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Adiós, mamá

Gonzalo de Miguel Renedo

“No es el tiempo que vive una persona lo que importa, sino como lo vive”. La madre eterna, Betty Milan.

¿Qué es una madre? Mi madre decía que el oficio de madre es el peor del mundo, que nunca se descansa. Y también decía que todo lo que somos se lo debemos a nuestras madres, lo que convierte a los hijos en el producto estrella de su existencia. Mejor o peor, eso ya lo decide el mercado social. Hay muy buenos productos por ahí. Mi madre se ha muerto y nadie puede saber el dolor que eso produce. Nadie al que no se le haya muerto. Da igual la edad que tenga una madre, me decía una amiga, con 50 o con 100 años, una madre es una madre y se sufre igual. Su desaparición corta el cordón umbilical virtual que nos mantiene unidos a ella. Quizás por eso siguen sufriendo tanto por nosotros hasta su muerte, su verdadero descanso del trabajo materno.

Mi madre nunca consiguió que pensara y actuara como ella, y pese a ello, no lo vivió como un fracaso. Se la veía satisfecha de su labor. Con que uno fuera bueno, rece a Dios o al sursum corda, le valía. Pero no prevariquemos de la verdad, ni los hijos son tan buenos como las madres esperan ni las madres pueden olvidar que también ellas fueron hijas en algún momento. Así las cosas, casi me alegro de no haber tenido hijos y ahorrarme una frustración a título póstumo. Consolémonos. La sociedad de hoy, o mejor, la familia estéril del pleno empleo que hoy se estila lleva indefectiblemente a los mayores al asilo. Y allí, cual bienes mostrencos, se sienten inútiles, y más solos que la una. La residencia es un mal necesario, nos decimos. Qué va, es una vía de escape de las familias con ancianos a su cargo, que se hartan de ese incómodo conflicto de imposiciones y rechazos que de manera cotidiana se produce entre hijos convertidos en madres y madres convertidos en personas dependientes. Pero es lo que hay. Menos mal que el olvido también juega buenas pasadas. Y las mentiras sucesivas ayudan a reducir el sufrimiento, el suyo y el nuestro.

Mi madre, a pocos hizo mal, una buena definición improvisada por un cercano. Y es verdad. Con la muerte se aprecia mejor el verdadero valor de los conflictos. Percibes que aquellas crisis, aquellas discusiones pasadas solo eran bagatelas, cosas sin importancia. Mi madre era todo sonrisa. A todo el que la miraba, le desplegaba una y pude comprobar que su entorno agradecía esa alegría. En el fondo todos buscamos lo mismo, cariño a nuestro alrededor, sin malos gestos, sin esa maldad pueril que nos rodea y que solo consigue hacernos infelices sin necesidad.

Mi madre sufrió el peor golpe que puede sufrir una madre, ver morir a un hijo, que en su caso, fueron dos. La supervivencia del hijo es el mayor deseo de una madre que lo ha perdido. Con la memoria inmediata perdida, la de su pasado remoto nunca desapareció del todo, y qué pena que no lo hubiera hecho siquiera para que pensara que su prole se mantenía intacta. Pocas veces le recordé la falta de sus hijos y cuando lo hice fue para graduar el avance implacable de la senilidad pero las lágrimas brotaban al milisegundo. Nunca perdió la conciencia profunda, salvo para dejar de respirar. Su demencia, como decía mi hermana Berta, era una demencia inteligente, valga el oxímoron. Caía en su red pero al momento sabía que caía y trataba de disimular para salir airosa. Era lo que vulgarmente se conoce como un crack.

La pérdida de la madre es la pérdida de la inocencia. Te quedas solo ante el peligro, sin el último consuelo, ese que te dan las madres incluso sin razón. Perder a la madre significa el final de una vida y el comienzo de otra, más dura, más a la intemperie. O eso me parece desde mi medio siglo. Mis hermanos y yo tuvimos suerte. Mi madre nos hizo mejor personas de lo que podríamos haber sido y logró también que quienes la rodeaban fueran un poco más felices, que no es poco. Adiós, mamá, ojalá disfrutes de ese lugar paradisíaco en el que creías y no sabes cómo siento que no me convencieras de su existencia, siquiera para soñar con volver a vernos. ___________

Gonzalo de Miguel Renedo es socio de infoLibre

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