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La escisión del PSOE

Jacinto Vaello Hahn

No es mi deseo, es la necesidad de su militancia de izquierda.

Hablamos del siglo XX. Parece muy lejano, pero para la historia política solo han pasado unos días. En los primeros setenta, el PSOE era un partido de exiliados. En los últimos setenta, a caballo de ese 1974 de su reconversión en Suresnes, el PSOE se convirtió en el refugio de muchos demócratas anti-franquistas, tras renegar del marxismo. Menos de cuatro mil militantes, de los cuales la cuarta parte eran exiliados, decidieron asumir la primera gran renuncia.

Pero la negación del marxismo no iba sola. En pocos años, las altas instancias del PSOE se plagaron de antifranquistas de ideologías diversas. El refugio acogió bajo su techo a gentes que no fueron capaces de poner en pié las organizaciones políticas típicas de otros países europeos. La democracia española se institucionalizó en muy poco tiempo, y no hubo hogar propio para los liberales, los demócratacristianos y otras gentes antifranquistas de diverso cuño. La mayoría de ellos acabaron recalando en el PSOE, por lo menos quienes se situaban en el sector más progresivo y social de la oposición al franquismo.

A partir de ese proceso inicial, se pone en marcha la fusión ideológica que ha marcado la ruta del PSOE en los cuarenta años transcurridos desde entonces. Así, se instala lo que podría llamarse el ala izquierda de la democracia-cristiana, que imbuye al partido socialista de un humanismo cristiano capaz de rellenar gran parte del hueco dejado en la política social por la renuncia al marxismo. Y se instala también el liberalismo económico, que sin duda preside la acción de gobierno desde 1982, poniendo en marcha un modelo de liquidación de la economía pública, proceso igualmente facilitado por la renuncia previa al marxismo. Desde esa época en adelante, las posiciones del socialismo tradicional van quedando arrinconadas y solo se mantienen mientras se avanza en la instauración de un remedo pobre del estado de bienestar, paradigma irrenunciable en aquellos años de la acción socialdemócrata en Europa.

Para cuando llega el final de la época fuerte del PSOE, su presencia en la sociedad empieza a estar demasiado marcada por un ejercicio del poder plagado de renuncias y de atentados contra el juego democrático. No es una sorpresa, porque los principios fueron cayendo por el camino y las debilidades del modelo político español se afianzaron desde la famosa reforma democrática que impidió la total ruptura con el pasado.

Al mismo tiempo que el PSOE se va enterrando en la maraña de sus propias contradicciones, lo cierto es que la trayectoria de la socialdemocracia europea no ayuda en absoluto. Y no se trata solo de su incapacidad para adaptarse a los nuevos tiempos; es también, y sobre todo, la complicidad creciente con el modelo de exclusión que se impone de la mano de la ideología neoliberal. El PSOE no puede ser una excepción en este camino porque no tiene fundamentos sólidos en la historia política española, sobre todo en la época del nuevo aprendizaje tras la Guerra Civil, cuando el declive del franquismo va mostrando su vulnerabilidad a través de la apertura de intersticios aprovechables. Esa pobre trayectoria facilita un salto cualitativo que al PSOE le acabará pasando factura: renuncia a participar en los movimientos sociales que habían alcanzado un importante desarrollo, e incluso pasa rápidamente a promover su desmovilización y desmantelamiento.

Así, con su práctica de gobierno pasándole factura, su desconexión de los movimientos sociales convertida en práctica habitual –la ausencia en la calle, para entendernos, y también el descalabro de la UGT– y su pérdida de referencias en Europa, el PSOE no puede sino entrar en decadencia. Y cuando recupera terreno, regresando al poder, es incapaz de comprender que lo que empieza a estar en juego es su papel en un cambio de época: bien por el progreso social, pero mal si la economía no puede sostenerlo.

Tampoco hay que señalar con especial saña al PSOE, puesto que sus homólogos europeos no solo recorren el camino del desierto en parecidas condiciones, sino que, como señala Javier Valenzuela en tintaLibre de abril de 2016, los socialistas franceses son capaces de conducir a su país hacia lo que denomina la "Francia menguante". Peor aún: el Gobierno del partido socialista francés se atreve incluso a aprobar una reforma laboral modelo PP por decreto, sin pasar por el Parlamento. Es decir, el peor ejercicio de neoliberalismo militante contraviniendo las más elementales reglas del juego democrático representativo. Sin modelo ideológico propio, sin estrategia económica diferenciada de la del neoliberalismo y sin referencias de países concretos para ilusionar, la socialdemocracia se encuentra en un proceso de declive que no parece tener suelo.

No hace falta insistir mucho más en la debacle del modelo socialdemócrata europeo, salvo recordar que Austria, una de sus cunas, se encuentra ante la dimisión del gobierno social-demócrata sacudido por la derrota electoral. Y en España, el PSOE sufre el mayor descalabro electoral de su historia moderna y, preso en las redes de su modelo neoliberal y de su núcleo duro asociado a lo peor de este capitalismo en riesgo de implosión, sucumbe a una estrategia suicida.

Ahora, en mayo-junio de 2016, el PSOE está ante el cercano juicio de las urnas y la aparición en tromba de sus peores fantasmas. Todavía no sabemos si acabará por alcanzar esa posición de irrelevancia que parece ser su objetivo actual, y ya resulta evidente que los problemas se le agolpan. Antes de las elecciones del 26J tendrá que lidiar con sus tormentas interiores, que se amplifican y diversifican: ya no es solo la disputa por el liderazgo interno, es también toda la política de alianzas. Algunos de los gestos últimos sugieren, aparte de una probable sana intención de llevar a la práctica políticas más propias de la tradición socialista pre-liberal, una búsqueda urgida de refugios salvadores. Así se pueden interpretar los enfrentamientos entre Pedro Sánchez y Ximo Puig a propósito de los pactos en Valencia para el Senado, o la entrada del PSC en el Ayuntamiento de Barcelona.

Pero es que la magnitud del desafío es enorme y, a mi entender, está por encima de las actuales capacidades del PSOE: no solo de su dirección, sino del modelo de partido que se ha ido consolidando en la época de la despreocupación neoliberal. Lo peor de esta situación es que no cabe duda de la presencia en el PSOE y en su entorno inmediato de gentes que siguen buscando otro camino, que reniegan del neoliberalismo y de la deriva anti-social de las sucesivas direcciones del partido; que se ven obligados a tragar sapos cada vez mayores (la reforma laboral, la ley mordaza, el TTIP,....) y, al menos por ahora, no encuentran una alternativa plausible, aunque esas búsquedas por su izquierda pueden acabar fructificando.

El PSOE está en posición de alcanzar la irrelevancia por diferentes caminos. Desde luego, ir perdiendo cuotas de poder es uno de ellos, y en él está ya embarcado. Pero la cosa puede seguir empeorando: si ha sido capaz de auto-anularse tras las elecciones del 20D, todavía hegemonizando la izquierda, al menos en apariencia, ¿qué puede pasar con un resultado más adverso el próximo 26J? Adverso puede traducirse por alcanzar una menor presencia y terminar encerrado en un dilema de perdedor: ¿a quién apoyar? Las tentativas del PSOE en Valencia y del PSC en Barcelona muestran un camino, pero cabe poca duda de que esto conduce a enfrentamientos internos. En todo caso, son avisos bastante claros de que hay búsquedas diferentes de las que se imponen desde la dirección.

¿Hasta dónde se puede llegar en este clima de tensión interna? Parece evidente que algunos militantes del PSOE intentan consolidar posiciones en la izquierda, pero avanzar hacia una política de partido en esta dirección supone el riesgo cierto de hacer estallar las costuras, porque el o los núcleos hegemónicos en la cúpula no tienen la menor intención de ceder a favor de un bloque de izquierda en España, y mucho menos si el PSOE lo tiene que hacer desde una posición minoritaria frente a Podemos-IU-Equo-convergencias. Llegados a este punto, lo que se pone sobre la mesa es la agudización de las contradicciones internas, que tienen que resolverse por uno de dos caminos: o bien se impone el sector proclive a la Gran Coalición, cosa que en un tiempo de cambio de época y de cuestionamiento de la mayoría de los paradigmas conduce al suicidio colectivo (la famosa "pasokización", por abandono de sus bases sociales); o bien se fortalece el sector socialista pre-liberal e intenta volcar las decisiones a favor del bloque de izquierda, lo que significa buscar la renovación del partido desde dentro, y, dadas las experiencias históricas conocidas, acabar en una escisión (en el entendido de que la transformación desde dentro de una organización política, en los términos que aquí serían necesarios, es una mera utopía y termina siempre con la salida de quienes lo intentan).

Tras la derrota del PSOE el 26J, que parece inevitable, aparecerán quienes quieran reconstruir la organización con los mismos mimbres bajo una nueva dirección, a partir de un diagnóstico que apunta a la debilidad de la actual dirección como causa de todos los males: esta apuesta ya sabemos que existe; teóricamente debería haber también intentos de mantener el statu quo, que representarían el último esfuerzo de supervivencia de la actual dirección, teniendo en vista la posibilidad de reeditar el acuerdo con Ciudadanos camino de ocupar un espacio central para pactar con un tercero; y probablemente surgirán esas tentativas de alterar la deriva neoliberal y volver a las esencias socialdemócratas, y entonces surgiría como única salida la de la escisión por la izquierda.

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Jacinto Vaello Hahn es socio de infoLibre

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