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Confianza, se agota el crédito

Fernando Pérez Martínez

El sistema político está basado en la confianza en que cada uno de los agentes democráticos ajusta su proceder, sus decisiones a la letra de la Constitución y al resto de las leyes que desarrollan las pautas que regulan la vida pública de los españoles. Hasta ahí todo dabuti, con las imperfecciones consustanciales al ser humano que se van subsanando a medida que se detectan.

Todos hacen el papel para el que han sido elegidos con lo mejor de sus capacidades y disposición. Eso pretendimos en un principio, cuando apenas se podía distinguir nada entre el humo de las ruinas de la dictadura recién desplomada, allá por el 1975, mientras tanteábamos guiados por la confianza roussoniana en la bondad de nuestros políticos y congéneres; nuestra intuición de que tanta confianza en la bondad humana no podía ser saludable para las instituciones y la ignorancia de medio siglo de apartheid democrático.

Nuestros elegidos construyeron un sistema viciado de fe, confianza, seguridad…, sin resortes para protegernos de los malos, que son esa gente todo apariencia, con el mejor currículo democrático, las manos a la vista y escrupulosamente limpias, el discurso templado en las más acrisoladas virtudes democráticas, que resultaron a la postre disfraz y añagaza de vendedor de crece pelo, o de bálsamo de la eterna juventud. Coartada para acceder a la caja de los dineros.

Tejieron, con nuestro aplauso entusiasta, un paño legislativo lleno de trampas para proteger sus futuras tropelías y mangancias. Los ladrones son sólo juzgables por un tribunal especial cuyos jueces son elegidos por ellos mismos. El ladrón así, no tiene que pisar la cárcel, ni devolver lo robado, porque para investigarle se establece un período claramente insuficiente de tiempo para instruir la causa y peritar las pruebas, recibir los testimonios…, de manera que el rábula más obtuso, puede prolongar la instrucción indefinidamente, recusando, recurriendo, demandando, apelando hasta al lucero del alba, de manera que la causa se cierre con el resultado previsto de libertad por falta de pruebas, por prescripción del delito, o cualquier otra contingencia calculadamente prevista en el código civil o penal que elaboraron nuestros representantes, bajo pedido, al dictado de los ladrones.

Éstos, cuyos nombres no cabrían en este folio ni en cien más si los acompañamos de sus costosas fechorías que han causado la muerte a tantos enfermos, y a ancianos estafados; la salud a tanto niño desnutrido y a enfermos crónicos y dependientes sin diagnosticar; y la infelicidad a tanto subempleado y desempleado que pasa todo el día de aquí para allá coleccionando en el mejor de los casos, contratos tóxicos que encadenan su existencia a la pobreza y desesperación, haciéndose realidad para ellos el dogma del punk: “No future”.

La confianza ciega en la monarquía democrática (términos paradójicos y antitéticos en España), y en la lealtad y competencia en nuestros representantes políticos y sus obras, nos ha conducido a esta fosa séptica en la que nos están ahogando con cuentos, con palabras pulidas y resbaladizas que ocultan la razón de nuestra agonía.

Para cortar por lo sano y poner un ejemplo paradigmático de por qué estamos condenados a nuestra particular versión del eterno castigo de Sísifo, empujando una enorme roca ladera arriba hasta que invariablemente cae al valle y vuelta a empezar. Nos pasa como pueblo lo que a ciertas personas que son incapaces de aprender de sus errores, de tal manera que una y otra vez sus deseos de felicidad se ven frustrados por la reiteración de los mismos comportamientos o decisiones, que siempre dan al traste con las intenciones que persiguen.

Somos incapaces de variar la rutina que nos conduce a la fosa séptica. A la que estamos condenados a regresar vez tras vez. Véase la muestra. Decíamos que la confianza en los reyes, dirigentes, digamos hombres carismáticos, siempre nos ha reportado horror y frustración, pues bien tenemos una pareja de partidos políticos que han gobernado, con sus socios, los últimos treinta años dejando una estela de casos de corrupción política que se tradujo en un enorme coste económico imposible de sufragar, que ha desequilibrado tanto la economía nacional que ha habido que pedir ayuda financiera a entidades exteriores (la Comisión Europea, el FMI, el Banco Central Europeo), destruyendo e hipotecando el bienestar de la gran mayoría de la ciudadanía para muchos años.

Los tribunales de justicia españoles y europeos respaldan la veracidad del comportamiento corrupto de estos partidos. El que actualmente sustenta al Gobierno central, ha sido calificado en la literatura judicial como organización criminal, grupo organizado para delinquir, y está imputado como partido político en un puñado de causas. Sus dirigentes: presidentes, vicepresidentes, ministros, tesoreros, y de ahí para abajo están convictos o encausados, o acusados en procedimientos para depurar sus responsabilidades por la comisión de delitos graves de corrupción, o son sospechosos ante buena parte de la opinión pública. Escasas y honrosas las excepciones.

El actual ministro del Interior, según se desprende de la grabación de conversaciones que sostuvo con altos funcionarios públicos de su Ministerio, conspiraba para obtener pruebas falsas, ordenando a los funcionarios bajo su responsabilidad que presentasen denuncias contra adversarios políticos en momentos “oportunos” para que el Ministerio público, es decir la Fiscalía, y la prensa al servicio de su partido crucificasen, en época preelectoral a los partidos rivales.

Pues bien, este mismo sujeto, el ministro Fernández Díaz. Una persona de acreditada parcialidad, de moral más que dudosa en lo tocante a organizar trapacerías que beneficien a los de su banda. En fin un tipo al que más temprano que tarde veremos en el banquillo de los acusados por su trayectoria insobornablemente corrupta a la cabeza del Ministerio del Interior, es quien debe garantizar la limpieza de los procesos electorales, infructuosamente llevamos dos y vamos a por el tercero.

¿Os fiais de él, españoles?, ¿creéis que no meterá la zarpa, asesorado por las encuestas preelectorales, para disfrazar un porcentaje creíble de votos de manera que los rivales pierdan sin que nadie se lo explique “un millón y pico de votos”, o maquillar al alza los resultados propios, o subrayar el bajón de los rivales…?

Nadie lo afirma, pero lo grave es que a nadie le extrañaría. Nadie pondría la mano en el fuego por la honradez del comportamiento de Fernández Díaz, no vaya a ser que se le chamusque en la ordalía.

¿Qué puede pasar en las terceras elecciones dirigidas, garantizadas y supervisadas por este presunto tramposo? Lo mismo que sucedió cuando al zorro se le encargó que guardase el gallinero.

Previsiblemente, se repetirá la decepción del pueblo español que volverá a mesarse los cabellos, cual Sísifo desesperado, corriendo tras la roca, ladera abajo, mientras se pregunta: ¿Qué pudo fallar esta vez? Exceso de confianza, Sísifo, exceso de confianza.

Fernando Pérez Martínez es socio de infoLibre

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