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La OTAN y las relaciones entre EE UU y Rusia

Juan José Torres Núñez

Con la desclasificación de documentos de la OTAN, en diciembre de 2017, los secretos a voces que trascendieron extraoficialmente sobre las promesas hechas a Mijaíl Gorbachov de que la OTAN no se expandiría hacia el este “ni una pulgada”, ahora ya sabemos todo lo que se dijo en aquellas negociaciones. Estos hechos históricos constituyen una prueba vital para entender las tensas relaciones que existen hoy entre Estados Unidos y Rusia, y también para poder llegar a un acercamiento de estos dos países, que sin duda la humanidad necesita. Los Archivos de la Seguridad Nacional de la Universidad George Washington corroboran esas promesas. Los medios de comunicación anglosajones y europeos han reaccionado a la cumbre de Trump y Putin con una histeria incomprensible, que sorprende a las personas de buena voluntad y de sentido común.

En mi artículo publicado en este medio, La OTAN: un mundo irreal, hablo de esta organización como una estructura militarista y agresiva, así la define el senador estadounidense Richard Black. Y afirmo que en la actualidad esta organización belicista ya no tiene ningún sentido porque con la disolución de la Unión Soviética, el 8 de diciembre de 1991, la OTAN es un anacronismo. Con la caída del muro de Berlín y el final de la Guerra Fría, la OTAN quedó obsoleta. Lo que dije en el artículo sigue vigente y además, creo firmemente que la OTAN se ha convertido en una amenaza constante de guerra al acercarse al patio trasero de Rusia, incumpliendo así las promesas hechas en su día.

Como señala Paul Atwood en su artículo Peace or Armageddon: Take Your Pic, con la crisis de Berlín en 1948 Washington empezó a enviar bombarderos B-29 Superfortresses a bases británicas. En 1949 Estados Unidos ya estaba listo para rearmar a Alemania y fomentar un sentimiento antisoviético con la afirmación falsa, como las armas de destrucción masiva en Irak, de que el Ejército Rojo se estaba preparando para invadir Europa occidental. El 4 de abril de 1949 se creó la OTAN como una alianza militar para defender a Europa, con una promesa muy importante: no extenderse más de 20 años. La creación de esta fuerza belicosa suponía una gran amenaza para la Unión Soviética. Como respuesta a la OTAN y a la posibilidad de un ataque militar se creó el Pacto de Varsovia en 1955, también con una duración de 20 años.

Según los documentos desclasificados el secretario de Estado, James Baker, en su reunión con Gorbachov el 9 de febrero de 1990 le aseguró que la OTAN no se expandiría “ni una pulgada” hacia el este, si la Unión Soviética permitía la reunificación de Alemania. En esa reunión Baker repitió tres veces que “la expansión de la OTAN es inaceptable”. Y añadió: “Es importante tener garantías de que si Estados Unidos mantiene su presencia en Alemania dentro de la estructura de la OTAN, la jurisdicción de la presencia militar de la OTAN no se expanda ni una pulgada en dirección este” (documento 6). En este documento Baker declara que “la OTAN es un mecanismo para asegurar la presencia de Estados Unidos en Europa” y para garantizar que “la unificación de Alemania no acabe en una expansión de la OTAN hacia el este”. Y Gorbachov le contestó: “No hace falta mencionar que una ampliación de la zona de la OTAN es inaceptable”. Baker le respondió: “We agree with that” [Estamos de acuerdo con eso]. En la reunión del canciller de Alemania con Gorbachov el 10 de febrero de 1990, Kohl le aseguró que “la OTAN no debería expandir la esfera de su actividad”. Y Gorvachov  asintió: “Estoy de acuerdo” (documento 9). Sin embargo, como demuestran los documentos, el ex director de la CIA, Robert Gates, ya estaba presionando para una expansión de la OTAN hacia el este. Los líderes europeos prometieron a los soviéticos en 1990 y 1991 la protección de la Unión Soviética en la nueva estructura de seguridad europea. Pero no hubo tratados, solo conversaciones. Y las promesas llevaron a los soviéticos a creer en sus colegas de Occidente: ese fue su error. Occidente los convenció y acto seguido los traicionó. Cuando los representantes soviéticos vinieron a Bruselas en julio de 1991, el secretario general de la OTAN, Manfred Woerner, los tranquilizó: “No debemos permitir el aislamiento de la Unión Soviética de la comunidad europea”. Gorbachov se creyó que Occidente no amenazaría la seguridad de su país y que la OTAN no se ampliaría (documento 30). Fue muy ingenuo. ¿Por qué iba Gorbachov a poner en duda todas las promesas si Thatcher, Kohl y Mitterrand habían prometido respetar la seguridad de la Unión Soviética?

Estados Unidos no tardó mucho tiempo en romper el pacto acordado. Como no había acuerdos escritos, las palabras se las llevó el viento. Y en 1999, en el 50 aniversario de la OTAN, el entonces presidente Bill Clinton anunció al mundo que la OTAN se ampliaría con el primer grupo de países del antiguo bloque soviético. En las negociaciones, Occidente había prometido que la OTAN nunca permitiría el ingreso de países que habían pertenecido al Pacto de Varsovia. Clinton pronunció las siguientes palabras: “Una zona gris de inseguridad no puede volver a producirse en Europa”. Pidió a Rusia que no se preocupara porque una ampliación de la OTAN con los países del antiguo Pacto de Varsovia serviría para “avanzar la seguridad de todos”. Y terminó su discurso con una frase que ni él mismo se la creyó: “Tenemos la oportunidad de construir un continente pacífico, íntegro y democrático”. George Kennan fue más sabio cuando predijo que esa decisión fue el peor error geopolítico que Estados Unidos había cometido jamás.

Estos hechos históricos sobre la ampliación de la OTAN hay que tenerlos en cuenta para comprender por qué Rusia ha vuelto a reincorporar Crimea a su territorio. Occidente no va a seguir engañando a Rusia. Putin no es un ingenuo. Estados Unidos no reconoce la reunificación de Crimea y Europa tampoco porque olvidan intencionadamente los hechos históricos. El ex presidente Obama se metió en el patio trasero de Rusia. La CIA contó con cinco mil millones de dólares para dar un golpe de Estado contra el Gobierno legítimo de Ucrania y Victoria Nuland, subsecretaria de Estado, famosa por su frase: “Que le den a Europa”, se ocupó de poner a un presidente del agrado de Obama. El senador John McCain habló públicamente en Kiev para bendecir el golpe y felicitar a los neofascistas del nuevo Gobierno. En ningún momento habló de la violencia que había en las calles. ¿Estamos hablando con este cambio de régimen ilegal y violento, de la construcción del continente pacífico y democrático al que Bill Clinton se refirió en su discurso?

En este estado de tensión en las relaciones entre Rusia y EE UU, Trump y Putin se reunieron en Helsinki, el 16 de julio, en una cumbre que pasará a la historia como la cumbre de la histeria. Trump, como Epimeteo, abrió la caja de Pandora cuando declaró: “Putin is not my enemy”. Para el deep state, el Estado profundo o el poder de las élites neoconservadoras, en esta frase estaban encerrados todos los males del mundo. Este Estado necesita un enemigo real o imaginario para el complejo industrial militar de EE UU, que se ocupa de mantener el negocio de las guerras permanentes en todo el planeta. Trump en su campaña electoral prometió cooperación con Rusia y China. Pero para los neoconservadores esto significa traición porque ellos buscan siempre la confrontación y la guerra.

Conocidos defensores de este Estado, integrado por republicanos y demócratas, se lanzaron contra Trump como una manada de lobos hambrientos. Nancy Palosi sentenció que “Trump está de parte de nuestro enemigo”, como un agente de Moscú. Para John McCain esta cumbre ha sido “un trágico error”. Para él “Putin no es un amigo de EE UU, ni siquiera un competidor”. El ex director de la CIA, John Brennan, ha acusado a Trump de “traición”. En su tuit preguntó: “¿Dónde están los patriotas republicanos?”. Y los medios de comunicación del establishment de EE UU han perdido la cabeza en sus análisis sobre la cumbre, como escribe Joe Lauria en su artículo US Media is Losing Its Mind Over Trump-Putin Press Conference. Cita a la CNN en donde Anderson Cooper habló de la “vergonzosa actuación del presidente”.

Muchos de los medios de comunicación en España han citado a todas estas personas del establishment de EE UU, pero también hay que citar a los que no opinan igual. China, por ejemplo, ha dado la bienvenida a la mejora de las relaciones entre EE UU y Rusia. Su portavoz ha explicado que “los dos países tienen una gran responsabilidad para la paz y la seguridad mundial”. El senador Rand Paul ha elogiado la cumbre subrayando que “el diálogo es especialmente importante cuando cientos de miles de personas están en peligro”. No olvidemos que estos dos países tienen el 90% de todas las armas nucleares del mundo. El senador se pregunta: “¿Qué hay de malo en reducir la tensión?”. Helga Zepp, fundadora y presidenta del Instituto Schiller, también ha señalado que para cualquier persona que piense, una mejora de las relaciones entre EE UU y Rusia significa una buena noticia para la humanidad. Según ella, la cumbre de Trump y Putin ha puesto de manifiesto que “la élite del poder [en EE UU] está preparada para aceptar la destrucción de la civilización humana antes que permitir la cooperación con Rusia”. Helga Zepp también pide más colaboración con China y con la India para crear un nuevo paradigma con nuevas instituciones financieras que sean capaces de acabar con “el juego especulativo” actual.

Muchas de las actuaciones y decisiones de Trump yo las considero inaceptables, como la retirada de EE UU del acuerdo nuclear con Irán (el JCPAC, en sus siglas en inglés); el apoyo de EE UU a la coalición de Arabia Saudí en la guerra criminal contra Yemen, el país más pobre del planeta; abandonar la lucha contra el cambio climático; que Trump se jacte del presupuesto militar de unos 716.000 millones de dólares para 2019, fomentando así la carrera armamentística; su agravio contra la dignidad y la soberanía del pueblo sirio; su apoyo incondicional al gobierno de extrema derecha de Israel, que quiere aniquilar al pueblo palestino actuando al margen de la ley con su apartheid y colonialismo en la expansión de los asentamientos israelíes; el traslado de la embajada estadounidense a Jerusalén y etc., etc. Pero la decisión de Trump de querer cooperar con Rusia es la acción más inteligente que ha tomado desde que está en la Casa Blanca, aunque con las constantes sanciones a Rusia su credibilidad queda en entredicho.

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Esta decisión es consecuente con la historia de los Estados Unidos. Konstantin George escribió un artículo en el Executive Intelligence Review en 1992, The US-Russian entente that saved the Union, en donde narra la historia de la colaboración entre EE UU y Rusia. En 1863 la armada rusa se fondeó cerca de Nueva York y de San Francisco, cuando el presidente Lincoln no podía defender la costa del Pacífico en la guerra civil. Esto hizo que Inglaterra diera marcha atrás en sus planes para atacar a la Unión, el Ejército del norte, y reconocer la independencia del Ejército del sur, los Estados Confederados. Un portavoz del zar aseguró que “la amistad de Rusia con los Estados Unidos se mostraría de manera decisiva”. Rusia salvó a la Unión en la guerra civil. Un editorial del Harper’s Weekly habló de Rusia como una nación amiga. Y propuso una “alianza permanente con Rusia para garantizar la paz mundial y el desarrollo económico en las décadas venideras”.

La alianza permanente que el Harper’s propuso no se pudo realizar al final por una serie de acontecimientos, como sabemos. El principal fue el asesinato del presidente Lincoln por una conspiración de agentes británicos. Pero esta vez no podemos fallar. Hoy la cooperación entre EE UU y Rusia es más necesaria que nunca. Las 7.000 cabezas nucleares de Rusia y las 6.800 de Estados Unidos deben hacernos pensar. No permitamos que este “momento estelar para la humanidad”, como ha dicho Helga Zepp, se nos escape de las manos. No permitamos que Inglaterra vuelva a conspirar. No permitamos que Inglaterra siga envenenando las relaciones entre EE UU y Rusia, sosteniendo que sus acusaciones, sin pruebas, son “altamente probables”. Y no permitamos que los dos camiones y ocho cascos blancos que han llegado a Saraqib, en Siria, sea otro montaje falso como los de Douma y Khan Sheikhoun para acusar a Damasco de haber utilizado armas químicas en Idlib y provocar así otro ataque de EE UU, Francia y Reino Unido, que es lo que quieren los rebeldes porque la guerra la tienen perdida.

Juan José Torres Núñez es socio de infoLibre

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