Librepensadores

España cangreja

Gonzalo de Miguel Renedo

Empecemos con unas reveladoras palabras del siglo pasado: “Nuestros Habsburgos no lograron fundir a Portugal, Castilla, Cataluña y Vasconia y no lo lograron precisamente por su unitarismo despótico. Quisieron hacer la unificación de arriba abajo, en potro inquisitorial, y no que surgiese de abajo arriba, en comprensión mutua de los pueblos. La unidad católica –católica = universal ¡qué sarcasmo!– ahogó una posible armonía íntima. En vez de dejar que se soldaran los huesos del esqueleto de la patria común mantenidos y sujetados por la carne caliente, nos impusieron un dermatoesqueleto que ahogó la carne. Y así en vez de una nación vertebrada hicieron una langosta o un cangrejo. No es la carne la que sujeta y une los huesos; son los huesos los que sujetan a la carne y la ahogan. Y de aquí que en España haya separatistas”. Pocas palabras como estas de Miguel de Unamuno, escritas desde el destierro, añaden tanta claridad sobre los orígenes de lo que le pasa a esta España cangreja con la marcha atrás puesta.

¿Y qué pretenden los autollamados unitaristas del ‘¡a por ellos, oé, oé!’? Pues acabar con el separatismo con su triunfo, el del llamado bloque constitucionalista, en las urnas. Lo decía Ortega: “Solo los patriotas con cabeza de cartón creen resuelto el formidable problema nacional si son derrotados en las elecciones los señores Sota y Cambó”. ¡Abajo los particularismos. Hay que ahogarlos!, gritan los desaforados. Pero recalca el propio Ortega que el particularismo principal es el del poder central, no el vasco o el catalán: “Castilla ha hecho a España y Castilla la ha deshecho”. Joder, si es que lo mismo que la historia de España es la historia de una desintegración, lo es también la de su clase política. Basta escuchar a los cangrejos actuales de la política española, que contribuyen decididamente desde su ignorancia a desunir aún más lo poco que queda del esqueleto nacional.

España necesita grandes proyectos, “un proyecto sugestivo de vida en común”, para afianzarse como nación estable y cohesionada, idea orteguiana, pero resulta difícil tal objetivo cuando desde el mismo Estado central se desincentiva esa búsqueda con desprecios palpables hacia “las partes del todo que comienzan a vivir como todos aparte”. Porque me parece a mí que quienes más defienden la indisoluble unidad nacional son luego quienes mas desprecian a quienes anhelan separarse: “¡Catalufos de mierda!”, suelen gritar, sin discriminaciones positivas, aliñando con palabras de boicoteo sus soflamas ‘antiindepes’. Así ‘respira’ una parte importante de la calle española, no sin culpa de una parte importante de la cada vez más inculta clase política española. Y en esa dinámica centrífuga, intervenciones cerriles como las ya conocidas del 1-O y demás piolinadas gubernamentales, 155 mediante, por no hablar del ridículo pseudojudicial que se está ofreciendo al mundo, solo alientan aún más el desapego y la irritación mutua entre un Estado centralista muy particularista y unas regiones particularistas muy centralistas.

Y no parece la mejor manera de mantener unido el redil nacional la táctica del palo como arma de convicción. Rajoy no ha empleado otro. La palabra y el diálogo, por no hablar de la seducción, no figuran en su vocabulario carpetovetónico. Que sí, que hay que cumplir las leyes, pero todas, y nuestro hombre en La Moncloa se ufana de no cumplir la de memoria histórica y no aportar un solo euro a su cumplimiento. Con el conflicto catalán ha hecho igual, con la diferencia de que, y espero no meter la pata a lo Casado, si tras aquella hay reivindicaciones para rescatar de las cunetas el honor de la víctimas de un pasado ominoso, tras el llamado procès hay una comunidad viva que busca respuestas a sus inquietudes en un presente titubeante. Rajoy ha demostrado que su pasividad no conoce de tiempos. “El hombre condenado a vivir con una mujer a quien no ama siente las caricias de ésta como un irritante roce de cadenas”, explicación subjetiva del sentimiento nada objetivo de opresión injustificada que sienten los pueblos vasco y catalán. Son palabras de Ortega, no mías. Vamos, como casi todas las palabras que vertebran este artículo. Eso con caricias. Piensen ahora lo que sentiría ese hombre o esa mujer sin en lugar de caricias recibiera palizas y humillaciones: podemos imaginar el estado mental de ofuscación en que se pueden encontrar hoy millones de hermanos y hermanas catalanes respecto al modelo español de nación-cárcel que para ellos propugnan los llamados constitucionalistas. Para echar a correr sin mirar atrás. O eso, o decir como Gaziel: “¡No hay nada que hacer! Solo volver a naufragar, caer hasta el fondo, con todos los demás, y luego, si Dios quiere que no te ahogues, volver a embarcar tristemente –con un nuevo patrón loco y unos pasajeros de imbecilidad igualmente incurable–, sabiendo de antemano que volveremos a navegar a oscuras, y que en el primer recoveco nos espera, fatalmente, otro hundimiento...”. _________________

Gonzalo de Miguel Renedo es socio de infoLibre

Más sobre este tema
stats