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Carta abierta a Juan Manuel de Prada

Ghenadi Avricenco

El 25 de abril de este año publicaba un artículo en el periódico Abc, que debido al gran revuelo mediático le hizo falta otro para desentenderse finalmente del asunto, en el cuál vaticinaba una perversión cada vez mayor de nuestra era, como si Virgilio nos condujera por aquellos infiernos dantescos, que acabaría con todos nosotros a no ser que una nueva moral acabe con todas las depravaciones.

No quiero hablar sobre lo que constituye, o no, una depravación, perversión o comportamiento de semejante índole. Lo que realmente me mueve para escribirle esta carta es el sentimiento de irritabilidad que, una vez dentro, tengo la necesidad de sacar. Predica usted en sus líneas que el efecto de tratar la sexualidad como cosa inocente y natural es que todas las demás cosas inocentes y naturales se empapan y manchan de sexualidad. El sexo no es más que otra parte de nuestra personalidad, que igual que con las demás facetas necesita ser desarrollada y educada con el fin de que aquella personalidad no enferme por una u otras razones; pues una personalidad mutilada, reprimida y encauzada, tal y como sugiere, no hace más que alimentar a aquella sociedad de masas donde tenemos un cauce común.

Otra cosa que sinceramente me llamó la atención fue la relación que hizo entre pornografía, sin olvidar la depravación que eso conlleva, y pederastia. La pornografía es, seguramente, el símbolo supino de la libertad de expresión; sin censura, sin represión, tan solo libertad. Cierto es que ofrece un placer evasivo de la realidad, pero no tienen menos responsabilidad de aquella evasión los videojuegos, la tele, el ordenador, Twitter, Whatsapp, Facebook, el cine, la literatura; nada más ni nada menos que lo que hace el quijote con sus novelas. Todos estos ejemplos confirman lo que afirmó en su tiempo una de las bases de nuestra civilización. Aristóteles decía que la virtud se hallaba en el medio.

Por último, puede que la imaginación del hombre sea ilimitada con el objeto de evitar el hastío, pero los gustos tienen unos márgenes bien definidos. Aún no he visto a ningún heterosexual consumiendo regularmente pornografía homosexual ni viceversa. El fin último de la pornografía es, al igual que cualquier otro servicio, de satisfacer una necesidad; en este caso la obtención de placer. Aquí quiero hacer un inciso, la sexualidad, el sexo y la pornografía no tienen límites, no hay nada bueno, nada malo, solo placer; siempre y cuando sea consentido por eso no se puede relacionar dos conceptos como la pornografía comercial con la pornografía pedófila u otras. De hecho, tuve la curiosidad de indagar un poco y, en el mundo no pornográfico anterior a los años 50, podemos encontrar al maduro Antonio Machado casándose con una moza de 14 años, tenemos a Flaubert pagando por acostarse con niños o al emperador Tiberio llenando su piscina de niños para lamerle los genitales, eso solo por nombrar personas no eclesiásticas. Y ninguna depravación posible hará que un consumidor regular de una cambie gradualmente a la otra, sería como intentar que un psicópata empatice con usted.

PD.: A mi profesor de lengua le encantaría recibirle algún día en su clase, le debo dar la enhorabuena porque creo que ha sido el columnista más leído en clase de todo el curso.

Ghenadi Avricenco es socio de infoLibre

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