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Feliz cumpleaños

Santiago Rodríguez

En estos días se cumplen diez años desde que estalló la crisis. No quería dejar pasar la ocasión de felicitar a todos aquellos que hicieron posible tal estallido y los diez años de penurias y calamidades que nos han hecho pasar desde entonces.

Gracias a los ricos, a los poderosos, a los dueños de bancos, eléctricas, emporios y grandes empresas, vamos, a los amos del mundo –aquellos a los que en el rancio lenguaje de la izquierda se les denominaba burgueses–. Gracias a todos ellos por habernos traído hasta aquí. Estos años serán inolvidables.

Si uno echa la vista atrás, recuerda con nostalgia esos años locos antes de la crisis. ¡Qué tiempos! Pagábamos a crédito todo lo que comprábamos y consumíamos. Gracias al crédito fácil nos podíamos comprar un chalet adosado, en una urbanización de postín en el extrarradio de la gran ciudad, que por supuesto al día siguiente valdría el doble, pues el precio de la vivienda siempre subía. También nos compramos dos coches y un apartamento en la playa y, de paso, nos pagamos un viaje al Caribe, además del seguro médico privado, el plan de pensiones, los estudios a los niños en una colegio concertado o en una universidad privada, o les pagábamos un máster, ahora tan de moda.

Fue el cuento de la lechera. Hasta que una mañana cuando nos despertamos la leche se había agriado y se nos cortó la digestión. Y de buenas a primeras nos vimos en la miseria. Bueno, no todos. Los ricos nos recomendaron que nos apretáramos el cinturón, como así hicimos, pero para que ellos pudieran seguir viviendo a sus anchas. Al fin y al cabo, la culpa la tuvimos los pobres por vivir por encima de nuestras posibilidades.

Aunque esta crisis nació hace diez años, su gestación llevó muchos años. Un buen día, a finales de los años 70 y principios de los 80, el capitalismo decidió romper la baraja del pacto social y comenzaron a desmantelar los logros del Estado de bienestar y todas las normas que regulaban la actividad económica.

El capitalismo articuló una estrategia que ejecutó milimétricamente, valiéndose de partidos políticos, lobbies, tanques de pensamiento, universidades, medios de comunicación, intelectuales y un largo etcétera de subalternos que predicaron y propagaron a los cuatro vientos los mantras y la fe verdadera en el denominado neoliberalismo. Nos explicaron, es un decir, las bondades del mercado y lo oneroso que era el Estado, y por tanto, la necesidad de reducirlo a la mínima expresión. Nos contaron lo barato, eficaz y eficiente que es la gestión privada frente a la pública, sin aportar un solo dato, ellos, que son tan dados a los datos y a las estadísticas cuando les salen las cuentas. Era imprescindible liberalizar, desregular y privatizar para que el mundo siguiera dando vueltas. En esa Arcadia feliz, sólo el mercado era capaz de arreglar los problemas.

Pero nos ocultaron que capitalismo hace negocio con todo: el nacimiento, la vida, el amor, la muerte. No hay nada en la actividad humana que escape a sus garras. La guerra y la paz. El hambre y la opulencia. La salud y la enfermedad. El conocimiento y la ignorancia. El trabajo y el ocio. Lo necesario o lo superfluo Y si no hay necesidad, se inventa. De la misma manera, nos ocultaron que el resultado era una sociedad dual, en la que unos viven en la economía de mercado y otros en la economía de mercadillo.

No es la última crisis del capitalismo. Habrá más. Sin embargo, lo que diferencia esta crisis de las anteriores, sobre todo la de 1929, son dos cosas.

En la crisis de 1929, los capitalistas se tiraban por la ventana, desesperados por las pérdidas de su capital y su patrimonio. En la crisis actual, son los pobres los que se arrojan por las ventanas de sus casas que van a desahuciar.

La otra diferencia, es que ahora somos los pobres los que tenemos miedo a los ricos. Y aprovechándose de ese miedo y de la incertidumbre que generan las crisis entre los que no tienen nada, nos desmantelaron ante nuestras propias narices lo que era nuestro: sanidad, educación pensiones, servicios sociales. En definitiva, una vida digna y segura desde que nacemos hasta que morimos.

Como en todos los procesos históricos, no hay causas sin consecuencias, y las consecuencias de esta crisis son desoladoras para los asalariados, los trabajadores y los pobres, en todos los terrenos, ya sea social, económico o político.

Para los pobres, precariedad, paro, más pobreza y mayor desigualdad, mientras crece la renta y la riqueza de los más ricos. Emigración masiva de la juventud mejor preparada. Desmantelamiento del Estado del bienestar en nombre del ahorro y de la falta de ingresos. Ingresos que se pierden por ayudar a la banca a pagar las pérdidas de la especulación o por las deducciones, exenciones, bonificaciones, elusiones o evasiones fiscales amparadas por la normativa legal de las que se benefician los ricos para no cumplir con sus obligaciones para con el resto de la sociedad.

Otra de las terribles consecuencias, es el crecimiento de las fuerzas de extrema derecha, aupadas por el voto de los pobres. La desesperación a la que los ha llevado la crisis, la desconfianza creciente en los partidos que tenían que ser sus valedores y el desapego por la democracia, que no ofrece soluciones políticas a sus problemas, aunque estos sean económicos, han propiciado esta situación.

Una buena parte de esta desconfianza y este desapego se debe a que la socialdemocracia, en vez de defender sus grandes logros, optó hace mucho tiempo, arrastrada por sus dirigentes, por colaborar y propiciar el orden del día, la agenda y las mismas políticas del capitalismo, y al renunciar a sus ideales no sólo ha perdido el norte ideológico sino también la brújula y esto se traduce en que no encuentra la salida al laberinto en el que está perdida. El resultado es que aquellos a los que la socialdemocracia tiene el deber de defender, al sentirse abandonados, han puesto sus esperanzas de mejora en manos de las fuerzas reaccionarias que los han captado con consignas simplistas.

La socialdemocracia podrá esgrimir el argumento de que las condiciones de vida de los trabajadores habían cambiado en los últimos cuarenta años, que la clase obrera, como tal, ya no es la misma debido a los cambios en el trabajo y en los modelos de vida, como consecuencia de la terciarización económica. De acuerdo, pero la socialdemocracia no hizo nada para mantener el espíritu de unión, apoyo mutuo, conciencia de pertenencia, dignidad del trabajo, decencia de la política y defensa de los intereses colectivos frente al capitalismo salvaje e individualista. Sus únicas respuestas fueron el silencio cómplice y la resignación. En vez de organizar y rearmar política e ideológicamente a los trabajadores, los abandonó a su suerte, posibilitando que cundiera el desánimo, la desesperanza, la frustración, el miedo e imposibilitando que se luchara por mantener lo logrado y por avanzar en nuevas conquistas sociales y en lograr que la riqueza se reparta entre todos.

Desde que estalló la crisis todo han sido milongas. Antes, durante y después. Antes, porque según nos dijeron, no se pudo prever. Durante, porque iban a reformar el capitalismo. Y después, porque nos dicen que lo peor ya ha pasado, que esto se ha acabado, que volvemos a crecer, que los datos macroeconómicos así lo confirman. ¡¡Ja!!

Por favor, pongan otra vez esa música de milonga para celebrarlo. Gracias.

Y lo dicho: Feliz cumpleaños. _____________

Santiago Rodríguez es socio de infoLibre

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