Librepensadores

Capitalismo y derechos humanos

Andrés Herrero

La palabra derechos resulta siempre sospechosa, porque da la impresión de que se ha conseguido algo, cuando, en el mejor de los casos, están en el aire y, al igual que las corrientes, van y vienen. En cambio su hermana gemela, obligaciones, sí se ajusta como un guante a la realidad cotidiana.

Uno se pregunta inocentemente, ¿avalan acaso las constituciones el espionaje masivo a los ciudadanos?, ¿qué pasa con el respeto a su intimidad y a la inviolabilidad de las comunicaciones?, ¿se han vuelto todos terroristas de repente? La respuesta ofrece pocas dudas: el derecho es una goma elástica que se estira y encoge a voluntad. Si se sustituye el término derechos por intereses, la cosa se entiende mucho mejor.

¿Forman parte de los derechos humanos las invasiones, los asesinatos selectivos, torturas y detenciones sin juicio? Porque también en ese terreno parece que la prédica se compadece poco con la práctica.

Estamos acostumbrados a que a todas horas se invoquen los derechos humanos como a dioses protectores encargados de velar por nosotros y librarnos de todo mal. Como si constituyeran un seguro de vida a todo riesgo, en vez de un gigantesco engaño para anestesiar las conciencias. Y si no, que se lo digan a los sin país, sin papeles, sin techo, sin luz, sin comida, sin trabajo… sin nada. Personas que disfrutan de un menú de lujo de privaciones. Y, si no les gusta, que reclamen al maestro armero. No conformes con gozar de derechos humanos, aún quieren más. Viciosillos.

La cuna del hombre la mecen con cuentos, señaló el poeta León Felipe, aunque nunca imaginó cuántos. Los derechos humanos son el opio de la democracia, la fachada publicitaria del capitalismo. Brillan en su ausencia como luces de neón, y existen tanto como los unicornios o las hadas, llevando una plácida existencia virtual.

Todo el sueño americano cabe en un carrito de supermercado tirado por un mendigo.

Está claro que sólo se tienen los derechos que se pelean, se conquistan y se defienden. Y que, al que se descuida, se los birlan, igual que le levantan la vivienda, la cartera, el salario, los ahorros o lo que se pueda.

En un sistema de latrocinio colectivo como el capitalismo, los derechos humanos dependen del tamaño de la cuenta corriente. Pero mientras las personas tengan que seguir vendiéndose a cualquier precio en el mercado, habrá que seguir blanqueando el pillaje y la devastación existencial a que se ven sometidas, para que no cunda el pánico.

El derecho no es lo opuesto a la violencia, como se repite hasta la saciedad, sino otra forma, mucho más sutil, de ejercerla. Gracias al Estado de derecho, la violencia se ha interiorizado, volviéndose invisible, dejando de ser personal, para pasar a ser anónima y estructural. El paro, la precariedad y el trabajo basura son violencia. Lo mismo que los desahucios, la falta de comida, de calefacción, de medicinas, los paraísos fiscales, la corrupción o la desigualdad económica.

Te mata el mercado, un dron, una ley o una política, no un ser humano. La agresividad se ha transformado en competitividad, que queda más fino. El suicidio ha sustituido al asesinato y las depresiones a las rebeliones. Menos sangre y más pastillas, más eufemismos y menos calorías, es lo que se lleva.

Los verdaderos derechos humanos que el capitalismo incorpora de serie son:

1. El derecho a morirse de hambre

2. El derecho a dormir en la calle

3. El derecho a estar en el paro

4. El derecho a subsistir en la miseria

Que se resumen en el derecho a hacerse rico sin trabajar y a ser pobre trabajando, o lo que es lo mismo, en el derecho a explotar y ser explotado.

Amnistía Internacional denuncia que el discurso del odio alimenta las vulneraciones de los derechos humanos

La verdad es que no hay motivo para quejarse sabiendo que a los derechos humanos no les va peor con el capitalismo que a los derechos sociales, laborales, medioambientales o animales.

Contemplándolos pues con suficiente amplitud de miras, se entiende perfectamente que, con exquisita normalidad democrática, el contenedor de basura se haya convertido en el mayor comedor social del primer mundo.

Andrés Herrero es socio de infoLibre

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