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Librepensadores

De manadas, mujeres y jueces

Teresa Barreiro Fernández

Según se nos dice, en un ambiente de regocijo y jolgorio, es lícito que cinco animales abyectos, apestando a sudor, alcohol y testosterona, rodeen a una pobre chica de 18 años con varias copas de más en un portal, la sometan, la humillen, la penetren de todas las formas imaginables, y la obliguen a cometer actos abyectos que nada tienen que ver con el placer sexual. Y todo con la degradación y el desprecio a la dignidad humana (salvo que dos adultos decidan consciente y libremente internarse allá donde les lleve su lujuria). Es lícito porque ella está tan regocijada que primero grita, pero luego se bloquea, cierra los ojos y se deja hacer lo que le piden, lo que da todo el derecho del mundo a estos especímenes, de mucha mayor corpulencia y edad (y que como bien sabemos y está ampliamente documentado por ellos mismos, disfrutan drogando mujeres para luego abusar de ellas, humillarlas, grabarlas y cosificarlas), la usen como a una muñeca hinchable de carne y hueso.Y mientras lo hacen la graben para fardar después ante el resto de chacales de su manada. Cuando todo termina, es comprensible también que estos machotes dejen a la chica desnuda y sola en la oscuridad de ese angosto portal, tirada como a la basura que es para ellos, y que para culminar la proeza le roben el móvil y lo tiren bien lejos, acción que tiene toda lo lógica del mundo en un contexto de alegre camaradería sexual.

Todo esto le parece a un magistrado español que no es constitutivo siquiera de delito y así lo quiere dejar bien claro y manifiesto, negro sobre blanco en su voto particular, en el ejercicio de machismo más soez que yo consigo recordar, más si cabe viniendo de quién debiera haber lanzando un contundente aviso para predadores, marcando unas clarísimas líneas rojas a toda esa escoria que pulula a la caza de víctimas por los institutos, los bares, las fiestas de pueblo, las oficinas. Ignoro si este individuo tiene una mujer, hijas, hermanas, primas, pero si que puedo afirmar sin temor a equivocarme que tiene una madre. Así que me gustaría que imaginara a su madre rodeada de cinco animales en el portal de su casa, vejada, tratada como un despojo, sometida a la viciosa lujuria de una panda de semianalfabetos en celo, que conciben el regocijo en clave de abuso en serie de mujeres indefensas. Y me pregunto si, cuando esa madre llegara a casa llorosa y temblando, desorientada y en estado de shock, con las medias rotas y las bragas rezumando los asquerosos fluidos de esa jauría, su hijo le recriminaría, blandiendo el Código Penal por no haber gritado, pataleado, intentado arañar a sus violadores, por no haberse puesto en riesgo de recibir una paliza, de morir estrangulada o degollada, para haber proporcionado pruebas fehacientes de que algo atroz había ocurrido, y no dejar sembrada la duda sobre si ese momento fue en realidad de jolgorio.

Esta terrible sentencia de la Audiencia de Navarra retrata de manera descarnada el punto exacto donde seguimos varadas las mujeres, lo que podemos esperar de esta sociedad en transformación, pero aún decididamente patriarcal, machista y construida a la medida del hombre, concebida para satisfacer sus instintos y sus necesidades. En todos los países del mundo civilizado se dictan cada día sentencias similares, que después del primer acceso de incredulidad e indignación, siempre me dejan sumida en un sentimiento de vergüenza y asco. Pero esta vez, el hedor es cercano, y por ello particular y profundamente insoportable, no solo por lo ocurrido en ese portal, sino por todo lo que sabemos sobre los antecedentes de estos predadores, que durante los preparativos del viaje a San Fermín se cruzaron sms como a) “¿Llevamos burundanga?... Tengo reinoles tiraditas de precio, para las violaciones “y b) “Hay que empezar a buscar el cloroformo, los reinoles, las cuerdas...Para no cogernos los dedos porque después queremos violar todos”.

La sola idea de pensar que estos energúmenos repugnantes puedan estar en la calle en seis meses, disfrutando de beneficios penitenciarios, se hace tan insoportable como la certeza de que un juez haya considerado que quienes manifiestan esa bajeza moral, ese desprecio absoluto hacia la mujer y ese modus operandi delictivo, puedan luego apropiarse del beneficio de la duda, y ser enviados de vuelta a casa con un tironcito de orejas por pichabravas (o en palabras del juez Ricardo González, por pasar un buen ratillo de regocijo y jolgorioratillo), mientras se hace recaer la carga de la prueba sobre su víctima indefensa, de la que obviamente se esperaba menos franqueza y templanza durante el proceso, y si más histeria y desgarro, que permitieran a la sala identificarla claramente como víctima aniquilada por el trauma y la vergüenza, que es como nos quieren a los mujeres tras sufrir cualquier episodio de violencia y abuso, no como a supervivientes que deciden retomar el control de su vida para impedir que descarrile.

Asco, asco profundo de vivir en un país donde cualquier animal puede usar a una mujer a su antojo, sea en la oscuridad de un portal tras un día de fiesta, o en la intimidad del hogar, ese saco de golpes cotidiano sobre el que descargar sus borracheras, su complejo de inferioridad, sus fracasos laborales, sus celos sin amor, la cocinera y fregona a la que anular todo vestigio de autoestima, a la que violar cuando venga en gana, antes o después de la enésima paliza, y más tarde apuñalar delante de sus hijos, el día que esa mujer aniquilada se mira al espejo, y saca fuerzas de algún remoto lugar para decidir que ya no quiere seguir acumulando más cicatrices en su cuerpo y en su alma, creyéndose que la sociedad, la policía o los jueces van a protegerla de esa bestia.

Asco, que se interna en las capas más profundas de esta sociedad, allí donde reside realmente el problema: más allá de este episodio ignominioso de San Fermín, del que se han hecho eco numerosos medios y personalidades internacionales en la onda del movimiento Time's up, hemos de asumir que la incultura creciente, la falta de formación y de referentes éticos, el culto al dinero fácil, encuentran su caldo de cultivo en la zafiedad, alienación y estereotipos sexistas que inundan las parrillas televisivas y las redes sociales, perpetuando los roles misóginos de siempre, pero actualizándolos con una concepción distorsionada y utilitaria del sexo, desprovisto de toda su grandeza como fuente de placer y comunicación suprema entre dos seres humanos, y convertido en un ritual degradante de bajeza, control y sometimiento, en muchas ocasiones desde la más temprana adolescencia. Sirva como epítome de todo ello este extracto de la letra de 4 babies, el exitazo del reguetonero colombiano Maluma, cuyo vídeo oficial acumula 832.177.190 visualizaciones en Youtube:

Estoy enamorado de 4 babies,

siempre me dan lo que quiero,

chingan cuando yo les digo,

ninguna me ponen peros.

La primera se desespera,

se encojona si se lo echo afuera.

La segunda tiene la funda

y me paga pa que se lo hunda

La tercera me quita el estrés,

polvos corridos siempre echamos tres

Tu tienes todas mis cuentas de banco y el número de la mastercard,

tu eres mi mujer oficial,

me tiene enamorado ese culote con ese pelo rubio,

pero tengo otra pelinegra que siempre quiere chingar.

Estoy metido en un lío,

a todas yo quiero darle,

me tienen bien confundido

ya no sé ni con cual quedarme.

Es que todas maman bien,

todas quieren chingarme

encima de billetes de 100

Me tienen en un patín

comprando en San Valentín,

ya me salieron más caras

que un reloj de Ulysse Nardin

Diferentes nacionalidades,

pero cuando chingan gritan todas iguales

Teresa Barreiro Fernández es socia de infoLibre

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