Librepensadores

Mala gente que camina…

Antonio García Gómez

El autor de estas líneas, el hombre bueno, el poeta insigne y cercano, el maestro eterno y escéptico, el poeta, el hombre, el maestro, valiente… atravesando a pie la frontera, “casi desnudo, como los hijos de la mar”, huyendo del horror y el odio desatados en su país, camino del destierro, “sin equipaje”, Antonio Machado, para acabar muriendo en un pueblecito del sur francés, a orillas del Mediterráneo, solo y acompañado de su madre, de su hermano, de sus amigos más íntimos, el poeta, el hombre, el maestro. “En estos días azules y este sol de la infancia”, tal vez ¿su última imagen?, justo cuando las hieles del invierno más crudo sobrevolaban las tierras y las gentes de España… en 1939.

Y sabía Antonio Machado de qué había hablado porque “había andado muchos caminos”, sobre la mar que es la nada. El coronel de artillería Vallejo Nájera, también psiquiatra, vencedor juntos a los golpistas que trajeron la “victoria” de la venganza y la revancha, dictaminó que “el socialismo era una enfermedad mental” y que la mejor manera de luchar contra “ese mal” sería “separando a sus hijos de sus madres”, por socialistas, republicanas, rojas, “malas madres”. Y así se formalizó, desde las propias cárceles de mujeres, el crimen, el robo de bebés, para entregárselos a “pías familias cristianas y franquistas”, impunemente, miles y miles.

Y ese horror, ese crimen continuó hasta convertirse en un pingüe negocio, hasta las últimas décadas del siglo XX en las que se calcula que se robaron más de 30.000 bebés, naturalmente a madres pobres, ignorantes, solteras, ingenuas, caídas en garras, por ejemplo, de una tal “sor María”, ya fallecida, y un tal doctor Vela, anciano a la sazón pero vivo y coleando como para ser capaz de ser juzgado, porque una mujer valiente, una de aquellas bebés, Inés Madrigal, ayudada por su “madre adoptiva” no ha cedido, “no quiere dinero” [...] “por dinero lo hicieron ellos”, porque solo quiere la restauración de la verdad y la condena del crimen.

Hechos deleznables y paradigmáticos de una época atroz, en el que una clase, heredera de la victoria, se creyó con bula para sus manejos y fechorías.

Recuerdo que cuando yo hacía la mili, en Madrid, en el Colegio de Huérfanos de la Armada, calle Arturo Soria, la esposa del comandante llenaba su despensa particular a costa de los fondos públicos destinados a la alimentación de la “marinería”. Y la tipa, muy soberbia, muy altanera, pesaba cada huevo que se le llevaba para desechar el que no superara los 65 gramos de peso.

Todo muy poco ejemplar, todo muy miserable, todo muy… cotidiano, ¿todo muy del pasado?, ¡me cuesta creerlo aún!

Y, para terminar y porque es necesario, cabrán estas líneas, propias, de respeto, afecto y fe en las palabras de “la mujer, víctima de los bárbaros, componentes de La Manada”, en su carta de agradecimiento y supervivencia, de vida plena y humana, de quien sigue “con todas nosotras y nosotros”, porque hemos de creernos, porque te creemos, porque sabemos que tus lágrimas y desconsuelo ya son fecundos de nuestra rabia y nuestra capacidad impelida a saber decir ¡no!, y ¡hasta aquí!, porque nadie ha de deciros, ha decirnos que “no es para poneros así, ni para ponernos así”.

Porque estamos hartas y hartos de todos los cuentos que nos han contado.

Porque “yo sí te creo, hermana, mujer”. ________

Antonio García Gómez es socio de infoLibre

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