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Vidas nada fáciles

Mayte Mejía

Cumplida la mayoría de edad, más de 3.000 jóvenes al año se quedan en la calle, desamparados de los centros de acogida de menores donde han vivido hasta entonces. En la mayoría de los casos, los familiares no pueden hacerse cargo de ellos: unos por falta de recursos, otros por desencuentro entre las partes y algunos porque están encarcelados. Son pocas las oportunidades que tienen de estructurar una vida saludable y muchas las tentaciones para engancharse, como fácil escapatoria, a la delincuencia y a la prostitución, aunque ambas cosas supongan ir directamente a la indigencia. El marco de futuro traído por la crisis y los recortes sociales se ha llevado por delante los empapadores que paliaban determinadas necesidades de la sociedad, quedando vulnerables los programas de reinserción: vivienda, empleo, convivencia, reencuentro con el entorno dejado atrás, con el barrio, los amigos de entonces, la familia… Hay también supervivientes con la etapa de la resiliencia superada, pero me temo que estos son los menos…

Son muchas las personas que, por su naturaleza y fortaleza vital, superan cosas terribles de la vida −enfermedades, infancia complicada, relaciones frustradas, adolescencia violenta, guerras, hambre−, pero un golpe de buena suerte, o alguien preciso que aparece en el momento indicado, bastan para girar las agujas del destino… Charlie Chaplin pasó toda su niñez en las calles de Londres tras la muerte de su padre y el ingreso de su madre en un psiquiátrico. Ella Fitzgerald arrastró un pasado muy duro hasta convertirse en la reina del jazz: fue violada por su padrastro, trabajó para la mafia, y tras escaparse de una escuela para niñas, vivió en la calle hasta que se presentó a la noche de amateurs en el teatro Apollo de Nueva York, donde ganó un premio de 25 dólares y encandiló al público tanto como a los organizadores…

Habría que tener claro que la frase: "los jóvenes son el futuro de mañana" no camina por sí sola. Hay que darle pequeños empujones de confianza, exhumar los principios y los valores, recuperar la lucha por la igualdad, desalimentar la pobreza que, como puntas de navajas afiladas, se clavan en las gargantas de los débiles, no retroalimentar la xenofobia, la prepotencia, el fanatismo y pelear para que los cuentos de la lechera no nos sodomicen. Nadie quiere ser mendigo porque sí, perder su empleo porque le apetece, dejar su casa por hartazgo, cambiar de país con carne de emigrante por aburrimiento, hacerse refugiado porque le da la gana… Sin embargo, lejos de negar la diferencia que cada uno tenemos, la gran mayoría, a excepción de un grupo reducido que por circunstancias adversas ya no pueden salir de sus agujeros negros, aspiramos a que se nos reconozca como personas. Ni más ni menos que lo que somos.

Mayte Mejía es socia de infoLibre

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