Librepensadores

Criticar la memoria histórica

Tomàs Garcia-Espot

Recientemente, en un artículo publicado en el diario El País titulado Populistas, el periodista Félix de Azúa hablaba sobre las regiones que intentan ocultar parte de su historia por qué se avergüenzan de ella. En concreto, se refería a la retirada de la estatua de Antonio López, un esclavista español del siglo XIX, por parte del Ayuntamiento de Barcelona.

Entre otras cosas, De Azúa criticaba que el consistorio barcelonés “escondiera” la estatua como parte de un plan para ocultar que en la ciudad habían existido los traficantes de esclavos. Además, en el artículo, el columnista no puso reparos en tachar a los miembros del ayuntamiento de “cabecillas que tratan a sus votantes como niños un poco bobitos”.

No quisiera entretenerme en considerar el calificativo usado por el periodista. Sin embargo, no puedo no señalar lo desafortunada que puede llegar a ser dicha afirmación. En primer lugar, porque llamar “bobitos” a cerca de 180.000 personas que apostaron por la candidatura de Ada Colau en 2015, ya nos da una pista de la hipocresía y la falta de tacto de Félix de Azúa, por no mencionar el gran desprecio que guardan sus palabras al intentar desacreditar un gran número de ciudadanos.

Ahora bien, el argumento quizás más intolerable es el que quiere hacer creer a los lectores que retirar la estatua de un negrero supone un acto de desmemoria o de populismo. Al contrario. En la Europa del siglo XXI, supuestamente moderna y avanzada, tener una efigie de un esclavista en una ciudad que se proclama abierta al mundo va en contra de dichos valores. Es más, retirar dicha estatua, en un momento en que miles de refugiados mueren en el Mediterráneo, supone un acto de compromiso y adhesión a la idea de un mundo sin fronteras, sin muros y libre de racismo.

Retirar símbolos que ensalzan ideologías y valores contrarios a los de nuestra sociedad no supone un gesto de desmemoria, sino un acto de memoria histórica. Del mismo modo que retirar una estatua ecuestre de Francisco Franco o una placa con el yugo y las flechas no oculta que en este país hubo una dictadura que subió al poder con un golpe de Estado y una guerra sanguinaria, no exponer la estatua de un esclavista no busca ocultar que en Cataluña hubo traficantes de esclavos.

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¿Se imaginan que en Alemania se hubiese criticado la retirada de esvásticas y de simbología nazi? Sin duda hubiera sido un escándalo y un gesto de desmemoria hacia los millones de personas que murieron bajo el régimen de Hitler. Entonces, ¿por qué en España hay quienes aún se resisten a aceptar que borrar de las calles la simbología franquista y racista es un acto de memoria histórica?

La respuesta, lectoras y lectores, se encuentra en los libros de historia. España es el único país donde el fascismo triunfó, gobernó durante 40 años y sobrevivió a un “cambio de régimen”, pero sus retoños siguen mandando hoy en día. Para sus sucesores, la memoria histórica supone aceptar que sus padres políticos fueron los jerarcas de una dictadura asesina y represora. Por ello, cuando gobiernos comprometidos con la verdad ejercen la memoria histórica aparecen este tipo de “zombies políticos” para intentar desacreditar injustamente unos gestos, que al fin y al cabo solamente buscan homenajear a quienes murieron y sufrieron injustamente por culpa de prácticas totalitarias y crueles. ________________

Tomàs Garcia-Espot es socio de infoLibre

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