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Librepensadores

Dinámica de la destrucción

Fernando Pérez Martínez

El campo de batalla sembrado de despojos suele ser un buen lugar para reflexionar: cómo hemos llegado aquí, sabiendo como sabíamos que por el camino que eligieron los líderes y que tomaban los acontecimientos era cuestión de tiempo llegar a donde ahora estamos.

Todo empieza con la elección de los actores que dirigirán la campaña, entusiasmados por el poder y la capacidad de confrontar a la parte de hooligan que existe en cualquier grupo humano. Cuando el fanatismo violento toma la palabra y establece el grito como premisa de diálogo y la consigna como argumento, la inteligencia sobra y si se hace presente, si ofrece resistencia, se la masacra física y verbalmente entre alaridos, improperios, coros y danzas de fondo sur de estadio enfebrecido.

Una vez que se ha conseguido sacar la inteligencia que podría entorpecer las maniobras encaminadas a irritar hasta el paroxismo, hasta no saber por qué se está donde se está, ni para qué se acudió, y qué desencadenó el estado de frenesí próximo a la furia sicópata que sólo se calma viendo al rival retorcerse en el suelo, humillado y vencido, es el momento en que el pueblo está donde los cabecillas de los bandos en disputa lo querían ubicado.

Ya no importa mejorar, tener trabajo, salud, educación, bienestar, amor…, lo que en este momento quieren los bandos es que los cabecillas den la orden de acometerse, la consigna de mano libre para rascarse donde a uno más le pica. El cataclismo está servido si los dirigentes logran el retroceso político de todo un pueblo. Miles de años de civilización y cultura saltan por los aires. Sólo entonces pueden sentir que han alcanzado el máximo poder al que podían aspirar. Ese pueblo dividido está dispuesto a ofrecer su vida, la de los suyos y sus capacidades al servicio obediente de sus amos, ya no dirigentes o representantes.

La sangre hierve como después de una buena arenga y si en ese estado le dan a elegir al individuo entre la felicidad absoluta o el sufrimiento del enemigo, sin dudar elegirá la segunda opción aunque le cueste sangre, dolor y penas sin cuento. Será mañana cuando tras la borrachera de los sentidos, y sufriendo la desastrosa e inevitable resaca se preguntará cómo se pudo llegar a tal sima de estupidez y barbarie. Responsabilizará a cualquiera de su sandez y salvajismo y procurará, ya sin éxito, sublevar a los supervivientes contra los pastores que les condujeron a esos pastos de sangre, pero ya será tarde, los pastores y pastorcillas se han convertido a estas alturas en estadistas responsables de la supervivencia de los que quedan y la inteligencia y la reflexión siguen sin tener cabida en la ecuación, cuartelera, que por la lógica de los acontecimientos se termina por imponer. Nadie tiene derecho a bajarse del proceso puesto en marcha sin que los que ya han perdido todo lo que querían preservar, o buena parte, conminen , al grito de ¡traidor!, a quienes quieren rebajar la tensión. Cuando unos lo han perdido todo llamar al diálogo es interpretado como quererse ir de rositas después del sacrificio de otros, y exigirán más sangre. Que nadie salga indemne. Los un día pacíficos y apacibles líderes no tendrán más remedio que asumir complacidos la responsabilidad que la historia ha depositado sobre sus hombros y hacer sonar la estridencia de las cornetas tocando: ¡A degüello!, sin cuartel, que no quede ni el apuntador, ni la madre que lo parió. Si llora mi madre, que lloren todas… ¿Estamos a tiempo o ya es tarde? ____Fernando Pérez Martínez es socio de infoLibre

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