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Iletrados de las Letras

Gonzalo de Miguel Renedo

Parece ser que el escritor, y todavía académico, Arturo Pérez-Reverte, amenaza con abandonar el sillón T, con t de tolerancia, de la Real Academia de la Lengua (RAE), si ésta accede a modificar el texto de la Constitución Española para adaptarlo a la realidad inclusiva del momento. El chantaje es un feo ardid, más propio de tipos pendencieros que de personas letradas.

Todo arranca de la petición del Gobierno Sánchez a esta institución de un informe no vinculante sobre si la Carta Magna responde, lingüísticamente hablando, al criterio de igualdad entre ambos géneros. Nada que objetar ni sospechoso de nada. Solo se trata de redactar nuestra norma suprema conforme a la sensibilidad actual. Ojalá se hiciera con todas las leyes centenarias. Sin ir más lejos, el presidente francés ha impulsado recientemente una modificación del texto de la Constitución francesa, la cual suprimirá el término raza por inducir a interpretaciones odiosas, sustituyéndola por la palabra sexo. Todo en aras de la igualdad. Dudo que ningún integrante de la Academia Francesa haya planteado objeciones, salvo que haya racistas colados en su seno, en cuyo caso el problema no sería ya la citada reforma textual sino el mismo hecho de que en dicha institución figuren tales personas.

Volviendo a nuestra tierra y a nuestro espadachín de cabecera, ¿qué afrenta entraña este simple ejercicio de reescritura, majo?majo ¿O lo considera nuestro sutil académico un ataque a su graciosa cruzada contra la equiparación en el lenguaje? Quizás sea eso, que se sienta desautorizado. Ya sabemos lo que le gusta a nuestro autor de ninguna novela de relevancia atacar la tendencia imparable del todos/todas, ridiculizándola hasta el estertor. Sinceramente, salvo sus ejercicios pueriles de duplicidad de género, nunca he leído ningún disparate en este sentido, y hasta el miembras me suena cada vez mejor. Por no hablar del redundantemente femenino portavoza. Sabemos de sobra que la sociedad hablante va por delante de cualquier academia, la tradición oral por delante de la lengua oficial, y que si algo no aparece en el diccionario, no se inquieten, ya se ocupará la calle de incluirlo. Y si no, al tiempo. Quienes escribimos, ya sea de manera profesional o por afición, debemos dar ejemplo y tratar de buscar palabras que engloben, sin exclusiones. No se trata tanto de duplicar como de unificar. ¿O le parecería bien a nuestro polemista de salón que el femenino dominara todas las expresiones, y que en lugar de todos dijéramos y escribiéramos siempre todas? Y no me venga con que las normas de la lengua dicen o dejan de decir, que sabemos también de sobra que las normas, las que sean, lo son hasta que dejan de ser por obra del sumo deshacedor que somos la gente.

En fin, que la espantada anunciada por Pérez-Reverte deja bien a las claras que dicha revisión de género hace falta, no ya solo de las letras sino también de quienes se ocupan de limpiar, fijar y darles esplendor. Quiero decir que la composición de la RAE ganaría también en inclusividad si, tras el desalojo voluntario del citado sillón T, éste pasa a ocuparlo una mujer. Pongamos que Almudena Grandes, por citar una escritora con sólida trayectoria y con ambiciosos proyectos en ejecución, como esos episodios nacionales sobre la Guerra Civil que lleva publicando desde hace años y que están llamados a permanecer en nuestro historial literario.

 

Gonzalo de Miguel Renedo es socio de infoLibre

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