LIBREPENSADORES

De verde ya venía él

Fernando Pérez Martínez

Hace mucho que no voy a misa. El otro día me enseñaron un vídeo de la homilía del domingo 20 de agosto, en una iglesia católica del barrio madrileño de Cuatro Caminos, y me acordé de por qué dejé de ir a esos lugares.

El vídeo lo protagonizaba el sr. Martín, y en él se le veía pronunciar una arenga política por medio de la cual expresaba odio ideológico. El pretexto eran los asesinatos terroristas cometidos días antes en la ciudad de Barcelona y su resentimiento no iba dirigido contra los autores de la muerte de inocentes en las condiciones de frialdad e indefensión que suelen concurrir en esta clase de crímenes abominables. El solista del vídeo conducía su rencor contra representantes políticos a los que en ningún caso se puede sensatamente acusar de responsabilidad o complicidad o colaboración con los criminales que sembraron las ramblas de cadáveres. No se oyó una sola palabra de repulsa o de piedad, de compasión con las víctimas o sus familias. El objetivo del autor de la soflama, estaba claro. Era zafio, plano y unidireccional. Se movía cómodo en su foso de aborrecimiento antiguo y largamente reprimido. Alzaba con soltura los despojos de los muertos para arrojárselos a las mujeres que concitaban su ira, su cólera fermentada.

La base de su acusación radica en que esos atentados no podían haberse producido sin la participación de estas señoras. Oyéndole desgranar las palabras de su prédica acusatoria, se diría que es de todo punto imposible causar mortandades como la del desgraciado día del deliberado atropello. Como si la seguridad de la salida de misa mayor en cualquiera de las catedrales de las capitales españolas estuviese garantizada por bolardos o maceteros. Como si la entrada a los recintos donde se celebran las ceremonias rituales católicas fuesen un ejemplo de invulnerabilidad antiterrorista y los demás lugares modelo de negligencia e invitación constante a la masacre.

El oficiante de Cuatro Caminos no confortaba, no consolaba, no apacentaba… Escupía odio. ¿Hacia el asesinato? No, contra sus rivales políticos, a quienes distinguía con sus palabras más como enemigos que como opositores en la pugna por el voto.

El odio expresado por este clérigo no cabe en la iglesia y comienza a extenderse fuera del templo. Las personas que allí acuden en busca de consuelo, confortación y guía ante sucesos tan terribles y dramáticos reciben una dosis extemporánea y letal de animadversión que pretende que se disperse por cada rincón de cada parroquia. Ya salió de iglesias dirigidas por imanes como éste, como el de Ripoll, el mensaje de odio a los ciudadanos homosexuales sin que se llamase a capítulo a los responsables de semejantes injurias graves y gratuitas.

El sr. Martín es un político cobarde que no se atreve a concurrir en buena lid a confrontar ideas políticas con los rivales de su predilección. Prefiere insultar desde el púlpito, amparado en el estatus de doctrinario, para así precaverse de las réplicas que pudieran fácilmente dejar su inanidad argumental al descubierto, teniendo siempre a mano el socorrido recurso del ataque a la iglesia y a la libertad religiosa. Significativa la imagen del pastor que se esconde tras su rebaño mientras les pide que firmen cartas, que carguen contra los políticos que aborrece. Dirá que le ponen verde pero verde ya venía él, no de esperanza sino de tirria. __________________

Fernando Pérez Martínez es socio de infoLibre

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