Librepensadores

El “terror moral” y... el rostro del horror

Amador Ramos Martos

(Mi reconocimiento humano y solidario con el dolor de todas las víctimas inocentes –sean de donde sean– de la violencia siempre ilegítima e inhumana –procedan de donde procedan– de las diferentes formas de terrorismo.)

En la película Apocalypse Now,de Francis Ford Coppola, quizás una de las aproximaciones cinematográficas más crudas a la barbarie y degradación moral humanas, su protagonista el Coronel Walter E. Kurtz interpretado por el genial Marlon Brando, nos dejó en su delirio, la visión terrible rozando el espanto de lo peor de la condición humana en el proceso de “asimilación moral” personal y colectiva del horror.

Su frase: "No creo que existan palabras para describir todo lo que significa, a aquellos que no saben qué es, el horror. El horror tiene rostro. Tienes que hacerte amigo del horror. El horror y el terror moral deben ser amigos, si no lo son se convierten en enemigos terribles, en auténticos enemigos".

La definición de “terror” o de su ejercicio “terrorismo” en las versiones oficiales de EEUU y Gran Bretaña es prácticamente coincidente, entendiendo por éste: “El empleo de la violencia o la amenaza con intenciones de destruir o perturbar un gobierno para impulsar causas políticas, religiosas o ideológicas” (Noam Chomsky; Hegemonía o supervivencia: el dominio mundial de EEUU. Grupo Editorial Norma 2004).

El objetivo último del terror: modificar un ethos social determinado, para imponer otro distinto, es lo que en cierta forma da contenido “moral” –entendiendo ésta, como las normas que regulan el comportamiento individual y social y los deberes que implican en los diferentes colectivos humanos - a cualquier forma de utilización de la violencia para conseguir modificar el ethos social de comunidades distintas que adquieren la condición exclusiva, degradante y deshumanizada de... “enemigas”.

El terror es en cierto sentido una forma anómala y pervertida de imposición de códigos morales a otras formas codificadas de morales distintas mediante la violencia indiscriminada. Un vacío moral deshumanizante... una auténtica aberración ética.

La profanación ética de “valores morales” pervertidos, usados como coartada que justifiquen la violencia en sus distintas modalidades, debiera hacernos recapacitar sobre el hecho de que lo que en ocasiones se disfraza de “violencia legítima”, es solo la versión cínica, reduccionista y maniquea  –bien engrasada mediáticamente con su dosis enardecedora de patriotismo y de miedo catalizador a lo “distinto” creado a la medida del agresor– de formas sutiles en el límite siempre movible y difuso conceptualmente según intereses... del terrorismo.

Se tiende también con frecuencia a juguetear de forma irresponsable y semántica confundiendo en circunstancias no equiparables, “terrorismo”, con “resistencia” frente a la disrupción violenta de lo considerado como “propio” por formas de terrorismo ajenas.

Las campañas de propaganda orquestadas mediáticamente contribuyen a la difusión a sabiendas de medias verdades cuando no de burdas mentiras, diseñadas y amplificadas “ad hoc” para modificar, y doblegar finalmente, la lábil resistencia crítica –salvo excepciones– de una analfabeta, influenciable y voluble políticamente opinión pública.

Quién tiene el discurso dominante, monopoliza el paradigma del debate, el control y la expansión del lenguaje político; modifica, amplifica, atenúa u oculta el mensaje según intereses y según circunstancias, creando un estado de opinión a su medida que asfixia –o lo intenta– cualquier mensaje disidente distinto.

Con la opinión ciudadana mayoritaria soplando a favor del discurso oficial elevado ya a la categoría de verdad irrefutable, los artificieros ideológicos de la violencia, se consideran legitimados socialmente a encender la mecha que hará explotar el conflicto.

Solo a posteriori y no siempre –sufridas las consecuencias desastrosas, en ocasiones espantosas por la población civil ajena al juego siniestro de la real politik– y tras el caos y la destrucción fruto de la misma, las evidencias desenmascaran a los falsificadores de una realidad hecha añicos y sus argumentos falsarios.

No creo necesario enumerar la lista inacabable de conflictos creados artificialmente y a la medida, por siniestros personajes dominadores estratégicos de la “tarta mundial” para mantener su poder hegemónico sobre la porción de la misma –ampliable o reducible según circunstancias– que les correspondió en el reparto.

El modelo aberrante y violento de los viejos colonialismos, se mantiene hoy día difuminado bajo formas sofisticadas de violencia económica o política que han sustituido a la más explícita de la represión pura y dura cuando no de la guerra; pero a las que llegado el caso y si es imprescindible y las circunstancias lo requieren, se recurre mediante intermediarios dóciles que hacen el trabajo sucio para mantener el “orden mundial” bajo control y domesticado.

Los efectos del terror en cualquiera de sus formas –el económico es una de ellas– se produzcan donde se produzca, sean causado por quiénes sean y sean las víctimas las que fueren y de donde fueren deben ser valorados humana y empáticamente siempre.

No hay terrorismos o contraterrorismos –forma esta última de “violencia legítima” pero también en ocasiones degradante éticamente– mejores ni peores, más justificables, ni más condenables... el terror, es solo terror y el dolor sembrado por él –sufrido casi siempre por inocentes- independiente del lugar donde se produce y se sufre.

El origen del terror debe ser analizado autocríticamente. Puede ser entendible incluso en sus causas enraizadas en la injusticia, en la ignorancia fácilmente manipulable que es la antesala previa del sectarismo, en sinrazones de creencias elevadas a categoría de incontestables e infalibles... ¡pero nunca, nunca!... el terror, aunque solo sea por respeto a sus víctimas, puede ser... justificable.

Nunca podemos ser “amigos” del terror moral causante del horror.

Un sembrado de despojos humanos reventados fruto de cualquier forma de terror, es un espanto, el rostro visible del horror; independientemente –seamos solidarios y empáticos– de que el espanto, se produzca en Niza, en Bagdad, en Madrid, en Nairobi o... en Londres.

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Amador Ramos Martos es socio de infoLibre

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