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Librepensadores

Contra 'Machinam'

Ghenadi Avricenco

El pasado 6 de julio nacía de las entrañas de la empresa estadounidense Niantic Inc. lo que hoy es objeto de críticas, chistes y desgraciadamente algún que otro accidente.

Pokémon GO salía al mercado como pionero juego de realidad aumentada que convertía cualquier rincón de la tierra en un universo particular. Destinado a nostálgicos veteranos y a noveles jugadores se convirtió rápidamente en una aplicación viral. Pronto comenzaron a surgir grupos de amigos, colegas que quedaban juntos para sumergirse en una aventura a través de sus pantallas. Y cual bola de nieve rodando cuesta abajo en cualquier dibujo animado, esos colegas comenzaron a quedar con conocidos, conocidos de conocidos y desconocidos aglutinando cada vez más ejércitos de gente dispuesta a darlo todo por la fantasía. Claro ejemplo el de una mujer en el estado de Georgia, EEUU, donde tras una larga jornada capturando aquellas criaturas niponas en un cementerio y caer la noche, se dio cuenta de que estaba ya atrapada dentro sin poder salir.

Casi a la misma velocidad con la que se viralizó el videojuego, se abría poco a poco un intenso debate respecto a la seguridad y los efectos sociales que este provocaba en sus seguidores. Posturas contrarias, reacias a la proliferación de juegos de semejante índole alegando el distanciamiento del jugador de la realidad y los peligros que supone para estas personas en la formación de formas de socialización.

Ambos argumentos sostenidos por estas personas están en lo cierto, sí que se está produciendo un distanciamiento entre la realidad y las personas, un distanciamiento físicamente palpable en cualquier pantalla conectada a internet. Y sí, la tecnología cambia la forma de socialización de nuestra especie. Pero no más que en la medida que cambiaron las rutinas de socializar los grandes avances tecnológicos del mundo, el teléfono, internet, el cine… Como ocurrió con estos inventos, y como ocurre ahora, las voces de los costumbristas empezaron a sonar, a vociferar en ocasiones. Es así, somos animales de costumbres, y tan pronto como surgen cambios comenzamos a entonar el llanto del desarraigo emocional, la morriña por lo nuestro frente a la imperativa del cambio causada por el tiempo.

Pues me parece bien

Estamos asistiendo, como cada vez asistiremos exponencialmente más durante estas décadas, a un cambio generacional en las formas de ocio, socialización y valores morales traída por aquellos pioneros y pioneras más jóvenes. El punto de inflexión en el que nos hallamos es el de resolver la pregunta que el avance nos ha dejado, ¿las máquinas están para servir al género humano o para sustituirlo? ¿Vivir con máquinas o para ellas? Estas preguntas surgieron a raíz del fracaso de la una cosmovisión positivista en el siglo XX y, debido a la falta de necesidad por contestarlas se fueron dejando de lado. Hoy eso es más complicado donde cada vez es más difícil situar aquella frágil, tímida y fina línea que segrega las realidades: saber en cual vives y para cuál vivir.

De modo que, de nada servirá quejarse por el cambio intentando anclar un mundo que suma años en el pasado y tampoco hará mucho bien caminar a ciegas hacia lo desconocido. Siempre que se avance con cautela, sea hacia el futuro o cazando bichejos virtuales en la calle, quedará garantizado un futuro inmediato y, aún mejor, un futuro algo más extraño que sea sostenible y, con un poco de suerte, en mejor estado que en que lo encontramos.

Ghenadi Avricenco es socio de infoLibre

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