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Tauromaquia es...

Jesús Moncho

Las personas de hoy vivimos en medio de una vorágine de información, tanto de la imagen como de la palabra, en un mundo que ha trascendido las pequeñas

fronteras del nuestro entorno, y que nos impele a replantearnos constantemente las bases de éste, las bases de nuestra convivencia, quizás buscando un modelo de sociedad que se adapte a la nueva mentalidad o a los nuevos valores que vamos construyendo.

Algunos dirán que es el universo de la mundialización. Otros creerán que es la consecuencia necesaria de los cambios: desde una sociedad rural a una urbana>industrial>terciaria… Incluso, alguien afirmará que es la plasmación de una mayor sensibilidad o formación personal y colectiva, a riendas de la evolución y el progreso.

Así es como se llega, en el trato con animales, a estallidos de estupefacción o a estallidos de rabia, ante hechos que los unos consideran normales, pero los otros, anormales. Y es precisamente aquí donde parece que se rompe la armonía o el consenso social, por mantenerse anclados en el pasado los unos, por defender el nuevo mundo o la nueva sensibilidad los otros. Es el caso de: la suelta de patos en el puerto de Sagunto, piñatas con cazuela llena de ratas en el Puig, el toro embolao, Toro de la Vega, corridas…

La inercia de las costumbres es el arma. Es la tradición –afirman algunos- para defender determinadas actitudes agresivas contra los animales. Sin embargo, todos comprendemos que las tradiciones, que están en la base de la integración y la estabilidad de una colectividad, también evolucionan o mutan, están sujetas a cambios o transformaciones. Y los nuevos valores que van surgiendo, precisamente los vamos construyendo para garantizar mejor esa integración y cohesión social, para dar sentido al individuo de la nueva sociedad, del nuevo mundo: por lo tanto, en lugar de amor a la tradición –según afirman algunos-, podría decirse que es más bien resistencia a los cambios, inadaptación al futuro.

El espectáculo de la muerte de alguien (incluido un animal) no puede ampararse en apelaciones a la libertad de quien quiera realizarlo o contemplarlo. No son valores positivos. Las sociedades de hoy aspiran a erradicar el dolor (de personas, también de animales), pretenden extirpar la exaltación del goce o alegría ante el sufrimiento o la muerte.

Realmente, violencia es la palabra. La violencia no es buena o mala según la clase de víctima (persona o animal), es mala por sí misma y embrutece a todo aquel que la practica. La violencia humilla, degrada o hace sufrir a la víctima. Seguro que no estamos por la brutalidad, no estamos por la crueldad, tampoco por justificarla. Y tampoco para obstruir el paso de los nuevos valores, que sustituyen los viejos, en una marcha hacia adelante que enorgullezca a todos los individuos de una sociedad.

Jesús Moncho es socio de infoLibre

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