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Librepensadores

Biblioteca o cibercafé

Francisco Javier Torices Pino

Que los tiempos cambian y hay que acomodarse al avance de la ciencia casi nadie lo discute, huir de los beneficios que ella nos proporciona es ignorar y desperdiciar lo bueno que se ha hecho para beneficio de la humanidad. En todos los lugares, en el hogar, en el trabajo, en el autobús, el ordenador personal se ha adueñado de nuestro tiempo y a cambio nos da la libertad de poder informarnos en cualquier momento, o trabajar o divertirnos en cualquier entorno, ya sea a través de un ordenador personal, de un portátil, de una tableta o de un smartphone y todo esto es algo irrenunciable para cualquier ser humano hoy en día, de tal manera que el derecho a tener acceso a la información donde y como uno quiera prácticamente se ha convertido en un derecho subjetivo aunque no tenga un respaldo normativo que sancione a quien quiera restringir este derecho, pero sí que goza de un rechazo social aquel que se oponga a cualquier uso de la tecnología digital en cualquier ámbito de la vida cotidiana.

Pero, a pesar de esta alianza con las nuevas tecnologías a nadie sensato se le ocurre ponerse a guasapear enardecidamente en la primera fila de una iglesia en la misa de un difunto o a nadie se le ocurre llevarse el portátil a una comida de nochebuena y ponerse a teclear un trabajo como un descosido mientras los demás están degustando su cena, aunque sí que hay una mayor licencia para admitir que se utilice el móvil mientras se paladea (o se debería paladear) un suculento bocado frente a nuestros compañeros de mesa mientras almorzamos o cenamos.

Sin embargo, si hay un lugar que siempre ha estado consagrado al silencio y al estudio ese ha sido el espacio de lectura de las bibliotecas, pero sorprendentemente este espacio ha sido invadido por los portátiles, unos aparatos de los que se sirven algunos de sus usuarios para aporrear sus teclas con sus torpes dedos mientras leen o consultan en su pantalla de 16 pulgadas sin importarles nada si el que está al lado ha ido allí a leer un buen libro o a estudiar en silencio.

Es este un fenómeno que va en aumento y cada vez resulta más difícil encontrar un hueco, en las bibliotecas en las que se permite el uso de portátiles, en el que se esté en silencio y esto es algo que no se debería de perder nunca, pues si hoy estamos ante el desarrollo tecnológico que nos permite el uso de la TIC en cualquier lugar es porque durante siglos ha habido personas que han tenido un espacio en silencio en el que han podido estudiar y pensar; de seguir esto así pronto se convertirán las bibliotecas en una especie de cibercafés en los que no habrá espacio para el estudio ni el pensamiento silencioso sin estar vinculado al tecleteo de un portátil del usuario contiguo a la silla en la que te has sentado en la sala de lectura de la biblioteca.

No se trata de eliminar los portátiles como herramienta de estudio de las salas de lectura de las bibliotecas sin ninguna alternativa para ellos, sino que siendo más respetuosos de lo que ellos lo son con el resto de usuarios, por parte de las Administraciones Públicas competentes se les debe buscar un lugar de empleo exclusivo para ellos y con wifi gratis para que no se quejen y dejen el espacio que siempre ha sido para el silencio del estudio y de la lectura para lo que lleva sirviendo durante siglos, que no es otra cosa que el deleite y el progreso. Que no sirvan nuestras bibliotecas como cibercafés

en los que no se respeta lo más mínimo al usuario que va a leer, donde los enchufes de las lámparas de lectura sirven para cargar los portátiles, las sillas para poner las fundas de los portátiles y los libros de las estanterías como un adorno que parece convertirlos en pasajeros del tiempo hacia un pasado totalmente desconocido para ellos. Por si esto fuera poco, en ese afán de agradar a todos, además del wifi les han instalado en nuestras bibliotecas las máquinas expendedoras de café y de refrescos para que se parezcan aún más a un cibercafé y por si les da por jugar llevándose su joystick que se encuentren como en casa, que ya mismo ocurrirá. Si esto sigue así, ya mismo podrán incluso dormir en nuestras bibliotecas, aunque sus ronquidos molesten a algún despistado lector que haya ido allí creyendo que aún se puede leer en silencio en esos lugares.

Pero, insisto, esto sólo se puede evitar con espacios diferenciados, porque no por el hecho de que no haya canchas de baloncesto vamos a meter a los que quieran jugar al básquet en un campo de futbol para que jueguen todos a la vez y que unos cuelen su pelota en las porterías y los otros las encesten en las canastas y habremos inventado el futcesto o el balónbol.

Todotecas

Todotecas

La única manera de impedir este desbarajuste es poniendo espacios diferenciados para la lectura y para el uso de los portátiles, de esta manera se evitaría que la mayoría de los usuarios de los portátiles en las bibliotecas públicas se dejen de asombrar porque aún queden hombres y mujeres que les gusta leer en un grupo de hojas de papel encuadernadas y que según les había dicho de pequeños eran unos utensilios que se llamaban libros. Utensilios, que los antiguos les habían dicho que allí se escondía la cuna del saber, pero eso era porque no conocían la Wikipedia; con estos espacios diferenciados se les evitaría ese contraste tan violento entre su modernidad sin complejos para la adquisición de conocimientos y nuestro obsoleto y atávico sistema de estudiar y de leer por el puro placer de hacerlo en esos utensilios tan anticuados que se llaman libros y que ellos tan solo han visto cuando van a una biblioteca a estar calentitos en invierno, fresquitos en verano, con wifi y que, además, estos libros en las estanterías de las bibliotecas les da un ambiente y un decorado retro que contrasta con su ultramodernismo.

Esta concepción de lo que son las bibliotecas no quiere decir ni implica que se deteste las nuevas tecnologías, se puede ser usuario de las TIC, pero no por eso se las lleva uno a una biblioteca a molestar a los demás, pues ya antes de esta era tan moderna existían las pequeñas máquinas de escribir portátiles y a ningún estudiante se le ocurría llevarse este tipo de máquinas de escribir para teclear sus trabajos en una sala de lectura de biblioteca e incluso cuando ya se inventaron las máquinas de escribir eléctrica más ligeras y menos ruidosas, como los portátiles de hoy en día, tampoco se le ocurría a nadie llevársela a una biblioteca y conectarlas al enchufe en el que estaban conectadas las lámparas de lectura y apagar estas para tú utilizar la electricidad para tu beneficio, dándote igual que las lámparas de lectura estén apagadas; es más, creo que si a alguien se le hubiera ocurrido no lo habrían dejado; lo que quiere decir que siempre ha habido formas de no respetar el silencio de estos espacios de lectura pero no se hacía, al contrario de lo que ocurre ahora que esta falta de respeto hacia estos espacios y hacia sus usuarios está institucionalizado y permitido, aunque en honor a la verdad hay que decir que también hay algunos usuarios de los portátiles que son silenciosos como cualquier lector de libros y que pueden convivir en el mismo espacio, pero al ser esta la excepción creo que lo mejor es que haya espacios diferenciados, las bibliotecas por un lado y los cibercafés por otro, ya que el wifi gratis no lo justifica todo.

Francisco Javier Torices Pino es socio de infoLibre

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