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Librepensadores

Por una sociedad libre de esclavas y de puteros

Alberto Rosado del Nogal

Hombres. Admito que esa categoría -ser hombre- resulta totalmente inocua a la hora de argumentar -qué más da tu género cuando se trata de derechos humanos-, pero dada la poca voluntad de los hombres a hablar de estas cuestiones, quiero dar un paso adelante. ¿Y por qué? Porque creo que, aunque los hombres no deben protagonizar la lucha feminista, eso no significa que no haya espacios en donde sí debamos hablar. Si en un grupo de amigos, solo hombres, uno se considera feminista pero argumenta que no quiere posicionarse porque eso es una cuestión de mujeres, yo le digo: no entendamos el feminismo como algo solo de mujeres, para que ellas hagan feminismo y nosotros hagamos economía. En ese espacio tú eres “el feminismo”. Habla, sin miedo, sin complejos. En ese grupo de Whatsapp donde reina la cosificación de la mujer, habla, sin miedo, sin complejos. Dile a tu amigo que pasar fotos desnudas de mujeres, algunas modelos y otras novias de otros amigos, es machismo, es cosificación, es ilegal y es ir contra los derechos humanos. Entendamos que es su lucha y su reivindicación -de las mujeres-, por supuesto, pero hay muchos lugares en los que los hombres podemos -y debemos- alzar la voz. Y sin miedo. Porque si nos equivocamos, podemos rectificar. Cuando escucho a hombres argumentar que son feministas pero prefieren no hablar de estos temas por miedo a equivocarse, me suena a una demonización de la mujer feminista que hará la vida imposible a ese hombre por su error. ¿Nos suena? Claro. Igual que el mito de que toda mujer cuando se aburre se va a poner denuncias falsas, ¿no? Y nada más lejos de la realidad: no he conocido mayor tolerancia a mis errores que en el feminismo. Porque si el feminismo está venciendo y vencerá es porque sabe convencer. Con razones, convicción y sin miedo. Con empatía, paciencia y crítica. Y todo esto mientras las matamos, no lo olvidemos.

Si me atrevo a escribir sobre feminismo es por un tema en el que, creo, los hombres gozan de uno de sus mayores privilegios: su derecho a comprar sexualmente a mujeres. Parece que apenas ningún sector de la sociedad se atrevería a decir que el hombre tiene derecho a controlar a su pareja, a decir cómo se tiene que vestir, con quién debe verse, cuánto tiempo puede o no salir de casa, o si tiene derecho a pegar a una mujer, a violarla o a matarla. Son debates que, aunque no se hayan materializado en la sociedad y los hombres seguimos ejerciendo violencia, sí son ampliamente rechazados. Estamos ante una victoria discursiva del feminismo que necesita, eso sí, de un gobierno que, de una vez por todas, abra el grifo presupuestario y de una justicia que, de una vez por todas, se despatriarcalice y no pregunte si una mujer violada cerró con suficiente fuerza sus piernas. Pero aunque socialmente se acepten estas tesis, sobre si podemos o no podemos comprar sexualmente a mujeres el consenso es inexistente o se sitúa en el otro lado. Así, los hombres podemos estar muy tranquilos: cuando nos apetezca podemos follar con cualquier esclava sexual porque, socialmente, si bien tampoco es para ir alardeando de ello, no recibirá ninguna crítica. Y no alardear de ello tiene una razón aun más machista: pudiera sentirse ese hombre poco macho si no ha sido capaz de cazar a ninguna hembra. Este es el argumento que más escucho: “A mí no me hace falta pagar por sexo, no quiero llegar a ese nivel”. En su lógica su rechazo no viene porque hay esclavitud al otro lado, sino porque su orgullo varonil no puede verse afectado. Pobre.

El colectivo feminista Towanda Rebels puso, hace pocos meses, el foco en nosotros, en los hombres, en los puteros a través de su campaña #HolaPutero. Pero parte de la reacción mediática fue resituar el debate en si ellas tenían derecho o no a prostituirse. Solo una posición muy arcaica podría defender que una mujer no debe comerciar con su cuerpo si así ella lo desea (así piensan personas públicas como Samanta Villar o Risto Mejide). Y más allá de entrar en el debate filosófico sobre qué es la libertad (sobre si es mejor cobrar dos euros la hora o estar en paro), hablemos, por un momento, del mundo en el que vivimos. Los mundos de Yupi de demasiada gente les hacen ver que las prostitutas, en su gran mayoría, ejercen ese “trabajo” (sí, lo consideran trabajo) porque cobran más que con otros empleos. Y, de hecho, a la mujer moderna es lo que le empodera: poder servir sexualmente a los hombres. Pero la realidad es bien distinta, y mientras no haya otro mundo, por favor, hablemos de éste: dependiendo de la fuente (Organización Mundial del Trabajo o la propia Policía) entre un 80 y un 90% de las prostitutas ejercen contra su voluntad. Esto se llama esclavitud y representa la inmensa mayoría de esa supuesta “liberación” de la mujer: la prostitución.

¿Y nosotros los hombres? ¿Qué pintamos aquí? Pintamos demasiado. Porque la cuestión no gira en torno a si en un mundo de Yupi (que no existe actualmente) una mujer podría o no vender su cuerpo, sino en que, en este mundo, en el real, estamos violando constantemente a mujeres esclavas. ¿Violar? Sí, violar. En tanto en cuanto la mujer con la que tienes sexo está ahí en contra de su voluntad (insisto, una inmensa mayoría), el hecho de tener sexo con ella, no consentido y no deseado por ambas partes, convierte ese hecho en violación, moral y legalmente. Así que sí: aproximadamente 4 de cada 10 hombres son violadores. Espero, ahora, se entienda mejor por qué los hombres debemos comenzar a posicionarnos y hacernos valedores, también, del discurso feminista en nuestros círculos. Hay demasiadas mujeres siendo esclavas como para no actuar y no levantar, también, la voz.

¿Y qué pasa si un hombre decide pagar a una prostituta si se asegura que lo es libremente? En primer lugar, ese hombre estaría aceptando que la figura de la mujer, como objeto sexual o de compañía, es legítima. Y aquí puede haber un debate muy interesante que, ojalá, tengamos dentro de décadas cuando la igualdad sea total y real. Pero recordemos que no podemos vivir en ese mundo maravilloso al que aspiramos sino que tenemos que hacernos cargo de la crueldad machista del hoy, del ahora. Aun así, entraré en el juego. La pregunta que lanzo es: ¿qué sociedad queremos? ¿Una en la que los niños crezcan sabiendo que pueden ejercer su derecho a comprar mujeres si necesitan desahogarse? ¿Una que crea que el sexo no deseado por ambas partes es normal? ¿Una en la que todas las niñas sepan que ante una crisis en vez de exigir al Estado mayores coberturas sociales con abrirse de piernas es suficiente? ¿Queremos una sociedad en la que si te quedas en paro el Estado te obligue a ser puta y, si no, te quite la prestación por desempleo? ¿Queremos una sociedad en la que el tío le diga a su sobrina que en su puticlub hay una vacante libre? ¿De verdad queremos una sociedad que naturalice el hecho de que un hombre puede comprar sexualmente a una mujer?

Por suerte, la moral riega gran cantidad -sino todas- de las leyes que nos gobiernan. Por eso un hombre, por ley, no puede pagar, ni aunque sus padres lo consientan, por tener relaciones sexuales con una niña de 11 años. Un hombre, por ley, no puede contratar a una mujer para ser su secretaria a cambio de abusar sexualmente de ella. Un hombre, por ley, no puede obligar a su esposa a mantener relaciones sexuales pese a haberse casado. Ni puede obligar a su esposa a ser para siempre su esposa. Un hombre, por ley, no puede tener sexo con sus hijas adolescentes. Un hombre, por ley, no puede comprar un riñón a otro hombre pese a que este, supuestamente, así lo quiera en nombre de la libertad. Un hombre, por ley, no puede matar a su vecino pese a que este, supuestamente, así lo quiera en nombre de la libertad. Un hombre, por ley, no puede experimentar con ninguna mujer u hombre torturas de cualquier tipo a cambio de dinero pese a que estas personas, supuestamente, así lo quieran en nombre de la libertad. ¿Acaso aquí la ley es también muy arcaica? Lo que sí ocurre, hoy en día, es que la ley no persigue a un hombre que paga al dueño de una esclava una cantidad de 20, 30 o 50 euros para poder violarla. Y tampoco va a perseguir a un hombre que se aprovecha de una sociedad patriarcal que legitima la compra sexual de mujeres. Primero las empobrecemos y luego apelamos a su “libertad” para abusar de ellas. Una jugada perfecta que le sigue sonriendo al machismo. Te sigue sonriendo a ti, hombre, y a mí, pero quizá es hora de cambiar: ¿de verdad quieres acostarte con una mujer que no te desea? ¿De verdad tu deseo es su esclavitud? Entiendo que la educación sexual recibida siempre hacia nuestro deseo y su consentimiento, pero en 2018, quizá, es tiempo de darse cuenta de que ellas no son solo objetos sirvientes para satisfacer nuestros deseos -que no derechos-, sino que como el 50% del peso en las relaciones heterosexuales, también merecen el 50% del deseo, al menos. Qué rancio, qué aburrido y qué antiguo es ese concepto sexual en el que solo una parte desea y la otra parte consiente por razones moralistas, económicas o, directamente, por ser una esclava. Qué mentes más arcaicas tenemos, hombres, si nuestra idea del sexo no se diferencia demasiado a tener relaciones con una muñeca hinchable. Qué moral más religiosa tenemos si no permitimos que ellas también deseen -lo que quieran-, e imponemos nuestro deseo como un derecho para enterrar su libertad sexual. ¿En serio ese es el concepto de sexo que queremos reproducir a nuestros hijos y nuestras hijas?

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Hombres: no seamos hipócritas. Se vive muy bien sabiendo que uno nunca va a tener que abrirse de piernas si viene una crisis. Se vive muy bien sabiendo que si no encontramos sexo consentido y deseado en nuestro entorno siempre podremos pagar un poco para desahogarnos. Se vive muy bien sabiendo que nunca te va a tocar a ti. Que las esclavas son ellas, que los que tenemos dinero somos nosotros. Que si las españolas ya no lo necesitan, vendrán otras mujeres pobres de otros países a servirnos porque se vive muy bien del lado bueno de la brecha salarial. Se vive muy bien cuando la sociedad siempre las juzga a ellas y no a nosotros. Se vive muy bien sabiendo que siempre el insulto será para ellas, para las putas y sus hijos, ¡hijo de puta!, y no para los puteros. Pero, ¿de verdad vives igual de bien sabiendo que eres el principal problema de esas mujeres esclavas? ¿De verdad vives igual de bien sabiendo que tu dinero sirve para su explotación y enriquece a proxenetas? ¿De verdad vives igual de bien intentado engañarte para creer que lo ejercen libremente? ¿De verdad vives igual de bien siendo consciente de que ayudas radicalmente a reproducir un modelo social en el que la mitad de la población es vista como objetos sexuales? Se vive muy bien con privilegios, y por eso no es lugar ni momento para quedarse de brazos cruzados. Por eso, hombres, debemos entender el sexo de otra manera alejándonos de posiciones tan antiguas de deseo y consentimiento, y usar los espacios que podamos para hablar, discutir y convencer a los hombres de nuestro entorno de que el deseo mutuo es necesario para ser, ambos, libres. Porque esto no va solo de ellas, sino de qué sociedad queremos.

Con ellas y con nosotros. En ese orden. Pero sabiendo que cada parte de esta sociedad será clave para (con)vencer. Por una sociedad libre de esclavas y de puteros.

Alberto Rosado del Nogal (@AlbertoRNoga) es socio de infoLibre

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