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¿Mediación, para qué?

Juan Manuel Paulino

Decía Kierkegaard en varios de sus libros, obviando a Hegel, que la relación con el ser supremo, nosotros lo vamos a llamar Estado, debía de ser entre éste y el individuo (ya que la mediación privaba al hombre de libertad), que aquí, al individuo, en alegoría, llamaremos Comunidad Autónoma de Cataluña. Así pues, suponiendo en este caso, que el individuo, por extensión Puigdemont, tiene la representación, no sólo legal, sino también moral del pueblo catalán, y no se haya erigido, como en estas circunstancias, en el que otorga la representación y el representante –ya que ni un monarca absoluto lo haría tan bien–, debería ser como tal individuo, y en representación de ese pueblo, quien debería de estar capacitado y legitimado, para llevar a cabo la posible negociación, que no –como decimos– mediación.

Siendo esto así, debemos tener en cuenta que se ha de abrir una negociación “inter partes”. Pero dicha negociación o –en el lenguaje que hemos comenzado–, relación, debe de partir de la base siguiente: el Estado, como ente, ha de tener mayor rango que una comunidad autónoma, la cual forma parte de él, y, al mismo tiempo, lo conforma. Luego, si dicho individuo dispone de esa legitimidad; y también por supuesto, al cual nos queremos dirigir, para dicho arreglo –el presidente del Gobierno-, dispone de ella y comenzarla. Mas no sé si decir negar –pues nada tengo y menos pido, pero creo cuando menos no poseer autoridad de ninguna especie para hacer esta aseveración– esa autoridad o representación.

Del primero, Puigdemont (el individuo, según Kierkegaard), pongo en duda que disponga de esa capacidad legítima y le niego (aunque sólo como mero opinante) la capacidad moral y bienintencionada para llevar a cabo la tarea. Al segundo, el presidente del Gobierno (el supremo, también según Kierkegaard), le reconocemos las garantías legales, constitucionales, del Estado; pero, para mí y mucha más gente, que no toda, está a 100 años luz de tener la moral.

Añadiendo a todo esto, y vemos, la aversión ¿palmaria? entre ambos.

Por tanto, no es necesario, no hay que tener como paradigma de la relación a estas personas; sólo buscar otras (entes, corporaciones) que les sustituyan convenientemente, y que con la licencia o delegación de ellos, sean un ombudsman, que lleven y puedan desarrollar un mandato conferido por el conjunto de lo que compone la dos partes; es decir, el Estado, y, ahí, que peleen, que luchen, que empleen todas sus artes (acompañados por los García de Enterría, Pérez Royo, por nombrar a algunos) y, con ese mandato, saquen adelante un proto-nuevo-Estado-definitivo, para bastante-mucho tiempo.

Ahora que se han dado un tiempo, como los novios, para repensar la relación, que este tiempo lo amplíen y, si es posible –que debe ser, ya que en política todo lo es–, y de una vez por todas, se consensúe y palíe el ¿problema?

Yo, de todos modos y como seguir de él, digo: Viva Kierkegaard, abajo Hegel. Trabajo, entendimiento, cada cosa en su sitio de nuevo, y la Constitución, reformada, en la de todos.

Ahora solo quedaría que, a quien correspondiera, lo traslade a lenguaje político.

Lo siento, pero en este tema y tratándose de España, del Estado, me encuentro atraído cual imán, al ser admirador de los grandes hombres del 98. ______________

Juan Manuel Paulino es socio de infoLibre

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