Librepensadores

El tercero en discordia

Jorge Ulanovsky Getzel

Nuestra mentalidad está configurada de forma binaria por lo que, cuando nos encontramos ante un tercer elemento, todo se nos complica.

Quizás sea la antinomia existencia/inexistencia, vida/muerte, y en nuestra vida sentimental, en nuestra más íntima disposición, la dicotomía amor/odio, que nos caracterizan y conforman como seres profundamente disociados, contradictorios, ambivalentes y extraviados. Recuerdo un proverbio que dice: “Cuando el hombre piensa, Dios se ríe”.

Habría que escuchar más a menudo a Shakespeare, quien según Harold Bloom inventó la cultura de nuestro mundo occidental al escenificar el paradigma edípico que significa el ingreso a nuestras infancias, con un amor protector y único que deberá ir diluyéndose con el tiempo para poder convertirnos en seres autónomos. Según vayan apareciendo los terceros de la discordia, todos aquellos que se van interponiendo alterando la unión original con nuestra madre. El padre, hermanos, los otros, la comunidad. El gran dilema de la dramática recherche [búsqueda] de Proust. Nuestro drama. Tal discordia sólo alcanza a sustraerse con el azaroso encuentro de poder continuar siendo amados, por una compañera o compañero, una familia, un medio capaz de mostrarse acogedor y benévolo.

El maniqueísmo, insisto, cuánto nos perjudica. Yo mismo debo corregir permanentemente una tendencia que reconozco en mí a desdibujar la realidad con falsas e iterativas antinomias. Imposible negar que a lo largo de la vida, desgraciadamente, nos cruzamos con gente identificada con el demonio. Y que por encima de definiciones ideológicas y políticas finalmente reconocemos en nuestro entorno a buenas o malas personas. Hay un mal encarnado en seres hipócritas, corruptos, miserables, y psicópatas. Asesinos y torturadores. Aunque asistan a misa los domingos, a la mezquita o a la reunión del partido. Pedófilos, delincuentes y machistas. Norman Mailer apuntaba más alto afirmando que no es que sean seres cuyos destinos gobierna el diablo, son el demonio. Pero entre esa escoria humana y yo, supuesto angelito, no hay una nítida frontera. Nadie está totalmente a salvo de penetrar en las tinieblas de la banalidad del mal. Apostillando un comentario a uno de mi artículos, un señor apodado Vaaserqueno decía que “lo peor que llevamos son las pequeñas agresiones cotidianas, el empujón en el metro, la descortesía, los que se cuelan, el insulto..., todas esas cosas que conforman una sociedad individualista”.

Sostenía Freud que llevamos todos en nuestro interior un criminal en potencia. Somos todos corruptibles mientras no demostremos lo contrario. Mucho ha explotado la literatura este sujeto. El Dr. Jekill y Mr. Hyde de Stevenson permanece activo en nuestro registro angustioso. El gran maestro, quien mejor supo desarrollar una narrativa sobre esta tara dual que nos determina ha sido Dostoievski. En Crimen y Castigo, el joven Raskólnikov, con el convencimiento delirante de diferenciar los humanos entre seres superiores e inferiores, pretende justificar sus crímenes. Fundamento irracional del racismo, del machismo, de la discriminación, de la crueldad para con nuestros hermanos animales, de los imperialismos...

Otra de las consecuencias de la configuración binaria de nuestro yo es la tendencia hacia una bipolaridad anímica. Muchos son los psiquiatras, que desde su gnoseología biologista y especialidad en estigmatizar, etiquetan in extremis y por doquier un denominado trastorno bipolar patológico. Cuando en realidad, normalmente, somos afectados por sentimientos opuestos, ya de carácter depresivo y melancólico, o por el contrario, nos inclinamos por medio de mecanismos de evasión o negación hacia estados de euforia, manías y adicciones múltiples. El consumo, la velocidad, bulimia, alcohol y drogas, fármacos, la televisión, el fútbol, los toros…

Para quitarle un poco de hierro al asunto les recuerdo un chiste. Un paciente confiesa tener un problema de doble personalidad. Ante lo cual el médico le responde: no se preocupe, ya somos cuatro. En resumen. Cada vez que se nos presente un tercero, sea una idea, un pensamiento, un sentimiento, un otro, un extraño, a pesar de nuestros reparos y recelos, veamos qué nos puede aportar. Y un cuarto. Y un quinto... ____________

Jorge Ulanovsky Getzel es socio de infoLibre

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