Librepensadores

Asesinos e inductores

Fernando Pérez Martínez

En nuestras sociedades de principios del siglo XXI, la ciudadanía mata y se mata por cualquier cosa. No pretendo frivolizar sobre un tema tan serio, pero tampoco estoy dispuesto a permitir que el argumento de la sangre derramada silencie lo que el raciocinio proclama.

Toda actividad humana, incluso las más inocentes, causan víctimas. La actividad laboral y la artística, el transporte y el descanso, la alimentación y la dieta, el deporte y la ociosidad, el matrimonio y el celibato, la paz y la guerra, la estupidez y la inteligencia… Podemos concluir que la muerte de semejantes rodea la actividad o inactividad humana. La gente pierde la vida desempeñando sus responsabilidades laborales en los andamios de las cornisas o infartados en los sillones de los despachos por estrés, en el trapecio equilibrista o en el límite de la racionalidad y el genio que lleva a desazonar a sujetos hipersensibles que se mutilan, o envenenan con absenta o heroína por expresar las pasiones humanas con pigmentos o acordes sonoros. El milagro tecnológico de disponer de cualquier objeto en tus propias manos en 48 horas, también tiene un coste que los tacógrafos no pueden evitar, así como disponer de unas horas de asueto rural en tu vida urbana pasa factura a viajeros en ferrocarriles, barcos, aviones o automóviles. El ocio es responsable, por pacífica que resulte la actividad, de un número de bajas de deportistas, pescadores, paracaidistas, bañistas, ludópatas, dipsómanos… La dieta más acreditada no evitará el mortal atragantamiento o la acumulación de residuos no asimilables en los órganos más esenciales, hasta quebrar el equilibrio que hace la vida posible. La debilidad consecuencia de una alimentación para encarnar el canon de belleza establecido, se cobra su porcentaje anoréxico y mortal. El resultado de negar la humana necesidad de satisfacer los deliquios amorosos programados en el ADN de la humanidad da como resultado conductas perversas que se resuelven en sangre, contra uno mismo o contra quienes le rodean. En fin, voluntaria o accidentalmente la vida humana está rodeada de muerte como efecto colateral en cantidades que se podrían estimar porcentualmente para cada actividad. Las hay más mortíferas y menos. Algunas, nunca la totalidad, podrían disminuirse tomando ciertas medidas, pero la realidad es que la conducta del género humano produce como efecto secundario la muerte de sus semejantes directa o indirectamente.

Las relaciones entre iguales, hombres y mujeres, niños y niñas, adultos y menores de cualquier condición no son excepción a esta norma que condiciona la actividad interpersonal. Los asesinatos en las relaciones que se establecen entre personas de igual o diferente sexo, las víctimas de bullying entre escolares o los resultados criminales por interacción entre adultos y menores, constatan el acatamiento a la norma enunciada.

Hubo un tiempo en que a nuestra sociedad le atormentaba el insufrible número de jóvenes que perdían la vida en las carreteras víctimas de la actividad vial. Se organizaron campañas, se estudió la actividad y las asociadas a la conducción de vehículos. Se aumentó la vigilancia sobre el alcohol y los fármacos, se analizó el riesgo de la mecánica de fumar al volante como desencadenante de distracciones concluidas en accidentes, la manipulación de radios y otros instrumentos, la temperatura, el sueño, la climatología, los factores derivados del día o la noche, los sistemas de fijación de conductores y pasajeros…, se corrigió lo posible se regularon las conductas se introdujeron y se incrementaron las sanciones y… sigue habiendo un saldo anual, juzgado como excesivo, de víctimas del tráfico que no conseguimos evitar.

El delicado equilibrio que requiere la cordura de la mente humana se pone a prueba a diario en la relación que establecemos con el exterior. Nos contraría que la meteorología dificulte o impida realizar nuestros proyectos, nos desequilibra que el tráfico denso retrase nuestra llegada al punto de trabajo o de ocio, provocando conductas difíciles de explicar o de encajar en nuestro carácter. Un desacuerdo en la percepción de un hecho trivial, lúdico, deportivo, una discusión, produce tales sacudidas a nuestro sistema nervioso. A menudo resulta inexplicable la agresividad apenas contenida que inflama nuestra conducta debido a detalles insignificantes…

La convivencia continuada con un ser distinto a uno mismo genera a diario un buen número de frustraciones, decepciones, incomodidades, disgustos de mayor o menor relieve y de efecto acumulativo. Las pequeñas contrariedades y tensiones asumidas cotidianamente en el discurrir de la vida en pareja van dejando su imperceptible pero imborrable huella que en los caracteres más primarios o simples se harán presentes más tarde o más temprano con las consecuencias catastróficas que los medios denuncian.

A veces uno mismo se daría de bofetadas por una futesa que le avergonzaría explicar en público.

Así estaban las cosas cuando llegó el archiobispo de la secta romana inventora de la fórmula “hasta que la muerte nos separe”, que se hace llamar arzobispo de Toledo, señor Braulio Rodríguez, que de la vida en pareja tiene enormes experiencias o conocimientos no acreditados, y nos ilustra con su luz negra y oscurantista justificando el enorme repertorio que lleva a desencadenar episodios de violencia entre humanos de distinto sexo y de diferentes perfiles psicológicos, con la simpleza grosera de quien justifica la tasa de mortalidad del tráfico rodado en que no se cumplen las normas del Código de Circulación.

Viene a decir esta mente valetudinaria y esclerótica que es la mujer que pide el divorcio la que provoca el asesinato por parte del varón. Ante lo que no queda más alternativa que retirarse discretamente a una distancia prudente que asegure la imposibilidad del contagio mental de tal individuo. Un detalle esclarecedor, en España se producen 2.761 divorcios diariamente. Uno cada 31 segundos aproximadamente. Más de un millón de divorcios o separaciones anuales. El promedio de asesinatos entre parejas o exparejas oscila entre cincuenta y ochenta cada año.

La relación a la que aludía el archipámpano de Toledo, que vincula divorcio y asesinato, se verificaría, por ejemplo en 65 casos de cada 1.050.000 rupturas de parejas, más o menos. Se ve que su campo de competencia no es el pensamiento reflexivo o la especulación racional, sino la adivinación del sexo de los ángeles y la ideación de estratagemas para justificar la supremacía del varón en una sociedad que ya no es la de cabreros nómadas que defendían el pasto de sus rebaños o la posesión de sus hembras, argumentando garrotazos, de donde procede su añeja tradición y prescrita cultura milenaria. ______________

Fernando Pérez Martínez es socio de infoLibre

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