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...Y Dios creó a la mujer

...Y Dios creó a la mujer

Jorge Ulanovsky Getzel

Hagamos el amor y no la guerra. Deberíamos empezar por tratar a la mujer con ternura, que no por ello perderemos nuestra masculinidad.

Mucho se ha abundado en estos días sobre la condición laboral y social en desventaja del ser mujer. Voy a permitirme en unas líneas salirme del amplio ámbito social para penetrar en un registro más subjetivo.

Independientemente de nuestra anatomía genital nacemos animales, que en lo que se refiere al amor sexual, a nuestra identidad, somos en principio bisexuales. Por obra de un orden de roles familiares, de complejas articulaciones culturales, de pautas y valores, y enlaces atávicos inscriptos en una estructura patriarcal, devendrá la definición de una elección de objeto amoroso. La tendencia dominante en esa constelación nos orienta hacia la heterosexualidad. Lo que no significa que seamos portadores de otras inclinaciones, sumergidas en las huellas de nuestro inconsciente. O de un predominio abierto de una identidad ya sea bisexual, lésbica u homosexual.

Ya desde los orígenes de nuestra “civilización”, en la antigua Grecia fueron perfilándose las características que configurarían la estructura machista de nuestra sociedad. Basta con indagar en la mitología sobre Heracles, el gran héroe y venerado guerrero. Bisexual y asesino de su primera mujer. La naciente democracia fue patrimonio exclusivo de hombres, con tolerado ejercicio de la pederastia siempre que respondiera a un orden jerárquico de penetradores superiores sobre jóvenes varones de inferior condición social. El poder, entre hombres para los hombres.

Los monoteísmos instalaron también sólo hombres en sus tronos sagrados. ¿Y por qué María tuvo que ser sin pecado concebida? ¿Por qué en lugar ser Diosa o Reina, Virgen? Creo que es un dato simbólico interesante para comprender los fundamentos de la falocracia. Habrá mil explicaciones teológicas al respecto mas los que a mi se me ocurre grosso modo es lo siguiente. La mujer nacería según una observación desde luego muy idiota, con un defecto, sin pene. Desde el comienzo se le atribuye una falta. Además pecaminosa, como si tuviera que compensar esa falta con una disposición innata a una sumisión incondicional, en función del esfuerzo -a pesar de su carencia- por ser objeto del deseo del hombre. María poseyó la extraordinaria y milagrosa virtud de poder engendrar sin pecar, sin dejar que su cuerpo cayera en manos del lascivo demonio. Su cuerpo permaneció fiel a la propiedad del gran Dios. A excepción de ella, toda mujer debe llevar el estigma eterno de la culpabilidad por ser presa del deseo y de un placer endiablado en el acto amoroso, habiendo sido este acordado por el Señor, como fin puntualmente reproductor y atendiendo a la necesidad eyaculatoria de la superioridad masculina.

Existe la creencia de que la homosexualidad se ejerce sólo sobre una cama. Sin llegar al acto los hombres establecen entre sí relaciones amorosas, quizás no conscientes, que sin haber coitos ad hoc forman parte de un atractivo sexual. Sucede en todas las esferas jerárquicas, en los ejércitos, en el club, en el bar… El fútbol es un ejemplo paradigmático de la manifestación espectacular de una comunidad homosexual de masas. Se comprenderá que no tiene para mí el término “homosexual” una connotación general peyorativa. El fútbol, partiendo de ser un simple juego de entretenimiento y destreza física, convertido en adicción de multitudes, tiene varias virtudes. El accionar lúdico se somete al cumplimiento de unas reglas básicas, y a diferencia de lo que se veía en una lucha entre gladiadores, o en el boxeo, o en una corrida de toros, digamos que la sangre no llega al río, pese a algunos actos de violencia. Canaliza apasionados compromisos tribales y circunscribe el amor entre los hombres en un registro que no altera sus vidas personales, salvo por la cantidad de tiempo que destinan a su seguimiento. Es evidente que la expresiones de idolatría a sus jugadores y la carga emocional con la que se refieren a sus fallos y éxitos son propias de una prensa más del corazón que de auténtico deporte. El aspecto perverso de la cuestión no tiene que ver con todas esas manifestaciones afectivas entre hombres, homosexuales por cuanto están establecidas entre personas de un único sexo, sino con la negación de la evidente orientación que se perfila en ellas.

El hombre se niega con tozudez a reconocer en sí rastros de una homosexualidad latente. De allí la extendida homofobia. Y para certificarlo busca de copiar patrones supuestamente definitorios de su masculinidad en conductas de aparente valentía, fortaleza, autoridad, e intransigencia. En el campo de la psicopatología machista, por lo general, el maltratador, violador, asesino de mujeres, tiene necesidad de autoafirmar su cuestionada hombría con una estúpida demostración de fuerza y violencia sobre su víctima, que procura indefensa.

La negación es un mecanismo narcisista. Muestra la incapacidad de reconocerse en un otro más allá de sí mismo. El rechazo a verse reflejado en la piel de una mujer, de un homosexual, de un negro si uno es blanco, de un judío, de un viejo, de un débil, de un minusválido…

El futuro del feminismo está estrechamente comprometido con la demolición de la falocracia. No bastará la reivindicación del enorme potencial creativo y alentador femenino sin desentrañar y arrojar a la papelera de la historia las entrañas putrefactas del machismo. Y para ello, a los hombres nos corresponde un alto grado de responsabilidad. ______________

Jorge Ulanovsky Getzel es socio de infoLibre

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