Librepensadores

Institucionalizados

Mayte Mejía

Frank Darabont, estadounidense de origen húngaro, es un director, guionista y productor de cine. Nació en un campo de refugiados en Montbéliard y, siendo todavía un bebé, se trasladó con su familia a los Estados Unidos, donde obtuvieron la nacionalidad. En 1994 dirigió la película Cadena perpetua, con Morgan Freeman −Red− y Tim Robbins −Andy Dufresne− en los papeles principales. Hay una escena en el patio donde Red lee a sus compañeros la carta que les ha escrito Brooks, el anterior bibliotecario, a quien, tras permanecer preso más de cincuenta años, finalmente dieron la libertad condicional. Les cuenta que la vida al otro lado de los muros de la prisión va muy deprisa. Que los pocos coches que recordaba circulando por las calles se han convertido en un número infinito de ruedas sin control, y que está harto de tener miedo por todo, de despertar en mitad de la noche creyendo que las sombras vienen a matarlo, y que se plantea la posibilidad de infringir la ley para que sea devuelto a casa, a la cárcel de Shawshank, donde se siente un hombre culto, importante y respetado, pero que como no va a hacer, ni lo uno ni lo otro, ha decidido marcharse… Cuando Red termina de leer reflexiona en voz alta diciendo que “lo que le pasa a Brooks es que después de haber pasado más de medio siglo entre rejas, se había institucionalizado −dependencia absoluta al régimen de vida del lugar donde uno está recluido−, y que fuera de allí no era más que un viejo inútil e inservible… En pocas palabras: un estorbo con artritis en las manos. Pero que verdaderamente la vida se reduce a la simple elección de empeñarse en vivir o empeñarse en morir, así de sencillo”.

Al acabar de ver la película, según volvía al quehacer de mis ocupaciones cotidianas, pensé que hay demasiadas circunstancias que actualmente están institucionalizadas por parte de los poderosos: la amargura del trabajo precario o no existente, la migración sobre suelo de barro cuya superficie está cada vez más hundida, la falta de identidad como sinónimo de haberlo perdido casi todo, el equilibrio mental pendiente a veces solo del hilo fino que sujeta la seda de los recuerdos, la incertidumbre de tener capacidad para salvar los muebles del futuro – material con el que nuestros descendientes construirán los propios−, el descrédito humano, ético y profesional, la conformidad que consiente perder a marchas forzadas libertades y derechos. Enmascaran con promesas de humo el norte, la brújula, el respeto, los valores, la ansiedad, el fracaso y los principios, a cambio de no agitarnos y reclamar aquello que nos pertenece. Y es que da la sensación de que todo parece estar movido por la rueda de molino de la hipocresía

Las calles de nuestras ciudades, los llanos de nuestros pueblos, las cuestas adoquinadas de nuestras aldeas, la rudeza del monte, la paz de los lagos, el relajo del campo, lo amoroso de las olas, el confort del sol, las caricias del viento… Todo, absolutamente todo cuanto nos rodea, está lleno de muchas personas con nombre y apellidos, con problemas palpables y en situaciones extremas. En definitiva, gente puteada por los reveses de la mala suerte, y grupos muy selectos que ocupan la otra cara del éxito: patrones menudos y cortados a medida, que jamás estarán institucionalizados.

Mayte Mejía es socia de infoLibre

Más sobre este tema
stats