciones, supuestas líneas rojas y negociaciones destinadas a promover pactos de investidura o gobierno en España, aderezadas con el runrún de fondo de la gran coalición PSOE-PP, me topo con un concepto que hasta ahora desconocía: the Overton window. La ventana Overton hace referencia a una teoría política surgida en un think tank americano, que clasifica las ideas de un determinado candidato o líder político en función de la previsible aceptación del público. Se establece así un rango que abarca lo teóricamente sensato o aceptable, fuera del cual quedan las propuestas consideradas "radicales", una etiqueta usada aquí con una fuerte connotación negativa. Esta teoría parece útil para asesores políticos, gurús de la demoscopia y defensores del statu quo, empeñados en buscar ese lugar mitológico llamado centro donde dicen que habita un buen número de electores. Por este motivo, aunque la ventana de lo aceptable pueda moverse ligerísimamente a izquierda o derecha, siempre lo hará de forma tutelada, mediante la aplicación de las mismas ideas (normalmente en beneficio de una minoría) con envoltorios más o menos nuevos y atractivos, para convencer de sus bondades a la necesaria mayoría. Cualquier idea original que salga de este movimiento ortopédico se etiqueta como "insensata" y queda así automáticamente excluida sin necesidad de evaluar sus potenciales efectos.

En Estados Unidos, paraíso del bipartidismo, saben de esto. Su sistema político, fuertemente condicionado por las aportaciones millonarias a los candidatos para asegurar su visibilidad, promueve que la pluralidad política con aspiraciones de gobernar no vaya más allá de las distintas corrientes dentro de los dos partidos únicos. Esto asegura que si alguna propuesta perjudica potencialmente a estos grandes donantes, no será financiada y, por tanto, dejará de existir. Y aquí está precisamente la clave: ¿quién define los límites de esta ventana de lo aceptable y su capacidad de desplazamiento? No es tanto lo que los ciudadanos consideran sensato o beneficioso para la sociedad, sino lo que algunos intereses han establecido como tal y han promocionado hasta la saciedad para que los ciudadanos crean que es aceptable. Por ejemplo, desde el punto de vista europeo, sorprende la cantidad de estadounidenses (progresistas incluidos) que, viviendo en el país más rico del mundo, están convencidos de que un sistema sanitario público y gratuito es insostenible. Contra esto intenta pelear Bernie Sanders, el senador independiente ahora dispuesto a ser candidato a la presidencia introduciendo un concepto nuevo para los americanos: la socialdemocracia a la escandinava. Sin embargo, y aunque sus ideas serían perfectamente asimilables por gran parte de la sociedad europea, sus posibilidades son remotas al otro lado del Atlántico: Bernie es tachado de radical (otra vez la fatídica etiqueta), quedando fuera de los rígidos límites de la ventana. En el extremo derecho, sin embargo, dichos límites parecen ser mucho más maleables, de forma que cada vez es menos políticamente incorrecto culpar, sin argumentos ni vergüenza, al inmigrante latinoamericano o al refugiado musulmán. Parecería entonces que, por seguir con el ejemplo americano, las actitudes abiertamente xenófobas, siempre que no cuestionen el mantra del libre mercado, están dentro de la ventana de lo aceptable.

Vuelvo a mirar al caso español y escucho a un presidente en funciones y a su homólogo en la Comisión Europea pontificar, en su propio beneficio, sobre los límites de la ventana de lo aceptable. "Hace falta un Gobierno sensato que se aleje de radicalismos y experimentos", dice uno. "Queremos un Gobierno fuerte y estable para España lo antes posible", añade el otro. La sorpresa llega cuando, en un giro esperpéntico (muy de la tierra), y tratando de que olvidemos todo lo que ha sucedido en los últimos años, las palabras se retuercen de forma grotesca hasta pervertir su significado. Así, la corrupción sistémica y sus pueriles justificaciones, la desigualdad creciente y el sistemático incumplimiento de compromisos internacionales (véanse "devoluciones en caliente" o la negación de acogida de las cuotas correspondientes de refugiados) son considerados comportamientos que entran dentro de la categoría de "lo sensato y estable". Por el contrario, medidas destinadas a, por ejemplo, facilitar que miles de ciudadanos paguen sus (artificialmente infladas) hipotecas sin verse obligados a vivir en la calle, financiar adecuadamente la lucha contra el fraude y la corrupción o discutir con absoluta libertad el modelo de sociedad y de país en el que vivir, se consideran aventuras utópicas que nos conducirían al caos. Son, según estos opinadores interesados, ideas que quedan fuera de la ventana de lo aceptable. Son, en realidad, etiquetas falaces que intentan desplazar y restringir la ventana ideológica a un determinado rango.

En definitiva, es fundamental hacer el esfuerzo para abstraerse del ruido dominante y cuestionar siempre a quienes tratan subjetivamente de determinar el rango de lo aceptable (¿para quién?) y lo sensato (¿a costa de qué?). Sería deseable que cada ciudadano estableciese su ventana Overton particular, definiendo los límites de lo deseable tras un análisis profundo de los hechos objetivos, no de las etiquetas, supuestamente asépticas, pero cargadas de ideología. Quizá entonces, la formación de un Gobierno, y la política entendida como un ejercicio que beneficie al mayor número de personas, especialmente a las más desprotegidas, tenga el camino más despejado y unas prioridades radicalmente (sí, "radicalmente") distintas.

Íñigo Landa es socio de infoLibre

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