LIBREPENSADORES

La lógica moderna

Jaime Richart

La lógica moderna tiene en España mucho de lógica anglosajona y exactamente “americana”, si es que en lo anglosajón hay otra lógica que no sea pragmatismo puro. El caso es que en sociedades como la nuestra está causando efectos morales entre revolucionados y devastadores.

Esa clase de lógica, aplicada a los profundos cambios tecnológicos y a juzgar por la marcha de los acontecimientos, consiste en una repentina necesidad de todo el mundo de atraer la máxima atención en exhibirnos allá donde comparecemos, en renunciar a la privacidad pese a que si por un lado se nos recuerda la conveniencia de proteger nuestros datos, por otro una mano invisible los pone al alcance de todo el mundo comercial. Para todo son precisas claves o contraseñas. Se nos hace creer que hemos de preservarnos de fisgones y malvados y que legiones de maliciosos acechan nuestro disco duro; pero nadie sabe para qué, pues la inmensa mayoría cibernética carecemos de valores que esconder, sean materiales o morales...

Complicarnos los trámites lo más posible para la comodidad de unos, para mantener la cabeza ocupada de otros, y para el entretenimiento general parece ser la obsesión de esta sociedad manejada a mucha distancia por los verdaderos asaltantes: individuos de la sociedad opulenta que se sirven de súper expertos informáticos que hacen con nosotros lo que quieren.

Pero el caso es que todo huele a anglosajón “americano”. Estamos pasando poco a poco del kilómetro a la milla, algún día empezarán a fabricar coches para conducir por la izquierda. Hemos pasado en un santiamén de los santos hasta en la sopa a los demonios del halloween, y de la discreción y la prudencia como valores máximos de la más exquisita educación, a la agresividad verbal como el valor más cotizado en la comunicación.

No pasa un día sin que nos llamen voces invisibles, gentes a quienes jamás hemos visto ni deseamos conocer para ofrecernos cosas que odiamos proporcionalmente a la insistencia. Nos cansamos de responder que sabemos bien lo que queremos y lo que no queremos, lo que podemos y lo que no podemos. Eso, cuando no nos asalta el disco programado para la tabarra pertinente. Cada día nos hacen más ofertas y promesas mentirosas: tardamos poco en comprobar que jamás se cumplen. Estamos hartos de peregrinar de una operadora móvil a otra por ahorrarnos unos euros que también son mentira o a costa de un servicio pésimo. Y más hartos de experimentar angustia dando explicaciones meses y meses para librar nos de ellas. Televisiones, grabadores y aparatos cuyo manejo exige un curso de aprendizaje y otro de interpretación de las instrucciones, nos desquician: contienen éstas las innecesarias por obvias, y no contienen eso preciso que necesitamos para ponerlos en marcha. Si no nos encontrarnos entre los millones de españoles que viven en el umbral de la pobreza, la devolución de lo comprado al establecimiento vendedor forma ya parte de la cultura popular.

Vivimos en un mundo extraño, procaz y tan obsceno como misterioso. El misterio estriba en no conocer a nuestros titiriteros, en no saber de dónde salen y hasta dónde son capaces de manejar nuestros estrechísimos recursos. El dinero de plástico, las tarjetas de descuento, el registro indispensable para todo, los prolijos formularios, los contratos de adhesión, las llamadas intempestivas, las voces salidas de discos inmunes a nuestros juramentos, las insoportables musiquillas durante los larguísimos tiempos de espera, las teclas que hemos de pulsar para cualquier cosa, la imposibilidad de despachar dos veces con la misma persona, a menos que sea una estresada sierva de telefonía móvil entrenada más para vender y contratar que para desistir del contrato...

Nada hay estable, nada duradero: ni amor, ni amistad, ni compro miso, ni promesa; todo fluye, se cambia o se inter cambia frenética mente, incluida la pareja...

Todo lo descrito, unido a la precariedad de grandes minorías que poco a poco se van convirtiendo en grandes mayorías, viene haciendo de nosotros tristes y míseros mutantes incapaces de dar un paso si no sabemos qué quiere decir reset, y perdidos si no hemos aprendido que lo esencial para vivir es reiniciar a todas horas. La lógica moderna, la lógica anglosajona, la lógica informática, están generando poco a poco monstruos, neurolépticos, desgraciados y analfabetos de la verdadera vida.

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Jaime Richart es socio de infoLibre

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