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Lo que Marx no contempló

Jorge Ulanovsky Getzel

Hasta qué extremo llegaría a extenderse el consentimiento de la amoralidad.

Pues sí, sintiéndolo en lo más profundo de mi alma, confieso haberme vuelto un tanto socioescéptico. Si bien me identifico con toda esa gente mayor como yo, que vivió tan ilusionada por dotar a nuestros hijos y nietos de un futuro social solidario e igualitario, altruista, de bienestar compartido, no comparto con muchos de ellos su insistencia en pretender resucitar una lucha con unos contenidos y proyectos lamentablemente descartados por no figurar en las mentes de las nuevas generaciones. Digo descartados, que no es lo mismo que decir superados. Es duro saberse derrotado después de haber puesto tantas energías y esperanza en ello.

Para nuestra generación, la del 68, este mundo del que nos toca despedirnos nada tiene que ver con el que idealizamos concibiéndolo en vías de realización de un paraíso terrenal. Aún persiste en nuestras fantasías la identificación de un enemigo con la creencia de poder desenmascararlo, acorralarlo, confiando en que aún podrá ser vencido por la fuerza supuestamente invencible de las llamadas mayorías sociales, las clases populares, los oprimidos. Caricaturizamos a ese malvado opresor como poder capitalista, neoliberal y machista. Pero el esquema que nos permitía definir una contienda clara contra patrones, banqueros, oligarcas, lobbies e imperialismos, acaba diluyéndose en agua de borrajas, suena hoy a queja panfletaria, a combate nostálgico de una guardia vieja.

Si el siglo XX fue cambalache, problemático y febril, el actual que transitamos no pinta mejor. Se muestra como un fantoche sujeto al reinado de la estupidez, como fiel reproducción de un jardín de El Bosco.

Hemos desarrollado miles de especulaciones sobre concentraciones del capital y de las finanzas, convencidos de poder señalar los determinantes políticos económicos como la causa principal de nuestros males. Mientras se nos ha escapado la observación de un factor cultural y subjetivo que todo lo abarca, lo corrompe e invade: la amoralidad. Presente en una multitud de seres que entienden como principal objetivo de sus vidas el enriquecerse, a cualquier precio, a costa de los demás, de la naturaleza y de la vida misma. He aquí la transversalidad que ha disuelto cualquier supuesto conflicto de clases. Toda una filosofía de vida que consiste en emular al rico, sus vanidades, banales excesos y despilfarros, haciendo honor a su egoísmo e insaciable apetito. Una banalidad del mal, diría Annah Arendt, que contaminó hasta las que parecían en un principio prometedoras revoluciones socialistas y que derivaron en regímenes totalitarios corrompidos por intereses mafiosos, con el consenso de una inmoralidad generalizada.

Si bien seguimos pudiendo, de tanto en tanto, consolarnos con la contemplación de brotes de movilizaciones de protesta, y juicios condenatorios, yo, discúlpenme, no me llamo a engaño. Convencido de que el grueso de la población, mira para otro lado. De allí el resultado de las actuales encuestas que muestran la tendencia mayoritaria de un ultraconservadurismo dominante.

¿Para qué publicar esta opinión negativa? ¿De qué sirve? Me lo pregunto. Simplemente, lo que quisiera es transmitir a mí mismo, al lector, a mi familia, a mis amigos y a quien sea, que hoy más que nunca, de lo que se trata es de sostener y defender unos principios morales; el valor del respeto, la modestia y la humildad; una ética de la convivencia; un sentido de nuestras vidas guiado por la dignidad; con el orgullo de no ser esclavos del dinero y sus frívolas atribuciones. Para una sana satisfacción hedonista no se necesitan fortunas.

No había visto, hasta recientemente, el film Chantaje en Broadway (1957) de Mackendrick, con la interpretación admirable de Burt Lancaster y Tony Curtis. Al final, la hermana de un prestigiado, poderoso, inescrupuloso y corrupto columnista de prensa, al despedirse definitivamente de él, ella le dice: "no te odio, te compadezco". Es lo que yo le diría a esa multitud de gente amoral, desaprensiva, de tan miserable, mediocre y vacía existencia que abunda por doquier. ___________

Jorge Ulanovsky Getzel es socio de infoLibre

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